Locamente millonarios

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

ASIÁTICOS PARA PRINCIPIANTES

El éxito de Locamente millonarios es explicado básicamente por estos particulares tiempos de corrección política extrema (casi dictatorial por momentos), donde muchas obras son reivindicadas solo por el mensaje explícito que transmiten y no por el modo en que lo transmiten, como si la forma y el contenido siempre fueran por separado. Porque si no es difícil de entender cómo una película tan superficial, facilista y hasta elitista puede pasar, no solo como un ejemplo de buena comedia romántica, sino también como un caso de plena inclusión y representatividad. Y no, este relato sobre Rachel, una joven neoyorquina que viaja a Singapur para conocer a la familia china de su novio Nick (que resulta ser una especie de dinastía ultra-poderosa y rica) es una operación comercial algo astuta –tampoco tanto- destinada a complacer con algunas migajas a las minorías y apelar a la buena consciencia de las mayorías.

Hay un par de momentos, muy escasos por cierto, donde Locamente millonarios amaga con ser una comedia romántica medianamente decente: por ejemplo, una ceremonia de casamiento pautada por el tema Can´t help falling in love, de Elvis Presley; o una declaración de amor jugando con la autoconsciencia y la incomodidad en un avión. Pero son solo chispazos, pasajes mínimos donde el film de Jon M. Chu se preocupa por construir los vínculos amorosos entre los protagonistas. La mayor parte es una especie de explicación antropológica elemental sobre los ritos y códigos de una familia y un núcleo social que se la pasa bravuconeando su pertenencia oriental mientras despliega comportamientos occidentales.

Es que en verdad, Locamente millonarios es casi involuntariamente un retrato de los dilemas que atraviesa parte de la cultura asiática a partir de su apertura económica e inserción plena en el capitalismo globalizado: esa tensión, aún no resuelta del todo, entre los valores cimentados en las tradicionales orientales y las nuevas conductas que se asimilan desde Occidente. Pero la película no se hace cargo de ese conflicto, sino que se concentra en celebrar el despliegue obsceno de lujo y dar las respuestas más fáciles posibles, apelando a una multitud de giros dramáticos entre arbitrarios e inverosímiles. En el medio, una sucesión de personajes dedicados a hacer números de humor –como los encarnados por Awkwafina y Keng Jeong, que lo hacen con relativa fortuna-; decir cosas “importantes” sobre las relaciones de pareja –toda la subtrama del personaje de Gemma Chan, que hace lo que puede y es claramente insuficiente-; o desplegar actitudes crueles porque sí, como la madre de Nick, a la que solo la dignidad en la interpretación de Michelle Yeoh la salva mínimamente. El objetivo de fondo es la complacencia: ponemos a asiáticos como protagonistas de un film mainstream hollywoodense, pero solo si son ricos y se comportan de acuerdo a los esquemas básicos occidentales. Y si hay que mostrar algo eminentemente ligado a lo oriental y/o asiático, se lo explica a través de la palabra, no sea cosa de tener que entender algo desde las acciones, las miradas o los gestos.

Lo peor es que esta mecánica facilista, este tipo de representación banal y estereotipada, es aceptada y celebrada también por las minorías orientales que residen en Occidente. O sea, esta idea plana y lineal es asimilada por una comunidad con una pobre concepción de sí misma. El éxito de Locamente millonarios puede asociarse con el de películas como Cincuenta sombras de Grey o Pantera Negra: un pretendido empoderamiento que no deja de ser sumisión.