Los hijos del Diablo

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

El máximo terror llegó en su mejor forma

La opera prima de Hardy tiene un guión preciso que juega con la actualidad para darle
a la película un plus de verosimilitud. Una muy buena manera de interpelar al espectador.

Una pareja llega con su pequeño bebé desde Londres para instalarse en lo profundo de Irlanda, mientras en la radio se debate la venta a las madereras de grandes extensiones de bosques, último recurso económico del país y una de las condiciones que impone la Eurozona. Adam (Joseph Mawle) estudia el crecimiento de los árboles pero está al servicio de una multinacional que extrae ese recurso natural y mientras Clare (Bojana Novakovic) va poniendo en condiciones la casa centenaria en donde viven, el especialista encuentra un hongo con propiedades asombrosas, que toma el el cerebro de cualquier ser vivo y lo manipula a su antojo. Y claro está, empiezan a suceder cosas más o menos inexplicables ante la tozudez del científico, que no cree en lugares sagrados y menos en la advertencia de un vecino -que perdió a su hijita en lo profundo del bosque-, al que Adam confunde con un furibundo ecologista que además, es un provinciano supersticioso.
Según parece, los árboles son sagrados para la mitología celta y los bosques son el territorio de hadas y duendes que alimentan el folklore irlandés. Y es justamente allí donde El hijo del diablo hace pie para contar una historia de terror, el bosque como entidad monstruosa poblada de seres viscosos, repugnantes, que esperan la llegada de otro niño a quien secuestrar y la pareja de londinenses que tiene un hijo y las criaturas de la noche que vienen por él.
Opera prima de Corin Hardy, una de terror hecha y derecha que con un guión preciso juega con actualidad para darle a la película un plus de verosimilitud, Los hijos del diablo muestra una amplia serie de recursos de la puesta en escena en donde la fotografía oscura y fría se combina con efectos especiales herederos directos del mundo analógico antes que la habitual parafernalia digital, miedo en serio y sí, un bebé en el centro del relato, como para que el susto por la suerte de la criatura traccione todo el resto de los temores. Con sorna, desde la pantalla se desprende una interpelación al incómodo espectador, algo así como que es cierto, con los chicos no, pero si es cine de género la transgresión bien vale la pena.