Leto

Crítica de Laura Pacheco Mora - CineFreaks

Ironía capitalista.

El arte salva a las personas, las sana y destruye paradigmas vetustos para dar paso hacia lo nuevo. En este caso se trata de la música y de un contexto muy particular: los músicos deben lidiar con la censura y las contrariedades que relacionan el arte con la política en un contexto casi post-soviético.

En Leto (2018) Kirill Semyonovich Serebrennikov (cineasta ruso y el menos favorito de Putin) nos entrega un drama-biopic que sucede en Leningrado, en un verano a principios de los 80: la escena del rock de la ciudad está en pleno apogeo. Viktor (Teo Yoo), un joven músico que creció escuchando a Led Zeppelin, T-Rex y David Bowie, está buscando su camino. El encuentro con su ídolo Mike (Roman Bilyk) y su esposa Natasha (Irina Starshenbaum) cambiará su destino. Juntos construirán una leyenda como pioneros del rock ruso y un triángulo amoroso. Las actuaciones son geniales en general, se nombran bandas o músicos como Talking Heads, Lou Reed, Duran Duran, Dylan, Led Zeppelin, The Clash, The Beatles, The Stones, The Doors, Joy Division, Blondie y The Who. Cabe destacar que el film está inspirado en hechos reales, algunos de los diálogos y personajes son ficticios y cualquier conincidencia con la realidad no fue intencional.

Leto es mucho más que una historia de músicos: es un relato de la Unión Soviética al borde del abismo, como homenaje melancólico a revolucionarios músicos que abrieron el camino. Es un film de alma despreocupada y relajada. Se destaca la fotografía y el estilo collage del director que elige intervenir por momentos a través de un músico con anteojos que viste un sobretodo, como vórtice entre lo que está sucediendo y el mensaje a transmitir al espectador. Es una clara crítica al régimen actual de Rusia; desde el comienzo, la elección del blanco y negro no es para nada fortuita, -connotada la censura hasta en sus diálogos, con destellos de colores y escasas escenas a color-, trazando un fuerte contraste entre lo que sienten los protagonistas y por tanto nos trasladan a nosotros, y a lo que están sometidos a vivir. Con pequeños movimientos de manos, pies, brillo en sus miradas, un cartel para sus ídolos, el público está sentado y en orden observando un recital, con una pasión contenida que en cualquier momento va a explotar y esto sólo puede suceder porque están siendo controlados, tanto el público, como la banda.

Sin embargo, la historia está por cambiar y es por eso que cuando se generan disputas en el tren o colectivo, el director nos regala unos espontáneos videoclips en el que participamos todos, con un estilo hippie y con temas como The passenger o Psycho Killer. Suficientes razones para ver esta propuesta que será indeleble tanto para los que vivimos la vida con música ya hasta como una necesidad para arrancar el día y para los que no, por su originalidad, soltura y por lo impredecible.

Las rupturas en cine siempre atraen y aún más cuando potencian de forma natural la realidad de la trama y sus personajes. Podría ser nuestra historia… a la vez que escuchamos excelente música, adoramos las improvisaciones que más de uno habrá imaginado caminando o viajando en subte, bondi o tren, simplemente escuchando música… la magia del mundo interior que nos generamos sólo y gracias a la música.