Locamente millonarios

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

La comedia globalizada

El término “sleeper” se usa en la jerga cinematográfica anglosajona para referirse a las películas que revientan la taquilla de forma sorpresiva, cuando nadie esperaba demasiado de ellas en términos de rendimiento económico. Aun faltando dos meses para el fin de 2018, es casi imposible que alguien le robe el premio de “Sleeper del año” a Locamente millonarios. Los números impresionan: los más de 170 de dólares que lleva recaudados desde su estreno en Estados Unidos la convirtieron en la comedia romántica más exitosa de los últimos diez años. No sería de extrañar que para diciembre, con el lanzamiento en el poderoso mercado chino ya consumado, supere la barrera de los 241 millones de Mi gran casamiento griego y sea la película de este género más taquillera de la historia. Pero, ¿qué tiene Locamente millonarios para causar semejante furor? Las razones hay que buscarlas en su apuesta por un elenco de origen enteramente asiático, toda una oda a la diversidad biempensante en tiempos de Donald Trump. Por fuera de esa particularidad, el film de Jon M. Chu (G.I. Joe: La venganza, Nada es lo que parece 2) es un ejercicio de género clásico y eficaz, sin grandes rispideces ni sorpresas. 

La raigambre asiática es licuada por la búsqueda de globalidad de Hollywood: si en lugar de asiáticos fueran rusos, italianos o argentinos, el resultado en la pantalla no variaría demasiado. Habría, eso sí, algunos mínimos rasgos culturales a modificar, cuestiones cosméticas de poca incidencia en el arco dramático. A fin de cuentas, Locamente millonarios cuenta una típica historia romántica entre dos personas de diferentes orígenes sociales que deben luchar contra la adversidad de entorno para entregarse libremente a los designios del corazón. Un argumento digno de un melodrama pero que aquí es el trasfondo de una comedia que incluye a los habituales personajes secundarios (Ken Jeong, el chino desaforado y drogón de ¿Qué pasó ayer?, y la hiphopera Awkwafina) dispuestos a aparecer cuando las lágrimas se convierten en una amenaza latente.

El muchacho es Nick –interpretado por el británico de ascendencia malaya Henry Golding, también protagonista de Un pequeño favor, otro estreno de esta semana–, un joven chino con una vida en Estados Unidos sin grandes lujos ni ostentaciones, en oposición directa a la riqueza del clan familiar afincado en Singapur. Esta última información la conocerá el espectador al mismo tiempo que su novia Rachel (Constance Wu, estadounidense e hija de padres taiwaneses) cuando viajen –con las piernitas bien estiradas en Primera, desde ya– hasta el país insular para el casamiento del mejor amigo de Nick. Allí Rachel pasa de la sorpresa por el desconocimiento de los orígenes de su pareja a ser escrutada por una familia que no duda en catalogarla de arribista y cazafortunas. Sobre todo Eleanor (la malaya de origen chino Michelle Yeoh), la mamá de Nick y principal celadora de la abultada cuenta bancaria. Ellos tres propulsan el relato hacia puertos archivisitados por las “rom-com”: la visible incomodidad de Rachel ante el ninguneo de Eleanor, un casamiento incomodísimo para una Rachel más visitante que nunca, el resquebrajamiento de la relación y la amenaza de una ruptura que, claro, difícilmente se concrete. Porque acá serán todos asiáticos, pero les pasa lo mismo que a Meg Ryan o Julia Roberts.