Le confessioni

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Confesiones de un séquito siniestro

Como un intento por poetizar lo esquivo, la película del italiano Roberto Andò lo intenta. No lo logra. O tal vez, sí. En todo caso, las finanzas son para hombres sin alma.

El cine se materializa como una realidad alterna, que es parte cotidiana inmanente. Así, la pantalla blanca invita a adentrarse en una digresión verídica, que nunca abandona su relación con quien(es) mira(n). Por eso, que un "ángel" sea protagonista de una película es necesariamente posible.

En este sentido, el film emblema es ¡Qué bello es vivir!, de Frank Capra, de visión ritual acorde con estas fechas. Sólo al dar credo a lo que sucede, puede el film ser. Es un problema ontológico, que requiere de la fe del espectador. Es en esta estela donde se inscribe Le confessioni, del italiano Roberto Andò.

Lo hace a partir del arribo de un monje (Toni Servillo) a lo que se develará como la reunión del G8, ni más ni menos. Quien lo invita es el mismísimo director del FMI (Daniel Auetuil), junto a otras personalidades insólitas, como una escritora de éxitos infantiles y una estrella de rock. Qué es lo que se trae entre manos Roché, el admirado amo de las finanzas, no es algo que los personajes sepan.

En todo caso, hay algo más profundo, que toca a la decisión que el mentado grupo debe tomar en breve. De ella surgirán consecuencias drásticas, que se intuirán de a poco. El monje, de esta manera, será interpelado reiteradamente, con la figura de Roché como primera pieza del dominó. Así, las confesiones del título comenzarán a rodar.

El film de Andò está muy bien porque en ningún momento subraya la necesidad de tales prácticas, sino que las incorpora como equivalentes espirituales, como escondrijos vitales de cara a la vigilancia técnico‑policial, a la par de otras que son, evidentemente, prácticas coercitivas. "Confesión" es un término ambiguo. Salus, el monje, tampoco cree demasiado en escuchar pecados ajenos. Sin embargo accede, y al hacerlo se desencadena el drama ante la necesidad de saber lo que le ha dicho Roché, mientras el secreto de confesión obliga al silencio. La trama evidentemente recuerda a Mi secreto me condena, de Alfred Hitchcock, film que Andò cita de manera explícita, junto a otros recursos que emulan la mirada espía y voyeur que ejemplificara el cine magistral del inglés.

Esa primera incursión en la escucha confesional ramifica en otras, no siempre "eclesiásticas", a través de una sucesión que despierta un nudo siniestro en donde el secreto es menester, ya que el ejercicio del poder lo requiere. No se trata, a no confundir, de un film de conversiones o cosas parecidas, sino de un intento por poetizar un ámbito adverso. El combate es inevitable, ya que se trata del mundo de las finanzas, en donde los políticos se han vuelto sus entes genuflexos, carentes de sensibilidad poética, ya desprovistos de la atención por el denominado "bien común". La relación con Grecia -‑con mención económica adrede-‑ ya nada tiene que ver con la de su historia filosófica.

Seguramente se incurran en algunos subrayados, que explicitan el cometido fílmico, pero el papel desplegado por Tony Servillo (Il divo, La grande bellezza) es de un estoicismo que no medra en su seguridad. Por momentos se altera, pero brevemente, incrédulo ante tamañas miserias planificadas. Su tarea se desempeña desde el desapego, apenas provisto de su atuendo y, dice, su silencio. Los animales le responden, y en el gesto basta la relación con posibles rasgos santos. Porque Salus, evidentemente, es alguien extraordinario, que no se condice con los demás. Podría ser un ángel, o simplemente alguien capaz de saber escuchar el canto de los pájaros.

Desde esa sencillez se escribe la película de Roberto Andò, sin estridencias, con una cuota de suspense que tendrá cauce y resolución. Para ello, la guía será la escritora de best‑sellers (Connie Nielsen), quien espera cambiar su literatura hacia este género. Ella es quien indaga y obliga al movimiento de las piezas. La develación, más allá de cualquier otra cuestión, el espectador la conoce de antemano, porque ¿qué es dable esperar de una "receta" del FMI?