Locamente millonarios

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Sobre el gigantismo contenido

El caso de Locamente Millonarios (Crazy Rich Asians, 2018) es bien extraño: hablamos de una de las películas más exitosas de la década que se sirve a nivel narrativo de los artilugios más antiguos del melodrama rosa, ofreciendo una suerte de versión hollywoodense de la cultura asiática en general y sin ninguna diferenciación entre la pluralidad de naciones que componen el continente. Como era de esperar, el producto resultante es de lo más desparejo -sin llegar a ser ni bueno ni malo- ya que por un lado se muestra respetuoso hacia los protagonistas (no hay abuso de latiguillos yanquis como esos chistecitos huecos o el cancherismo light) y por otro lado banaliza el acervo social emparejándolo hacia abajo (el tufo más genérico e intercambiable del cine contemporáneo se hace presente vía tópicos universales como el amor “no convalidado” por las familias de los miembros de la pareja).

La base del relato es el viaje desde Nueva York a Singapur de Rachel Chu (Constance Wu) y su novio Nick Young (Henry Golding) a la boda del mejor amigo del hombre, Colin Khoo (Chris Pang). Rachel es profesora universitaria de economía e hija de Kerry (Kheng Hua Tan), una inmigrante china, y Nick forma parte de una dinastía de millonarios, también de ascendencia china, que están radicados desde hace muchísimo tiempo en Singapur. El conflicto, por supuesto, viene por el lado de la madre de Young, la tremenda Eleanor (gran trabajo de una maravillosa Michelle Yeoh), matriarca que considera a Rachel “poca cosa” para su hijo en esencia por este componente híbrido de su persona, con una apariencia oriental pero una educación y cultura netamente norteamericanas, vistas como volcadas más a las pasiones individuales que al sacrificio en pos de la conveniencia de la familia.

En sus excesivos 120 minutos la obra entrega un poco de todo para todos los públicos posibles: además del enfrentamiento principal, manejado con relativa sutileza por parte del guión de Peter Chiarelli y Adele Lim a partir de una novela de 2013 de Kevin Kwan, tenemos la vertiente cómica de la trama representada sobre todo en la excompañera/ amiga de universidad de la protagonista, Peik Lin Goh (Nora Lum), una muchacha de buen pasar y con mucha sabiduría mundana tras de sí, y la faceta más “trágica” de la historia encarnada en Astrid (Gemma Chan), prima glamorosa de Nick que está siendo engañada por su esposo Michael (Pierre Png), quien se encuentra en una aventura extramatrimonial por un complejo de inferioridad o algo así. Sin embargo el grueso del devenir retórico se condensa en las proverbiales acusaciones del entorno -y la madre del “príncipe” de turno, Nick- hacia Rachel de ser una caza fortunas y arrastrar un pasado familiar complicado, por más que no estaba enterada ni de la riqueza de su novio ni de los problemas y/ o minucias de su clan.

Dentro del tono meloso y la catarata de clichés de los melodramas, hay que reconocer que la película está bastante bien ejecutada por el realizador estadounidense de origen chino Jon M. Chu, responsable de diversos bodrios de la gran industria de los últimos diez años: como decíamos previamente, el director mantiene contenidos los peores rasgos del emporio mainstream actual aunque no puede evitar la sensación de trivialización de la cultura asiática bajo los criterios estandarizantes de la globalización. Un punto a favor del film es que éste no se engolosina al nivel de la saturación con todos los lujos esperables en una propuesta que se desarrolla en el jet set de los magnates y la oligarquía capitalista, dejando espacio para el gigantismo y las superficies lustrosas a lo Bollywood pero sin descuidar la narración y sin convertir a Locamente Millonarios en una publicidad barata del hedonismo de la alta burguesía o en un videoclip encubierto sin el más mínimo corazón dramático. La medianía siempre es mejor que los despropósitos habituales del cine de nuestros días…