Luna: una fábula siciliana

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Con pulso poético, que toca de modo consciente al cuento de hadas, Luna: una fábula siciliana recrea el hecho traumático que significara el secuestro y muerte del niño Giuseppe Di Matteo (tenía 13 años), a manos de la mafia siciliana, en 1993. Sin caer en voluntad alguna omnisciente o sapiente de todo detalle, el film de la dupla Fabio Grassadonia y Antonio Piazza -los responsables de Salvo, de 2013‑ prefiere la recreación libre, se aleja de los datos documentales, y permite al film revolotear alrededor de la figura de su personaje.

Así como lo hiciera el director Steven Shainberg en Retrato de una pasión, de cara a la fotógrafa Diane Arbus, enmarcada en una imaginería de cuño carrolliano, otro tanto sucede aquí. Pero a diferencia de ese film norteamericano, los realizadores italianos optan por una figura paralela, que sea contrapunto y principal protagonista. De esta manera, Luna es quien sigue a Giuseppe desde un primer momento, en secreto. La secuencia inicial ya expone las piezas del drama: un sendero guía a los niños a un bosque, a su belleza y silencio, hasta que el rugido de un rottweiler provoque la ruptura y constituya el mal presagio. Como si fuera el lobo feroz del cuento, el perro guardián sabrá esperar una segunda oportunidad.

Los realizadores italianos optan por una figura paralela, que sea contrapunto y principal protagonista.

Luna, por su parte, convive con una edad que la inquieta, que le plantea diferencias con sus padres: él es atento con ella, pero todavía la mira como la niña que está dejando de ser; la madre, por otro lado, es una especie de figura de cera vieja, que se desvencija mientras trata de parecer lo que irremediablemente no puede. En otras palabras, una familia que se sostiene por costumbre, con este fusible que es Luna, entregada a un enamoramiento prohibido.

Es decir, todos saben qué hay detrás de Giuseppe pero nadie lo dice. Un secreto a voces con el que Luna tendrá que pelearse y dilucidar. Será ella, justamente, quien pregunte desesperada en la escuela por la ausencia prolongada del compañero. El pupitre permanece vacío, pero nadie parece tomar demasiada atención al hecho. A excepción de ella.

Esta invisibilidad trocará en sueños, porque Luna -su nombre lo indica‑ los invoca. Descansa en ellos y les cree. Si el mundo adulto no puede o no quiere dar respuesta, será entonces el camino de ese sendero compartido, soñado, el que la guíe de otras maneras. Al hacerlo, Luna pone en jaque al tejido social, la pelea será ardua. Puesto que se trata de cine, ningún medio mejor para materializar esta posibilidad: ¿dónde comienza o culmina el sueño? No tiene sentido precisarlo. De este modo, la película da razón también al título original: Sicilian Ghost Story alude a fantasmas. Ellos pueden ser verazmente invocados por el cine, que les materializa y devuelve a la vida.

El film guarda, por otro lado, un parentesco notable con una de las obras maestras del argentino Carlos Hugo Christensen: en Si muero antes de despertar, film de 1952, el realizador versionaba los miedos infantiles a partir de un relato de William Irish. Con maestría, Christensen adentra al espectador en un derrotero de caramelos tristes, con presagio mortuorio. El niño protagonista era testigo desesperado de la ausencia de sus compañeritas de escuela, secuestradas a la salida del colegio pero resguardadas por el silencio disimulado de los mayores, incapaces de dar respuesta. A la búsqueda de ellas, entonces, se dirige el pequeño, tras las huellas de una historia que le dirigirá hacia la misma morada del lobo. El desenlace es excelente, de un temor a punto de volverse realidad.

Así como en aquel film, Luna: una fábula siciliana elige un ánimo nocturno, de pinceladas amarillas, azules, hermosas pero roídas por un clima de sótano. Luna es una soñadora, está enamorada, se da cuenta de que los adultos no son lo que dicen o parecen. Es una pieza de reloj desajustada, capaz de reanimar el entorno y vivificarlo. En suma, ella es una ebullición que lleva a preguntar acerca de ese otro estado de ánimo, aletargado y engrilletado, que debe haber sido ese otro niño, espejo de este relato y de nombre Giuseppe, a quien está dedicada con amor la película.