Liga de la Justicia

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La redundancia ante todo

No hacía falta demasiado para superar a Batman v Superman: El Origen de la Justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice, 2016), tanto uno de los peores representantes de esta catarata de bodrios de superhéroes de las últimas décadas como una de las peores películas del Hollywood industrial de los últimos años. Y aquí ocurre exactamente lo que se vislumbraba que sucedería: Liga de la Justicia (Justice League, 2017) es de hecho un poco mejor que la anterior pero eso no quiere decir que estemos frente a un producto realmente potable, más bien todo lo contrario considerando lo repetitivos y paupérrimos que vienen siendo los opus de las factorías DC y Marvel. Hasta el enroque narrativo de la saga vuelve a ser el mismo de siempre, con un trabajo previo que la iba de “serio” -aunque terminaba sepultado por su propia torpeza- que ahora le pasa la posta a una obra hueca y muy insulsa.

Desde ya que la generosa mediocridad de un lado de la pantalla encuentra su correlato del otro lado de la misma, con un séquito de lobotomizados que siguen consumiendo estos mamarrachos y hasta los celebran como quien aplaude su propia necedad y/ o sumisión acrítica como bípedo cooptado por el mainstream más perezoso y nulo, adepto a construir films completamente inofensivos e intercambiables entre sí. Una vez más la fórmula de turno pasa por salvar a la humanidad de un villano del que sabemos poco y nada, en esta oportunidad llamado Steppenwolf (Ciarán Hinds), a través de la recolección de uno o varios “cosos”, ahora unas cajas de poder -o algo así- que están dispersas en distintos puntos del planeta, para que finalmente nuestros paladines pongan las cosas en su lugar y hagan respetar el orden occidental y cristiano vía una andanada interminable de CGIs pomposos.

La dialéctica de los eslabones idénticos (todas las realizaciones son iguales cual botella de Coca Cola) y la ponderación de la “marca superhéroes” ante todo (a expensas -por supuesto- de cualquier lógica dramática, desarrollo de personajes o mero interés humano válido de fondo) constituyen las únicas banderas de esta camada de tanques con fecha de vencimiento cada vez más próxima, porque hasta los paparulos que los consumen se están empezando a cansar de que los profetas del marketing y la publicidad les vendan la “gran epopeya en 3D” y los resultados nunca pasen de los clichés redundantes, las one liners más quemadas, el humor obvio y pueril, una estética símil comercial de detergente y en general todo ese colorinche berreta de un digital llevado al extremo de la impersonalización decadente y una estupidez que descuida olímpicamente la dimensión creativa y su riqueza.

A decir verdad los factores que nos rescatan del desastre total son la presencia de algunos actores (siempre es un placer toparse con Jeremy Irons y Amy Adams) y la intervención de Joss Whedon en el guión y la dirección, en éste último caso luego de que el cineasta original Zack Snyder tuviera que abandonar el proyecto por el suicidio de su hija (Whedon nunca fue una luminaria pero por lo menos se encarga de que la película no aburra a niveles insoportables, como sí lo hacía Batman v Superman: El Origen de la Justicia). Ben Affleck como Batman copia más o menos bien a Christian Bale, Ezra Miller es un excelente actor que está desperdiciado como un Flash que hace las veces del “adolescente gracioso”, Jason Momoa (Aquaman) y Ray Fisher (Cyborg) aportan el componente exótico/ políticamente correcto del film con personajes anodinos, y Henry Cavill como Superman y Gal Gadot como la Mujer Maravilla continúan siendo más modelitos publicitarios que actores en serio.

Liga de la Justicia es un trabajo tan olvidable y fallido como alejado de cualquier sustrato mínimamente humano e interesante, ya que estamos ante una montaña rusa de estereotipos y situaciones de manual que parecen autoprogramadas para implosionar a fuerza de nunca terminar de ofrecer una aventura realmente exuberante ni -mucho menos- terminar de decir algo sobre el tópico contemporáneo que sea. Que los productores hayan contratado al otrora genial Danny Elfman, hoy un compositor raquítico, y que le permitiesen incluir el tema principal de Batman (1989), gran obra de otro que cayó en desgracia, el por hoy hiper mediocre Tim Burton, es un hecho que pinta muy bien la nostalgia castradora y aséptica de buena parte de la industria cultural de nuestros días, esa obsesionada con promediar hacia abajo y eliminar cualquier amenaza real en pos de reemplazarla con monstruos vacuos que funcionan más como un picahielos en la nariz que como un escapismo a la vieja usanza…