La Gran Colombia. El arte callejero y urbano surge a partir de la separación entre un arte establecido que pierde su ligazón con la vida, y a partir de la necesidad de crear como forma de apropiación y transformación de un espacio ajeno, trastocando su función. La exclusión social y la pérdida de la aquiescencia de la sociedad de bienestar dieron el contexto social para el surgimiento de esta necesidad de intervención artística, la cual -desde su aparición- ha sido una herramienta que le permitió a la juventud tener un auténtico canal de expresión. El segundo largometraje del director Oscar Ruiz Navia acompaña a dos jóvenes graffiteros colombianos de Cali, Ras y Calvin, en su ingreso en los círculos del arte callejero. Ras es un joven que trabaja en la construcción de día y pinta graffitis por la noche con los materiales que roba de la construcción. Cuando es descubierto y despedido, visita a su amigo Calvin, estudiante de Bellas Artes, que está cuidando a su jovial abuela enferma de cáncer. Los introvertidos adolescentes representan a una juventud colombiana de clase media y baja con intereses unificados y un sentimiento de vivir en una sociedad militarizada que castiga todo tipo de manifestación de libertad en nombre del orden y la seguridad. Con ideas políticas y sociales de izquierda radical y una aversión hacia una policía violenta omnipresente en el país cafetero, Ras y Calvin encuentran en el mundo del arte urbano un lugar de pertenencia en función del cual construir una identidad y expresar su descontento social y su ideología. El realizador colombiano representa metafóricamente la existencia de los jóvenes a partir de los hongos como una expresión de la vida que surge a partir de la podredumbre y la descomposición, según las propias palabras de Oscar Ruiz Navia. El director pone en juego de esta manera las instancias de apropiación por parte de los artistas callejeros de las nuevas autopistas, los problemas con los representantes de la ley y la libertad del deambular sin rumbo, elementos contrapuestos con el utilitarismo de la política y su pilar eclesiástico. Las buenas actuaciones responden a una gran labor de dirección que sabe lo que busca de cada actor en cada escena. Sin miedo a improvisar, Los Hongos se adentra en el mundo subterráneo de Cali para representar la marginalidad, la violencia y las formas en que los jóvenes colombianos construyen su futuro. El impecable trabajo de la dirección de arte y la fotografía a cargo de Alejandro Franco, Daniela Schneider y Sofia Oggioni, respectivamente, permite experimentar el arte callejero y la relación entre los personajes como una verdadera experiencia de las nuevas formas de habitar el espacio público y concebir el arte. Ruiz Navia abre el abanico de las múltiples identidades de Colombia en una cálida película realista que busca la ensoñación para oponer la libertad contra los condicionamientos del sistema político económico que aprisiona el futuro de la juventud. Los Hongos nos presenta así la historia de varias generaciones colombianas que se entremezclan en un presente para reflexionar y dejarse cortejar por las nuevas relaciones entre el arte y la vida.
La vida del Grafitti callejero. El pasado jueves 3 de septiembre se inaugurò la 2ª edición de la Muestra Internacional de Cine y Ciudad denominada “Ciudades Reveladas”. Esta Muestra finaliza el miércoles 9 de septiembre. Hasta entonces, podrán ver decenas de films, entre cortos y largos, la mayoría sin estreno comercial nacional, siempre con entrada libre y gratuita. Vale agregar que esta exhibición dio su paso inicial en el año 2013 para luego girar por las ciudades de Salta, San Salvador de Jujuy, Córdoba y Rosario el pasado año. En esta ocasión tal como informa su programa, “la invitación es a transitar a lo largo de una semana por el cine documental, de ficción, experimental, y de autor que tiene como protagonista la ciudad” El largo de apertura fue Los Hongos, de Oscar Ruiz Navia, sin lugar a duda ya de lo más destacable del cine colombiano en cuanto a dirección y puesta. En esta oportunidad, el director de El vuelco del cangrejo nos presenta lo más atractivo del arte callejero pero de la ciudad de Cali. Básicamente, es la historia de dos adolescentes con vidas distintas pero con lenguajes corporales muy parecidos; uno es el afrodescendiente Ras, quien llega a la ciudad, al distrito de Aguablanca desplazado junto a su madre, y el otro es Calvin, un universitario hijo de padres separados, de clase media y que vive con su abuela, una anciana llena de amor por su nieto y que padece de cáncer. A ambos los une una única pasión: el amor por el arte callejero. Llenar a escondidas las paredes de la ciudad con sus dibujos es lo que más los motiva y por eso hacen todo por conseguir las pinturas para realizarlas, lo que le trae como consecuencia a Ras el ser despedido por robar pintura de la construcción donde trabajaba. Primer golpe del film de entrada. Al recorrer los 103 minutos de Los Hongos uno recorre varios momentos. Por un lado, se sentirá como un ojo de halcón contemplando el arte de estos artistas de las paredes callejeras y que nos permite entrar en su mundo, su estilo de vida y pensamiento, que seguramente, producirán nuestra primer incomodidad preguntándonos si es eso realmente arte. El director en esto nunca pierde la coherencia: no pretende un espectador pasivo sino más bien incomodo en su butaca, generándole decenas de prejuicios para que su vista se inquiete toma tras toma. Los Hongos es un film un tanto ecléctico que mezcla varias estéticas a nivel montaje. Por un lado, cada escena se toma su tiempo, el director no es presuroso en realizar tomas no justificadas, por el otro intenta que los cuerpos estén en un movimiento constante, atravesados por historias del pasado llevándolos al presente. Es por ello que hay mucho movimiento emocional, que tiene a varios personajes disimiles entre sí, y muchos tópicos que pasan por el amor de familia, la amistad, la juventud y la aventura, a la crítica social, la religión, la política – haciendo uso de la sátira -, y la locura de la calle. Aunque todo este mix no pareciera ser orgánica en su conjunto; hay transiciones bruscas, cambios de ambiente notoriamente diferentes. Indudablemente, son decisiones desde la cámara y el montaje (sobre todo) que terminan por confirmar el carácter urbano y semireal de este largometraje. La fotografía es vívida, lo que se traduce en una nítida experiencia en pantalla, gracias también a que su formato de rodaje fue el de 35mm. La elaboración de un gran grafiti será la excusa para mostrar el arte urbano y los conflictos que ello trae, mostrado con inteligencia con imágenes de afección a lo Bresson conjugado con fotos en movimiento de precepción de estos artistas y que nos permite entraren su mundo, su estilo de vida y pensamiento. Los actores que participan en la película son reales, grafiteros de la movida en la ciudad que colaboraron con Oscar Ruíz, que improvisaron bastante y que ayudaron a moldear el guion. En definitiva, este largometraje muestra un proyecto que puede surgir desde el dolor y se refleja en los cuerpos de los protagonistas. Podría pasarnos, como me ha sucedido, que al escuchar el título Los Hongos, me situe de inmediato en un imaginario de drogas y placer y descontrol. Pues bien, equivocado estaba porque aunque por momentos el director se tienta en caer en el cliché, la metáfora en el título remite a los hongos explorando su sentido literal: seres vivos que aparecen en contextos de tremenda podredumbre y descomposición. Los hongos son la vida que surge en la muerte. Todas las personas que aparecen aportaron parte de su propia historia y existencia, creando un mundo que se aleja del realismo ortodoxo y se acerca mejor a una ensoñación; un tipo de mundo en el que huir en bicicleta a gran velocidad en medio del tráfico, mientras el viento roza la piel, puede devenir en una epopeya. Una película que tiene lo descrito como punto alto ,pero que con ciertos pasajes de historias de amor ya usadas mucho en el cine, cae en algunos pozos que inclusive hace que el film dure casi 2 horas, cuando bien podría haber contado todo en 90 munutos. Agradable, pero incomoda, con un montaje justificado pero eclectico , Los hongos nos sirven un menú digno de ser digerido.
Grafitis que no callan La ciudad de Cali es el contexto en el que se desarrolla el segundo opus del director colombiano Oscar Ruiz Navia, Los hongos -2014-, y que tiene por protagonistas centrales a una dupla de adolescentes Ras y Calvin, de diferentes clases sociales pero con un sentimiento y objetivo en común: expresar en el arte urbano mediante el grafiti el descontento de su generación en un país de extremas diferencias culturales y atravesado por un militarismo creciente, que bajo pretexto de mantener el orden social apunta a las libertades individuales y mucho más si se trata de la juventud. La segunda idea de Los hongos se conecta pura y exclusivamente con una lectura simbólica desde el título y que alcanza una magnitud distinta en tanto y en cuanto se observe la película desde la propuesta integral que abraza el tono realista, pero no necesariamente se estanca en una representación documental de la realidad. Los hongos crecen donde reina la podredumbre, expresan –por decirlo de algún modo- la victoria de lo vital en condiciones desfavorables y en escenarios donde en teoría no podrían sobrevivir. Algo parecido expresan estos jóvenes, pero también el resto de los personajes que acompañan el relato (el padre de Calvin, la abuela de Ras), todos desde un lugar distinto podrían caracterizarse como sobrevivientes de un sistema opresivo. A veces invisible, otras no tanto –desde la presencia omnipresente de la policía-, el enemigo se encuentra adentro y no afuera o en el terreno de la abstracción. Son las calles peligrosas y el territorio violento en disputa aquello que marca el conflicto central y lo que potencia en cierto modo la rebeldía adolescente, que en el caso particular de este segundo opus del director de El vuelco del cangrejo -2009- encuentra cauce en el armado de un enorme grafiti en el que distintos artistas dejarán una marca y el indicio de una resistencia silenciosa e indomable. Pero también entran en juego, desde el relato, aspectos como: la familia; la amistad; la crítica política, a partir de la ironía y de una puesta en escena expresiva para sintetizar conceptualmente hablando la estética buscada desde el primer minuto por Oscar Ruiz Navia. La decisión de no recurrir a actores profesionales para extraer de las personas de carne y hueso y de sus propias experiencias la espontaneidad y verdad, que muchas veces desde los terrenos de la actuación ortodoxa es una asignatura pendiente para muchos directores, es adecuada en relación al conjunto de la propuesta, como así también cierto despojo del esquematismo para someterse al azar que cada historia lleva consigo. La cámara viaja a la par del caos interno de la historia, busca en los recovecos en que descansa la mirada de estos jóvenes que en ese deambular sin rumbo, en realidad dejan en claro que avanzar no siempre implica dirigirse hacia adelante, avanzar es cambiar desde la actitud frente al mundo y una de las maneras de hacerlo es a través del cuerpo y de la mente en armonía con aquello que nos rodea. El cine debe producir el cambio cuando se despoja de su empecinamiento de captar la realidad sin intervenir en la percepción de la misma y en eso se destaca el compromiso del realizador colombiano Oscar Ruiz Navia.
Desde Colombia, dirigida por Oscar Ruiz Navia, llegan “Los Hongos”, una oda a la expresión principalmente, acá más que nada a través del arte callejero. A lo largo de poco más de 100 minutos, la película sigue a dos adolescentes, distintos y de diferentes familias y situaciones, a quienes el amor por el arte callejero, por los graffities, por expresarse a través de murales con color, los une. Es sólo a escondidas que pueden expresarse a través de este arte, donde cada tanto son detenidos por la policía. “Los hongos” está protagonizada por artistas reales, actores no profesionales, que ayudaron a darle forma al guión junto al director. Esto imprime al relato de mucho intimismo, acercándonos a sus personajes de un modo natural (se sabe que hay mucha improvisación), porque lo cierto es que más allá de no ser profesionales cada uno está muy bien en su papel. Una película urbana, que sucede en la ciudad de Cali, ecléctica, pero en general (porque en realidad la película es tan ecléctica como la ciudad que la enmarca) con una narración más bien tranquila. Sin una estructura tan clásica, la película funciona más bien como un retrato, nos hace testigos de la vida de estos dos personajes, y de una manera más bien íntima nos permite acercarnos a ellos. Parece deambular sin rumbo al igual que sus protagonistas, sí, pero siempre se los percibe además enérgicos. “El problema es el billete”. “Sí, el problema siempre es el billete”. Temas como el amor fraternal, la amistad, la juventud, el sexo, la crítica social y sobre todo la necesidad imperiosa que un artista tiene de crear son algunos de los que dan forma a una película extraña, a la que probablemente le sobren algunos minutos, en especial durante su primera parte. Lo cierto es que la historia, lo que nos interesa, tarda en arrancar. Pero es un retrato que se percibe honesto y fresco.
No es fácil ser joven Un más que digno segundo paso para este joven director colombiano tras su elogiado debut con El vuelco del cangrejo. Tras su elogiado debut con El vuelco del cangrejo, Ruiz Navia abandona el ámbito rural (y playero) para ofrecer un relato eminentemente urbano. En este caso, describe el mundo de dos adolescentes que comparten, entre otras cosas, su pasión por el graffiti en la siempre viva y convulsionada ciudad de Cali. Ras, que además se dedica al skate, es negro y casi no tiene comunicación con su madre; Calvin, es blanco y está a cargo de su anciana y enferma abuela. Lo que el director expone -con belleza, sensibilidad y algún dejo de pintoresquismo- son los códigos de esa amistad, mientras afloran su arte, su politización, sus relaciones con las chicas, sus gustos musicales (ven a varias bandas under en vivo), sus problemas con la policía en un ambiente marcado por la represión, las diferencias sociales, los apremios económicos, la religiosidad y las manipulaciones desde el poder. Más allá de cierto déjà-vu de estos relatos de iniciación con algo de Gus Van Sant y Larry Clark, se trata de un muy buen segundo paso (ganador del Premio Especial del Jurado en la sección Cineasti del Presente de Locarno 2014) de un director de indudable talento.
Grafiti Los Hongos (2014), de Oscar Ruiz Navia, trata sobre dos jóvenes colombianos, Ras (Jovan Alexis Marquinez) y Calvin (Calvin Buenaventura), y sus merodeos sin rumbo a través de la ciudad de Cali. La sinopsis informa que “en el camino, como dos hongos, contaminarán su entorno con una inmensa libertad”. Será que la película admite varias interpretaciones. Yo entendí el título como una referencia a la breve expectativa de vida de los hongos, que estallan tan rápido como proliferan. Como los hongos, el arte de Ras y Calvin aparece repentinamente en cualquier lado, lleno de vida y color, y prontamente se extingue. Se trata del grafiti. Los amigos son amateurs, aunque están en proceso de unirse a una comunidad de “soldados”, unidos contra un sistema político al que llaman Babilonia. Su siguiente objetivo es pintar un enorme mural debajo de un puente con la provocadora leyenda “Nunca volverán a silenciarnos”. Éste es el núcleo de la película. Filmada principalmente en la calle con cámara en mano y actores que donan sus nombres a sus personajes, Los Hongos nos remite a la escuela del neorrealismo. Sus personajes andan y en su andar forman una cartografía social de los espacios que recorren – clubes nocturnos, cuarteles pandilleros, baldíos chatarreros y en el fondo la campaña política de un tal Albarracín, que algo trama. En materia de personajes, tenemos unos cuantos: la madre de Ras, profundamente religiosa; la abuela de Calvin, una empedernida liberal; su padre, subrepticiamente vil; un arengador social apodado Zudaca y una hermosa chica llamada Dominique (Dominique Tonnelier), que sale pero no sale con Calvin. Es complicado. El elenco describe varias generaciones y estirpes de colombianos, pero los une un denominador común: los extremos a los que llegan para lidiar con la realidad social del país. Y en el medio, Ras y Calvin, que están buscando su eje. Puede que en un intento por descifrar el corazón de una compleja realidad, el director/guionista Ruiz Navia simplifique algunos lugares y generalice en otros. La comunidad de vándalos y la fauna callejera a veces no se siente muy auténtica, o mismo parece estar sirviendo una idea pintoresca de sí misma. Lo cierto es que Los Hongos llama la atención a un mundo emergente y cautivador, retratado con cariño y preocupación por sus personajes y la realidad que les toca vivir.
De Oscar Ruiz Navia, como telón de fondo la ciudad de Cali, la represión, el sometimiento de culturas, la sumisión, la urgencia creativa. Dos grafitteros sólo viven para aprender de los expertos y dar rienda suelta a su creatividad. Con ese ímpetu borran barreras y prometen “Nunca más guardaremos silencio”. Potente e interesante film.
Gripping acting that steers clear of the artificial helps give realistic edge to Los hongos Points: 8 “To most people, the film title Los hongos (The Mushrooms) evokes a psychedelic imagery, filled with drugs and pleasure. But instead it’s a metaphor that literally refers to mushrooms: living beings that appear in extremely rotting contexts and decay. The mushrooms are the life that is born amidst death,” says filmmaker Oscar Ruiz Navia (El vuelco del cangrejo) about his second opus, a sensitive urban tale about youngsters for whom graffiti culture is both a means of expression and a place of belonging. In spite of the harsh environment they live in, these kids in their teens and 20s manage to grow as mushrooms do. Set in Cali, Colombia, Los hongos concerns Ras (Jovan Alexis Marquinez Angulo), a working-class black teen, and Calvin (Calvin Buenaventura Tascon), a middle-class fine arts student, who are two close friends who not only share a passion for graffiti culture but also a good dose of heartache. Ras has a prosaic and underpaid day job as a construction worker with less than friendly workmates, lives in near poverty with his mother and his only escape is painting graffiti at nights around Cali. As for Calvin, he’s having a hard time coping with his parents’ divorce, he may break up with his girlfriend and his grandmother has cancer. Nonetheless, they are both life-affirming, socially-aware fellows who dare struggle for their social and political ideals regardless of their often grim scenario. If the storyline sounds like the stuff depressing, downbeat drama is made of, fear no more. Los hongos is nothing like that. To begin with, it examines the daily routine of these two friends in a documentary-like style that strongly evokes realism. At the same time, it has a more impressionistic, poetic edge that takes the whole scenario to a different level. Such combination is hard to pull off, but for the most part Ruiz Navia manages to mix them seamlessly, in quite an organic manner. So you get to see spontaneous, enticing slices of life that make up minimal stories. But Los hongos is no fairy tale either. I’d say its tone lies somewhere between harsh realism and moderate optimism, depending on the sides of the story. Among other things, it’s the gripping performances, never picturesque or artificial, that make the film so dramatically assured. Likewise, the special, intimate moments captured by an alluring cinematography have an emotional resonance that goes beyond words and into the realm of the senses. Which doesn’t necessarily mean that you have a profound, existential work here. At times, Los hongos feels as if it just scratches the surface of its many possible topics. But I find that to be a minor drawback, if that, considering how many other things are well done. Production notes: Los hongos (Colombia/ Argentina/ France/ Germany, 2014) . Directed by Oscar Ruiz Navia. Written by Oscar Ruiz Navia, César Augusto Acevedo. With: Jovan Alexis Marquinez Angulo, Calvin Buenaventura Tascon, Gustavo Ruiz Montoya, Atala Estrada, Maria Elvira Solis, Dominique Tonnelier. Cinematography: Sofia Oggioni Hatty. Editing: Felipe Guerrero. Running time: 103 minutes.
La vida escrita en la pared En su seguimiento de las andanzas de Ras y Calvin, dos jóvenes artistas de diferente extracción social dedicados al graffiti, la película cae en algún slogan innecesario, pero evita la violencia extrema o el golpe bajo de la muerte innecesaria.Algún memorioso podría imaginar que Los hongos es una nueva versión de Beat Street, ese clásico del street art (y del hip hop y el breakdance) visto por el cine de los 80. Pero el segundo largo del colombiano Oscar Ruiz Navia –luego de El vuelco del cangrejo– no parece tener entre sus ambiciones el llevar a las masas un fenómeno contracultural sino de registrarlo de la manera más sensible posible en un formato de ficción. Ambos films comparten, sin embargo, cierto concepto de fondo: el retrato generacional de un Bronx pre Giuliani en aquella película (producida por Harry Belafonte, es bueno recordarlo), una porción de la juventud de Cali en la segunda década del siglo XXI en Los hongos, film que supo conseguir el Premio Especial del Jurado de la sección Cineastas del Presente del Festival de Locarno.Sin subterráneos urbanos pero con paredes relucientes como “víctimas” ideales para el graffiteo, Ras y Calvin –dos amigos apenas posadolescentes– recorren los vecindarios de la ciudad colombiana con ideas conceptuales para su próximo despliegue de arte visual. Ruiz Navia y su coguionista César Augusto Acevedo ubican a ambos personajes en distintos escalones sociales: el primero, de raza negra, vive con su madre y subsiste gracias a un trabajo como pintor en el rubro de la construcción; el segundo, blanco y de clase media, parece cada vez menos interesado en su carrera universitaria en Bellas Artes y convive con su anciana abuela. Unión de clases al fin, el enemigo invisible parece ser el futuro, el mundo de los adultos, cierto ideal de orden y progreso, representado en gran medida por esa policía que, en más de una ocasión, aparece para aguar la fiesta y detener la producción de los murales.Hay una novia en el caso de Calvin –uno de esos noviazgos poco formales, más cercano a la amistad sexual– y una relación problemática con la madre en el caso de Ras. Amén de otros personajes –bastante más veteranos que los protagonistas– también involucrados en el arte callejero (muchos de ellos, es de suponer, interpretados por auténticos artistas colombianos). Lo más interesante de Los hongos puede hallarse en su estructura fragmentaria, en esos interludios que no hacen avanzar la historia pero describen certeramente personajes y situaciones: la secuencia de canto y baile que la madre de Ras encabeza junto a un grupo de mujeres, la escena de sexo con final abrupto entre Calvin y su amigovia, un recital algo improvisado cuyo registro semi documental oculta una precisa puesta en escena: la posición de la cámara y la ubicación de los actores resulta de enorme importancia a la hora de generar y mantener un suspenso de corte minimalista.Menos relevante resulta la propuesta política del film, que al seguir muy de cerca el punto de vista de los personajes parece apropiarse de su discurso, v.g.: una lectura superficial de los eventos de la reciente revolución egipcia que –signo de los tiempos– se convierte en puro slogan visual, vaciada una buena parte de su contenido real. Mientras, en los televisores prendidos y en los afiches callejeros pueden verse y leerse algunos discursos y consignas políticas de ocasión ante la inminencia de unas elecciones locales. Es una auténtica bendición que Los hongos evite la violencia extrema o el golpe bajo de la muerte innecesaria. Para el cine latinoamericano contemporáneo, ese parece ser un auténtico acto de resistencia a los imperativos del mercado cinematográfico global.
Sobre la ingenua búsqueda de la libertad Tercera ciudad más poblada de Colombia, Cali es un auténtico hervidero cultural: conocida como la capital mundial de la salsa, alberga una juventud inquieta, creativa, desencantada con la política y muchas veces perseguida por los sectores más conservadores. Es la juventud que en esta segunda película de Oscar Ruiz Navia, el mismo de la elogiada internacionalmente El vuelco del cangrejo (2009), representan Calvin y Ras, dos grafiteros que crecen como hongos solitarios en pleno asfalto de esa urbe luminosa e hiperactiva. Uno, hijo de padres divorciados, cuida a su abuela enferma de cáncer; el otro, de origen más humilde, sufre en un trabajo elemental, exigente y mal pago hasta que es despedido por robar unos litros de pintura. Lo que la película -premiada en los festivales de Locarno y Rotterdam captura con nervio y eficacia es la deriva anárquica de los protagonistas en plena etapa de desarrollo de su personalidad, la previa a una adultez que amenaza con la abulia y la integración a la sociedad de consumo. Calvin y Ras pintan paredes inspirados en las revueltas de la primavera árabe, deambulan por rincones apartados de la ciudad, fuman marihuana, entran en contacto con las tribus urbanas que intentan resistir la lógica del sistema y, naturalmente, son perseguidos por la policía. En torno de una trama deliberadamente sinuosa y fragmentaria, Ruiz Navia abre algunas otras líneas argumentales que abandona súbitamente: la de una padre simpático e indolente que intenta sostener su inestable carrera como cantante popular, y la que involucra a una jovencita en ebullición hormonal que parece pretender un noviazgo menos formal que el que Calvin le propone. La película avanza a tientas, cambia de humor repentinamente, coquetea con el registro documental y vuelve a internarse en la pura ficción, funcionando como espejo de la oscilante conducta de los dos protagonistas, y se reserva un final poético y de singular belleza pictórica, el que merecen esos dos chicos que se mezclan en el tráfico pesado de una avenida caleña con una bicicleta y un skate, soñando cándidamente con una libertad difícil de conseguir.
Graffitis y murales de Cali La geografía es diferente a la de su opera prima, El vuelco del cangrejo (2006), ya que en el segundo opus los espacios abiertos arenosos y rurales se modifican por las calles de Cali, de noche y de día, como si la travesía de los protagonistas no tuviera fin. La geografía es diferente a la de su opera prima, El vuelco del cangrejo (2006), ya que en el segundo opus los espacios abiertos arenosos y rurales se modifican por las calles de Cali, de noche y de día, como si la travesía de los protagonistas no tuviera fin. Los films del colombiano Oscar Ruiz Navia hablan de un país y de un continente, como la cuantiosa producción latinoamericana actual, pero los recursos del cineasta se evaden de lugares comunes y de la afanosa búsqueda de ese pintoresquismo for export que colma las delicias de un público festivalero. La metáfora, en cambio, está a la vuelta la esquina, y vaya su si recorrerán aceras peligrosas y calles en tensión los jóvenes Ras y Calvin, especialistas en graffitis y murales de la resistencia y subsistencia diaria. Uno es diferente al otro desde sus orígenes, color de piel y expectativas a futuro, pero comparten los propósitos del arte urbano, aquel que molesta a la ley y a los reaccionarios de cualquier sociedad, pero más aun a la colombiana, siempre sentada en una bomba a punto de estallar o supeditada a la represión policial casi diaria. Ruiz Navia cambia de tono en forma permanente, ya que su película varía de un minimalismo familiar aferrado a una actitud ética frente al estado de las cosas, tal como se observa en la primera mitad, a un recorrido (casi) final por la música de bandas musicales under, en esos lugares adonde asisten Ras y Calvin. Por eso, Los hongos es un film extraño pero de innegable seducción. Como si se tratara de un viaje por las calles de Cali guiado por un director y su equipo técnico, reúne en su argumento cada uno de los tips de una película latinoamericana (marginalidad, represión, religión, desempleo, supervivencia, amistad). Pero ninguno de ellos molesta debido a que su director presenta los conflictos como un diario de viaje con una cámara en plan de descubrimiento. Y con dos jóvenes protagonistas que tienen sus armas cargadas de futuro a través de pinceles, aerosoles y baldes de pinturas.
Una colorida vindicación del tiempo presente El movimiento graffitero caleño, es decir de Cali, inspiró al colombiano Oscar Rodríguez Navia para hacer esta película que es, dentro de todo, amable, familiera, colorida y optimista. Lo interesante es que bien pudo ser una cosa decididamente poco amable, desgajada, grisona, con personajes de respetable experiencia como para agobiar a uno en lo malo del pasado y entender que también el futuro será malo. "Y bueno", parecen decir entonces los protagonistas, "por eso mismo, disfrutemos el presente". Por algo asumen el apelativo de "hongos", que son esos cuerpos vivos que crecen en medio de la descomposición. Saben que no viven en la luna de Valencia, como diría la abuela de uno de ellos. Que el mundo es ancho y ajeno, como dice el libro de ese escritor paradójicamente llamado Alegría, Ciro Alegría. Y que la ciudad no les pertenece. Ni les escucha. Por eso mismo se apropian de las calles, de las paredes, y allí pintan su manera de ver las cosas, sus cosmogonías, sus idolatrías, sus alertas, sus reclamos, y también su madre y su abuela, es decir las raíces más concretas que conocen, las personas más queridas que tienen, las que más se merecen un cuadro y una estampita. Según ha dicho el director, los intérpretes son dos graffiteros auténticos, Jovan Alexis Marquínez, alias Ras, y Calvin Buenaventura. Ellos mismos definieron el guión y los diálogos a medias con el director. El primero aparece como un morocho apasionado de tal forma por la pintura callejera, que se manda una macana en el trabajo y termina realmente en la calle. El otro será su compinche, vago como él pero de clase media y estudios cursados en Bellas Artes. Eso no implica mayor conflicto de clase. Más bien hay una "indiferencia de clase", como dijo alguien. El arte (y alguna otra cosita) los une. Después, por supuesto, hay cierta fantasía en la creación de sus respectivas familias, ambas incompletas, y en la serie medio deshilvanada de situaciones que les toca vivir o presenciar. Demasiado deshilvanada, es cierto, y demasiado abarrotada. Cuando la película pinta gente que pinta murales, digamos que está bien. Cuando quiere pintar su propio mural abarcando una cantidad enorme de temas, ya se pierde un poco. Defecto de principiante. Esta es la segunda obra de Rodríguez Navia tras su aplaudido debut en "El vuelco del cangrejo", que era más sencilla -y tuvo más elogios de lo conveniente. Dato al margen: en esta producción también trabajan la madre (detrás de cámara), la abuela y el padre del director.
Desde Colombia llega los Los Hongos de Oscar Ruiz Navia , coproducida por Argentina, y estrenada en el pasado Festival de Cine de Mar del Plata. Cada noche después del trabajo, RAS pinta grafitis en distintos muros de su barrio al oriente de Cali. Durante el día es obrero de construcción y el hijo de MARIA, una dulce mulata que emigró a la ciudad proveniente de la selva del pacífico. RAS no ha vuelto a dormir y está empezando a soñar despierto. MARIA sufre por esto pues piensa que alguien lo ha embrujado y el chico terminará en la locura. Un día RAS pierde su trabajo por robar varios tarros de pintura con los que venía haciendo un gran mural en el lote contiguo a su casa. Sin un peso para ayudar a su madre, atraviesa la ciudad en busca de CALVIN, otro jóven grafitero estudiante de bellas artes que vive unos días difíciles tras el divorcio de sus padres y el cáncer que padece su abuela. Los chicos irán sin rumbo fijo por la ciudad, como el que quiere perderse y no regresar. En el camino, como dos hongos, contaminarán su entorno de inmensa libertad. A diferencia de Gente de Bien de Franco Lolli, donde el punto de vista estaba en un padre y su hijo frente a los estratos sociales en Colombia, en Los Hongos la historia se pone a merced de dos adoscelentes Ras y Calvin, ambos muralistas que se ven saturados por los organismos de poder, ya sea la policía, la religión y la política. Ambos son incomprendidos y viceversa, ellos no comprenden la sociedad que los rodea Todos estos temas no saturan la historia principal de estos jóvenes, sino que complementan sus intenciones; a la hora de expresarse a través del arte. Ruiz Navia refleja a sus personajes en una constante dualidad entre lo natural, el amor y la sinceridad, especialmente entre la relación de Calvin y su abuela, frente a las figuras paternas ausentes e incluso el vació emocional del amor juvenil. Saturados de este mundo, se abocan en su cultura muralista y su impacto social reflejando las problemáticas en Egipto.
Ras y Calvin son dos jóvenes colombianos amantes de graffitear paredes en los barrios de Cali, donde ellos residen. Calvin es un estudiante universitario de bellas artes, mientras que Ras se vuelve un bala perdida luego de que su patrón lo eche del trabajo por robar pintura. Pero a ambos los une el amor por el arte y una gran amistad. Y será ese lazo que comparten lo que los lleve a vagar por la ciudad como dos hongos perdidos. Píntame, le dije yo al pintor Con unos créditos de apertura al más puro estilo psicodélico, combinando una música símil rock tribal y esa sensación que nos brindaba el ya extinto 35mm, Los Hongos nos abre las puertas de lo que a priori parece ser una cinta al estilo buddy movie con el aliciente del arte callejero. Pero lamentablemente esta coproducción entre Colombia y Argentina deja un sabor de boca tan terriblemente malo que es imposible encontrarle alguna virtud. Empezando por los protagonistas y sus actuaciones poco creíbles, las líneas de dialogo prácticamente leídas, y unos personajes más chatos que posavasos. Ni hablar de la nula trama o del pobre guion. La cinta dura 1 hora y 43 minutos, y en todo ese tiempo no hay historia. Es como si la película fuera una serie de escenas concatenadas y eso es todo. Y por eso no deja de sorprender los laureles que recibió la película durante su paseo por los distintos festivales de cine, y más aún sorprende el hecho de que fue seleccionada por Colombia para competir en los Oscar de la temporada pasada en la categoría de Mejor Película de Habla No Inglesa. La cinta además de ser totalmente soporífera en su extremadamente larga duración, no tiene rumbo fijo ni dirección, y pierde el norte pasada la media hora. Como si el director no se hubiese decidido entre hacer una especie de falso documental, un drama o una buddy movie, y como resultado termina concibiendo este hibrido con tantos baches en su metraje que hace imposible su visionado. La falta de pulso narrativo del director colombiano Oscar Ruiz Navia (El Vuelco del Cangrejo, 2010) no hace más que entorpecer –aún más– el ritmo de la cinta. Quizás uno de los elementos que vale la pena rescatar de esta producción es su música, y algún que otro plano de los muchachos pintando un gran mural en un puente de Colombia. El resto es totalmente descartable y no vale la pena ni mencionarlo. Ni siquiera el pésimo y espantoso final, aunque pensándolo bien, el desenlace va acorde a lo que fue la cinta: un total oprobio hacia el espectador. Conclusión Sin historia, sin trama, sin hilo narrativo, absolutamente tediosa y aburrida, Los Hongos es una película sin pies ni cabeza en la que no vale la pena gastar tiempo en verla, ni mucho menos dinero. Con tantos buenos proyectos argentinos, sorprende que el INCAA haya financiado esta cinta que no destaca en nada, salvo por su música. Absolutamente no recomendable, en serio.
Mi voz es el dibujo. Hay films que se focalizan en temáticas concretas. Hay otros, en cambio, que representan tópicos más universales. La libertad de expresión y la rebeldía contra determinados mandamientos sociales es un ejemplo del segundo tipo. Con frescura, inteligencia y respeto, Los Hongos (2014) retrata el sentir, pensar y vivir de dos jóvenes en plena edad de descubrimientos y cuestionamientos. Cada noche, después de la obligación que implica el trabajo, Ras (Jovan Alexis Marquínez Angulo) se dedica a lo que más le gusta hacer: pintar graffitis en distintos muros de su barrio. Durante el día es obrero de construcción y el hijo de María (María Elvira Solís), una mulata que emigró a la ciudad proveniente de la selva del Pacífico y que intenta, por todos los medios, imponerle que lleve una vida normal. Pero Ras sueña despierto con otras cosas. Luego de perder su trabajo por robarse unos tarros de pintura para terminar un gran mural, Ras atraviesa la ciudad en busca de Calvin (Calvin Buenaventura Tascón), otro joven graffitero estudiante de Bellas Artes que está atravesando el divorcio de sus padres y el cáncer de su abuela. Los chicos irán sin rumbo fijo y serán libres. Los Hongos se propone acompañarlos en ese estupendo recorrido lleno de experiencias, sin horarios ni impedimentos. Este es un intenso proceso plagado de características típicas del cine de autor. Lejos de la intención de encarar un viaje psicodélico relacionado con las drogas y el placer -como al que quizás el título de la película podría remitir- el colombiano Oscar Ruiz Navia escribe esta historia desde una experiencia dolorosa propia, según dice. Y eso es lo más rico de este relato; la posibilidad del espectador de disfrutar de la belleza y simpleza de los planos, entendiendo que “los hongos” representan la metáfora de dos seres que están sumergidos en un contexto de podredumbre y descomposición. Casi como un documental, Los Hongos representa la realidad de aquellos que aun abocados y sofocados por la rutina angustiante que significa en gran medida hoy en día vivir para trabajar, sueñan pensando en trabajar quizás sólo para poder vivir y alcanzar otros objetivos de carácter más bohemio. Como reza el eslogan del afiche, los protagonistas nunca más guardarán silencio sobre cómo se sienten. La expresión a través del arte lo es todo y ya nada podrá acallar tremenda manifestación. Oscar Ruiz Navia, premiado y reconocido en varios festivales internacionales por otros films interesantes como El Vuelco del Cangrejo (2009), con una narrativa visual imponente, sabe ofrecer una puesta atípica que no pasará desapercibida. Los Hongos significará para muchos un revelador viaje de ida.
Dos amigos a la deriva en Cali En un registro naturalista, que se acerca al documental, la cámara sigue a estos dos personajes. “Los hongos son seres vivos que aparecen en contextos de tremenda podredumbre y descomposición”, escribió el colombiano Oscar Ruiz Navia para explicar el título de su segunda película. Los hongos son Calvin y Ras, dos adolescentes que se aferran al skate y los grafitis como tabla de salvación en una ciudad, Cali, tan compleja como la mayoría de los grandes centros urbanos latinoamericanos. Es un entorno hostil, caótico e indiferente, que no parece guardarles un lugar destacado en su futuro. Pero ellos no parecen sufrir esa realidad, sino aceptarla e intentar ser lo más felices posible dentro de las limitaciones que les impone. Esta es una de las cualidades de la película: si bien muestra la precariedad económica, la corrupción institucional y la farsa política, no es un filme de denuncia. No se cargan las tintas sobre los padecimientos ni se hace un pintoresquismo for export del caos latinoamericano; las adversidades son parte de un paisaje donde la creatividad y la esperanza son posibles. Y esto se aplica no sólo al contexto social, sino también a las relaciones humanas. Es conmovedor el vínculo que mantiene Calvin con la Ñaña, su “abuelita” enferma de cáncer. Una vez más, lo negativo es sólo un dato, no pasto para un posible drama lacrimógeno. Lo mismo se aplica al vínculo entre Ras y su madre, signado por la pobreza y la postergación, pero sin que se haga una explotación tendenciosa de la miseria -ni tampoco una idealización- para conmovernos. Aquí no hay víctimas, sino luchadores de la vida que como única arma empuñan su arte. Puede ser el canto y el baile improvisados entre vecinas, los grafiti clandestinos de grupos vagamente politizados o la música ruidosa de un furioso grupo hiphopero. En un registro naturalista, que por momentos se acerca al documental, la cámara sigue las aventuras de estos dos amigos que están a la deriva, pero hacen de ese desamparo un refugio que los vuelve capaces de encontrar un manantial cristalino en medio de una jungla de cemento.
EL SILENCIO EMPIEZA A GRITAR Un living particular, donde el sillón de dos cuerpos y la televisión se encuentran rodeados de plantas cuyas alturas, cantidad de follaje, proporciones y texturas varían de forma notable; una suerte de invernadero más ampliado, con gran abundancia de luz que simula una diminuta selva perdida en la ciudad, en la convivencia con ciertos objetos del hombre y con la cual crea una especie de simbiosis. Esa proliferación del verde, de las hojas y las raíces por sobre el material se asemeja con el concepto del hongo tan fuertemente trabajado en la película de Oscar Ruíz Navia. Allí interviene la propagación de la esencia en tanto vía para la búsqueda de una voz y una identidad propias a través del arte callejero, como ya evidencian las primeras imágenes de Los Hongos: una mano mueve el rodillo de manera vertical por las paredes y deja el rastro suave de la escasa pintura. Dicha expansión se potencia en el encuentro de Ras y Calvin, dos amigos que afrontan situaciones complejas o de incomprensión en el ambiente familiar, económico y social. Sin embargo, estas contrariedades privadas se entremezclan con la conmoción desde lo público a partir de algunos videos de represiones en Egipto o Medio Oriente. De allí no sólo nace su lema “Nunca más guardaremos silencio”, sino también el germen de la futura irradiación, el inicio del recorrido personal para la conformación del propio ser. Si bien el desarrollo de ambos protagonistas no sigue una lógica lineal, sino sinuosa y de constante reconstrucción, resulta bastante peculiar la mirada tan opuesta concebida por el director hacia las mujeres de la película. Por un lado, la abuela de Calvin comprendida como una confidente y alguien sabio por la experiencia de vida pero enmarcada en un cuerpo enfermo de cáncer. Por el otro, la novia de Calvin y la cantante que sale con Ras, como mujeres con cuerpos fuertes y jóvenes pero cambiantes y bastante histéricas, sobre todo, en lo sexual. “Tenemos el poder de los colores, los aerógrafos, los vinilos, los rodillos – proclama uno de los hombres que invita a Ras y Calvin a pintar con ellos en los muros del Puente de los Mil Días –. ¿Qué es lo que somos? ¿Qué vamos a hacer? Contra Babilonia, hermano”. Las camionetas, las motos, las bicicletas y los skates salen en tropel con los tachos de pintura y los pinceles. La semilla ya está instalada, sólo resta contemplar su efervescencia. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Vida de artista Dos muchachos de Cali sueñan con pintar los muros de la ciudad con mensajes de libertad y resistencia. Pocas veces llegan a las salas locales registros de historias cotidianas con protagonistas latinoamericanos. En Los hongos, el director Oscar Ruiz Navia sigue con su cámara a dos muchachos de Cali, que, en skate y bicicleta van en busca de los espacios donde pueden expresarse libremente. La película muestra sin narrar y mantiene la frescura del registro en el que hay momentos reveladores. Cuando canta el gallo, Ras está despierto. Aún no ha dormido. Se lava la cara y va a la construcción. Lo alientan ideas e impulsos que comparte con Calvin, el chico del otro lado de la ciudad. Son grafiteros y creen en su arte como denuncia, herramienta y desahogo. Sus mundos domésticos son escuetos. Ras vive con María, su madre, una inmigrante que va a la iglesia y teme que su hijo esté embrujado. Calvin cuida a su abuela enferma de cáncer. La Ñaña es quien lo protege con su afecto aunque el cuerpo esté débil. Los cuidados del nieto demuestran la ternura del chico que la acompaña y la ayuda a dormir, la asiste y le pinta los labios. Es la dimensión íntima del chico que sueña con la revolución o algo así. Los chicos se desplazan por la ciudad sobre el fondo de paredes de ladrillo sin revoque. Van a encontrarse con los referentes de una actividad que disputa muros e ideas al establishment. El contexto es el de las elecciones municipales. Los paredones sirven de soporte a cantidad de afiches idénticos, con la foto del favorito. El padre de Calvin discute en el bar sobre los nuevos candidatos surgidos de la noche a la mañana. “Son los candidatos del fachismo, la autocracia, el narcotráfico. Nada de aventuras”. La tribuna de los muchachos está con los grafiteros. Ras quiere que la frase sea: “Nunca más guardaremos silencio”, tomada de la revuelta egipcia. Las mujeres con la cara cubierta son también el signo de los tiempos que quieren cambiar. La cámara se mete en la fiesta con las chicas de la facultad, el amorío de Calvin y Dominique, nacido en la facultad de artes; hasta llegar al puente donde trabajan de noche mientras Calicalentura Radio transmite ‘la revuelta submarina’. La película se detiene en la cultura popular de los jóvenes, un recorte que no incluye sicarios y narcos. El título alude a un concepto tan popular como errado, que dice que los hongos nacen en contextos de putrefacción.
Pinta tu aldea Hay cierta indolencia en Calvin y Ras, los dos jóvenes protagonistas de Los hongos, segundo y premiado largometraje de Oscar Ruiz Navia. Si bien se suman a la movida del grafiti callejero y subversivo, y sufren la represión policial por ello, hay en su actitud más una condición experimental que realmente activa desde lo político. A Calvin y Ras, amigos de diferentes clases sociales, les gusta pintar paredes, dejar su firma, expresar su arte por las calles de Cali. Si eso significa una acción reñida con las buenas costumbres, será algo casual y no tanto causal. Indolencia, en el fondo, que no es falta de compromiso por parte del director, sino más bien una forma de sostener su registro a partir de los personajes: los amigos grafiteros recorren esas calles así como la cámara, ofreciendo desde su mirada un complejo entramado de relaciones que dan como resultado una ebullición cultural que parece desestabilizar progresivamente un sistema instaurado desde un poder que vincula lo político/partidario con lo religioso. Los hongos tiene, desde su propuesta estética, mucho vínculo con ese cine regional que gusta del pintoresquismo y funciona muy bien en festivales. En ese sentido, la forma de mostrar por parte del director se parece a la de Calvin y Ras, porque ese pintoresquismo no es más que un tono que aparece inconscientemente. Para contrarrestarlo, Ruiz Navia desarticula muchos de los lugares comunes que este cine miserabilista gusta explotar con ánimo especulativo. La circulación de los personajes por Cali adquiere un sesgo documental, y eso sirve para eludir de alguna manera los resortes narrativos que la ficción tiene guardados casi inevitablemente para este tipo de producciones. Calvin y Ras participan con la misma actitud indolente de reuniones de grafiteros como de las charlas políticas del padre de uno de ellos: la evasión es indudable, lo que importa es pintar, accionar, darle rienda suelta a lo placentero detrás del gesto. Actitud que no es más que un símbolo de estos tiempos donde las nuevas generaciones parecen abarcar desde el discurso una especie de sincretismo ideológico, donde el recorte de diversas posiciones parecería llevar hacia la concreción de sujeto nuevo: enfrentándose desde otros lugares a lo político, incluso a lo sexual. Y si bien la respiración de la primavera árabe que se aprehende desde videos en Youtube o con grafitis estetizante parece hablar de una cierta liviandad y falta de compromiso, lo crucial es notar que el film sigue no a dos jóvenes convencidos, sino a dos que están trazando un camino. Ese viaje, el de la cámara y el de los protagonistas, que vale la pena acompañar aunque desconozcamos el final.
“Los hongos” nos acerca en la ciudad de Cali (Colombia) a la vida de dos adolescentes, de Ras y Calvin. El primero cada noche, después de su trabajo de peón en la construcción, pasa el tiempo pintando grafitos por los muros de su barrio (Oriente de la ciudad), no duerme y sueña despierto. Maria, su madre, cree que está embrujado y puede llegar a la locura, por lo que utiliza creencias para liberarlo de ello. Ras pierde su trabajo por robar pintura en la obra, con la que esta realizando un gran mural en un descampado al lado de su casa. Sin un peso en el bolsillo decide atravesar la ciudad en busca de Calvin, otro grafitero, que estudia Bellas Arte, que sufre la separación de sus padres y, por si fuera poco, cuida de su abuela “La ñaña” (Atala Estrada, abuela del director en la vida real). Los dos grafiteros irán sin rumbo fijo por la ciudad tratando de expresar sus deseos, y en este viaje encontrarán a otros personajes con inclinaciones afines, y los problemas continuarán, pero en su camino irán contaminando su entorno de libertad. Tal es, en síntesis, la historia que da base al entramado de la narración. Una de los aspectos interesantes de la obra es que cuenta con la participación de personajes que forman parte de diversas “tribus urbanas” como grafiteros (Ras y Calvin lo son), punteros, skaters, parkoureros y breakdancers, y además se realizo un rodaje-concierto con la presentación de la banda caleña “Zalams Crew” y la presentación de la banda punk femenina “La llegada del Dios Rata”. En mi opinión (parcial, pues soy adepto al cine latinoamericano, pero eso no obnubila la razón) el trabajo actoral logra dar el punto justo, máxime tomando en cuenta que no son actores profesionales, sino gente dedicada a los grafitos, labores sencillas, sin histrionismos, ni sentirse forzados. Por lo visto se les pidió que sean ellos mismos, y no defraudaron. En este aspecto mención particular gana Atala Estrada, quien como “La ñaña” logra trasmitir conmovedora calidez y ternura. Atala no pudo recibir el reconocimiento a su labor, pues falleció antes del estreno. El tratamiento del guión resulta adecuado a las características propias del road movie (aquí bicicleta movie), por lo que se puede permitir saltos, o elipsis de tiempo y espacio, como me enseño mi profe, con fluidez en la progresión de la historia. En el área técnica, la fotografía de Sofía Oggioni logra buenos resultados, con el registro de tomas tan difíciles como las nocturnas, y el ritmo narrativo se mantiene adecuadamente merced a una criteriosa compaginación. En cambio resultan no del todo felices las canciones de un recital en vivo, pues se lo siente forzado, con la única finalidad de alcanzar los 103 minutos de duración. En suma, una realización sencilla, pero no por ello menos ambiciosa en cuanto a presentar un mundo joven y difícil, más aun por ser latinoamericano, con algunas situaciones muy propias la de los políticos en la búsqueda de votos, y algunos chantas que siempre tratan de aprovechar sus contactos (el padre de Calvin). Una obra dura, pero esperanzadora (como es la adolescencia) dejando un sabor amargo, pero optimista en cuanto a que todo viaje es un camino de búsqueda y por lo tanto de maduración. En vista y considerando lo difícil que es lograr el estreno de alguna película latinoamericana (salvo las de nuestro país), creo que debe verse y con mentalidad abierta.
Libertad. Eso respira “Los hongos”, y es lo mejor del filme colombiano de Oscar Ruiz Navia. El realizador de “El vuelco del cangrejo” hizo foco en la realidad de Cali y puso la cámara como testigo del universo under juvenil, en un registro que va de lo ficcional a lo documental. Sin tratar de juzgar, Ruiz Navia se pone la camiseta de la movida grafitera, pero la usa para levantar las banderas de la libertad en las elecciones. No sólo artísticas, sino familiares, sexuales, de los vínculos, de las amistades, de los vicios y placeres. Ruiz Navia tiene cómo defender el título de la película: “Los hongos son seres vivos que aparecen en contextos de tremenda podredumbre y descomposición. Los hongos son la vida que surge en la muerte”. Y así se muestran Calvin y Ras. El primero es un joven de clase media, que ama a su abuela, enferma terminal, y tiene una novia que se permite todo. Ras se codea más con la pobreza y el destrato de sus compañeros de trabajo, con una madre seducida por la religión y obnubilada por los políticos de turno. La cultura callejera aflora desde el derrotero de estos dos grafiteros, que tienen en común su pasión por pintar paredes. “Nunca más guardaremos silencio”, sostiene Ras. “El problema siempre es el billete”, afirma Calvin. Frases que dejan bien latente que estos hongos están más vivos que nunca.
La historia es la de un joven que pinta murales y graffittis, la de su intención de utilizar ese modo de expresión para enfrentar un orden represivo, la de una generación, la de una abuela con cáncer y la de la Colombia contemporánea. Todo es rítmico, preciso y sin golpes bajos, una manera directa de construir una ficción con los retazos de lo real. Una película de gran potencia expresiva.
Los Hongos es el nuevo film de Oscar Ruiz Navia (El vuelco del cangrejo, 2009) quien retorna a Cali, su ciudad de origen, para contar una historia que habla de dos adolescentes unidos por la misma pasión: el arte del grafitti. Ras vive en la periferia con su madre, ambos son afrodescendientes, y Calvin es un estudiante de Arte de clase media, sus padres acaban de separarse, por lo que vive con su abuela, quien se encuentra con un tratamiento de quimioterapia. Sus personajes (actores no profesionales y artistas en la realidad) usan al grafitti como un modo de comunicarse y con la ciudad como escenario. Esa expresión es muchas veces una forma de denuncia pública (política, social y racial) generalmente anónima, que le resulta incómoda al poder, representado en este caso por la policía. Pero Los Hongos habla también del amor a la familia, de la cotidianeidad y de la amistad. Y esa pluralidad temática se traslada a su estética, que en realidad no es una sola. Está el relato intimista de sus protagonistas con La Ñaña, o el de Ras con su madre. Está el paisaje nocturno de la creatividad, el de la psicodelia de algunas fiestas, el de su recorrido por la selva: todos dan cuenta de una excelente fotografía y de composiciones de una inusual belleza. A sus personajes les basta encontrar una pared en blanco, tener mucha pintura, y el deseo y la voluntad de pintar para dar a conocer un modo de sentir y percibir el mundo. Estas imágenes son tan figurativas como abstractas y tan hiperrealistas como geométricas. Actualmente el grafitti -cómo fenómeno mundial- es asumido más como arte que como escenario político. Pero esto no es lo que ocurre hoy en Colombia. Porque si bien su llegada a este país se remite a una época de violencia entre conservadores y liberales, con la llegada de las guerrillas -en los 70- el grafitti emigró a las grandes ciudades como Cali acompañado del hip-hop, y la música rap. Esto le dio una gran acogida entre los jóvenes, por lo que se comenzó a pintar las paredes con imágenes de comics, personajes inventados, mensajes y autorretratos. Aunque el hecho de que el film tenga lugar durante una campaña electoral y que la denominada Primavera Árabe sea la inspiración para alguno de los dibujos que realiza Ras, no es menor. El grafitti es una de las manifestaciones culturales más desarrolladas de los últimos tiempos, y debe ser tratada como una práctica artística y no como algo que deba ser reprimido, ni criminalizado. Y aunque su director use todo el tiempo a la metáfora desde un lenguaje muy simbólico para generar preguntas en el espectador, el film sigue teniendo una enorme cantidad de guiños hacia un conflicto social pero sin ser obvios. Y eso lo hace también desde lo ritual, en la privacidad, y desde lo religioso. La idea tiene que ver principalmente con generar una atmósfera donde dos adolescentes vagan por la ciudad, uno con su patineta, y otro con su bicicleta y la cámara en la nuca los sigue, mientras ellos van construyendo una amistad en libertad. Es posible que la elección de su título, que es a la vez su espíritu, remita a los hongos como seres vivos que aparecen en contextos de gran descomposición. Porque los hongos son seres tan vivos como libres.
Se estrena el proximo jueves 15, Los Hongos, de Oscar Ruiz Navía (Cali, Colombia, 1982) una coproducción entre Colombia, Francia, Argentina y Alemania, segunda película del director de El vuelco del cangrejo. Un film que camina por ese desborde de géneros que es característico del cine contemporáneo, a momentos registrando como documental de observación la práctica de dos adolescentes en la ciudad de Cali que llevan adelante una práctica nocturna de grafiteado y street art, poniendo en contexto sus acciones, desarrollando sus ideas políticas y explicitando sus sueños y búsquedas. Al mismo tiempo, se va narrando sus historias familiares, que hacen a todo el conjunto de un contar político y comunitario, a través de personajes que resuenan en la propia autobiografía del director, como su Ñañita, su propia abuela, o su padre. Sé un hongo. Los Hongos, alude a los seres que viven por encima de otros, también se pueden pensar paralelamente, que surgen apenas abunda la humedad, o hay lluvia, y salen de la nada, como expresión de algo vivo y latente. Habla mucho esta película de las utopías que se proyectan desde aquí, Latinoamérica, aunque con claras búsquedas globales, y de esta toma de conciencia tan particular de sentirse cercanos en las luchas y logros a otros costados no centrales, como las protestas de las mujeres egipcias (que estos chicos salen a pintar en Cali), en un hermanar causas, feminismo, street art, crisis políticas… de donde sale una de las frases más potentes, manifiesto absoluto que deja salir est película: “Nunca más guardaremos silencio”. Pero hay más. Esta película propone una de las secuencias más bellas del cine latinoamericano actual: tres mujeres afrocolombianas, cantan en un humilde ambiente de un barrio de Cali, a capela, como si conversaran, reconociéndose, afirmándose y colectivizándose en una memoria común, escena emocionante que impresiona retinas y corazones… Película afectiva, vibrátil, estimulante, que habla de un movimiento joven y crítico que permea por todo el continente, desde la felicidad de estar y hacer, y que hace mentar,, una vez más, esa maravillosa frase del Manifiesto Antropofágico: “La alegría es la prueba”…
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional.
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