Le Nouveau

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Esos chicos son como bombas pequeñitas.

Una de las cuestiones clave de la narrativa contemporánea radica en cómo reformular aquello que la hiperproducción de relatos convirtió en tópicos o clichés, de modo de devolverles la frescura que alguna vez tuvieron. Es lo que hace la guionista británica Sally Wainwright con el motivo de la mater dolorosa en la excepcional serie Happy Valley. Lo que acaba de lograr la argentina Lorena Muñoz con la historia de la maestrita que quiso ser artista en la biopic de Gilda, y lo que consigue Rudi Rosenberg con su ópera prima Le nouveau, historia si se quiere típica del chico “impopular” en un colegio secundario dominado por los más cancheros de la clase. Historia típica, materia nada típica: lo que se gasta son las historias, no los materiales con los que están hechas. Nunca antes hubo en el cine un protagonista como el Benoît de Le nouveau. O su amigo Joshua. O Aglaée. O Constantin, o el tío Greg. O el propio Charles, que vendría a ser algo así como “el malo” de la película. Nunca antes hubo nadie como ellos, porque se les permite ser del modo en que sólo ellos saben ser.

Benoît (Réphaël Ghrenassia) es nuevo en París. Viene de Le Havre, el mismo puerto en el que Aki Kaurismäki situó la más reciente de sus fábulas de perdedores a mucha honra. A Benoît le cuesta hacerse amigos. Para peor, en el primer día de clase su hermano menor hizo ocho. Es la primera escena, la única en la que aparece su familia. En el resto de la película, los únicos adultos que se ven son dos o tres profesores, además del tío del protagonista: está claro que lo que le interesa a Rosenberg son los chicos en su propio mundo. “Convidá a tus amigos con chocolates”, recomienda el padre, y ahí está Benoît en el aula, con una caja gigante de Ferrero Rocher, sin animarse a ofrecerlos y sin que ninguno de sus compañeros se entere de él ni de sus chocolates. En las primeras escenas es desesperante la impotencia de Benoît para entrar en cualquier conversación de sus pares: penetrar ese bloque parece, para él, como perforar el granito con caramelos. Benoît deberá atravesar varias humillaciones hasta que los favores de la linda chica sueca (que también es nueva, como él) y el círculo de chicos freakones que se va formando a su alrededor lo vaya consolidando como un pibe más dentro de esa constelación escolar. No el mejor sino uno más: ésta no es una de Hollywood.

Como corresponde a una historia de adolescentes, Le nouveau –ganadora del Premio del Público en el último Bafici– está hecha de encuentros y desfases. Un encuentro mayor, a partir de un fracaso mayúsculo, es la fiesta que organiza Benoît en casa de sus padres por sugerencia de su tío, un tipo más o menos vagoneta y por eso mismo con buena sintonía con su sobrino y amigos. Da la sensación de que más que los personajes son los actores los que la pasan bomba en esa fiesta con DJ (el tío), y el aporte de un perro pug es esencial, como siempre que intervienen estos primos lejanos de ET. Otro tanto sucede durante unas jodas telefónicas, clásica broma de tiempos analógicos. A propósito, toda Le nouveau parece transcurrir en una era predigital, libre de celulares, tablets y otros dispositivos, en la que apenas hay lugar para alguna que otra Playstation. Altos desubiques son los de otra fiesta, en la que Joshua –entre cuyas costumbres figuran las de hacer listas de mil cosas, tocar el acordeón y traficar electrónicos– entra sin estar invitado y se manda una macana que es para matarlo, antes de calzarse con Benoît sendos forros en la cabeza. “Estábamos borrachos”, se excusa Joshua, antes de enterarse de que la cerveza era sin alcohol. Los chicos tienen 13, 14 años: si no se comportan como pavotes a esa edad, cuándo.