Los inocentes

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

De dioses y mujeres

Gran realización sobre novicias y monjas a quienes soldados rusos violaron en un pueblo polaco.

El hecho de que Las inocentes está basada en hechos reales no hace más que acrecentar el interés por el relato.

El ámbito es un convento de clausura, por diciembre de 1945 en un pueblo de Polonia. La Segunda Guerra ha terminado, pero allí las heridas, físicas y morales, no han curado. Siete hermanas, que han sido repetidamente violadas por soldados rusos, han quedado embarazadas.

Hay posiciones encontradas, y luego se verá que no solamente en qué hacer en lo inmediato cuando se acerca la fecha de los partos, sino con el destino de los bebés. Pero lo que urge es la salud de las mujeres y de los próximos a nacer. Así es como entra en acción Mathilde (Lou de Laâge), médica francesa que ayuda en la Cruz Roja francesa allí en Polonia. La hermana María (Agata Buzek) es quien la contacta.

El filme prácticamente no se mueve de ese ambiente entre opresivo e iluminado tenuemente. O al menos, es más atrapante todo lo que transcurre entre las paredes del monasterio que en el hospital, en la calle -donde los personajes se cruzan con niños que suponemos quedaron huérfanos tras el combate- o el bosque nevado que separa al convento del pueblo.

Y también la estructura delimita las conversaciones que irán develando secretos, entre la médica, la hermana y la madre abadesa. Más que de acciones, es un filme de diálogos.

Anne Fontaine, la ex actriz que ya como realizadora alguna vez escandalizó con Nathalie X y Madres perfectas, y directora de Coco antes de Chanel, muestra cómo las hermanas confían más en una (mujer) extranjera que en sus propias compatriotas. Saben, o mejor dicho sienten, que el secreto debe mantenerse por una cuestión de, digamos, dignidad. En esta coproducción francopolaca, Fontaine se muestra por suerte más sobria que en las realizaciones antes mencionadas, lo que incrementa y extiende el sentimiento de angustia de las hermanas.

La película tiene puntos de contacto con dos realizaciones recientes. Una es Ida, también polaca, y ganadora del Oscar al mejor filme hablado en idioma extranjero en 2015 (donde actuaba Agata Kulesza, la intransigente madre abadesa aquí), y la otra es De dioses y hombres, de Xavier Beauvois. Los miedos, la rigidez y la búsqueda de soluciones a los conflictos que plantean las tres películas las enlazan de alguna manera, lo mismo que la delicadeza con que se abordan los temas de la fe y sus impensadas consecuencias.