Los decentes

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Con su segundo largometraje el realizador austríaco‑argentino Lukas Valenta Rinner se adentra en un barrio privado, de placeres exclusivos y prejuicios validados. Pero lo hace desde Belén (la notable Iride Mockert), una empleada doméstica que descubre desde su lugar y funciones cómo es la vida que allí la rodea: una casa enorme y de blanco inerte, una mujer sola y desvencijada, con indicaciones precisas para la limpieza (la escena del piso de cemento es perfecta), un adolescente que entrena para el tenis todo el día, poco más. Pero, resulta que Belén mira más allá de la cerca mientras poda.

Y lo que descubre es distinto, está ahí nomás, en medio de una vegetación que sobrevive como puede ‑en contraste con el lago artificial y los árboles premeditados del barrio country‑, habitada por hombres y mujeres desnudos. Hacia allí se decidirá, finalmente, furtivamente, para inmiscuirse y así revivirse. A partir de ese momento, una convivencia partida habrá de suceder en los días de Belén: mientras descubre las miradas y caricias de otras personas, el guardia del country también la corteja.

Entre lo mucho que destaca en Los decentes puede señalarse el cuidado formal de sus encuadres. La información que el diálogo entre los planos aporta permite, llegado el momento, saber cómo es el country, averiguar qué tipo de tenista es el hijo acomplejado, conocer mejor el campo nudista.

La articulación mejor puede pensarse en el hacer de la actriz Iride Mockert, capaz de alterar su físico según el mundo que habite: caída y sin voz, esbelta y sonriente; huidiza y opaca, sublime y hermosa. Belén es una correa de transmisión entre estos dos mundos, tal vez tres, si se tiene en cuenta la ciudad de Buenos Aires, ese ámbito desde el cual es enviada para cumplir funciones de limpieza. Puesto que sin ropas Belén resplandece, lo también cierto es que se borran las diferencias de clase. De todos modos, el film de Rinner omite caer en un retrato obvio, mientras roza momentos casi absurdos.

El viraje que Los decentes propone en el desenlace es consecuente con una fricción que se siente y acentúa. Que lo aborde desde el desprejuicio es completamente acertado, así como espiritualmente lúcido. Más aún, es esta toma de acción salvaje la que hace de Los decentes la última variación guerrillera posible, orgiástica y organizada ‑cercana a Los idiotas, de Lars von Trier‑, capaz de masacrar con sus salvas los mismos escenarios reales de un country, de un barrio privado, de una residencia exclusiva.