Las Vegas

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Reencuentro incómodo e intimidad sincera

En medio de unas vacaciones a Villa Gesell, una mujer se encuentra en el mismo edificio que su ex pareja (y padre de su hijo adolescente) junto a su novia. Con esos elementos, el film aborda los vínculos filiales y sentimentales con tersura y simpleza.

Las películas con epicentro en ciudades balnearias de la costa bonaerense conforman un subgénero en sí mismo dentro del amplio espectro del cine argentino independiente. La gran cantidad, sin embargo, no implica necesariamente diversidad: en casi todas ellas la acción transcurre fuera de temporada, y encuentra al personaje central llegando a la arena en busca de paz y tranquilidad, como si quisiera reencontrarse consigo mismo o buscara un refugio ante las adversidades que lo esperan en la ciudad. Adversidades que, no obstante, más temprano que tarde lo encuentran, aun cuando haga todo para ocultarse de ellas. Regreso a la ficción de Juan Villegas después de incursionar durante casi una década en el cine documental, Las Vegas subvierte ese andamio con situaciones propias de la comedia romántica, otro subgénero hecho y derecho, con sus códigos bien afirmados en el inconsciente colectivo a lo largo de décadas de historia, aunque poco transitado por fuera del ala industrial nacional. El mar, metáfora habitual de renacimientos, expiaciones y purgas, es el fuera de campo infinito de un film que aborda los vínculos filiales y sentimentales con tersura y simpleza.

Apertura de la última edición del Bafici, el último trabajo del director de Sábado (2001) y Los suicidas (2005) muestra muy rápido que no se trata de la típica película costera poblada de hombres y mujeres abúlicos. Lejos de la soledad ventosa del invierno, aquí todo transcurre en plena temporada veraniega, con los últimos soles del año entregando sus rayos a los primeros turistas que se afincan en los edificios cuadrados de la costanera de Villa Gesell. Hasta uno de ellos, cuyo nombre le sirve de título al film, llega Laura con su hijo Tomás después de un viaje en el que todo lo que podía salir mal, salió peor: demoras, cambios de vehículo y hasta un incidente con la policía a raíz de un piedrazo coronan un arribo a puro conflicto. En esa secuencia quedan claras tres cosas: que Laura es arremolinada, compulsiva de la precisión temporal (“¿Pero cuánto es un rato?”, pregunta al chofer del micro roto ante el anuncio de un refuerzo inminente) y dice lo que piensa sin pensar lo que dice; que con su hijo tiene una relación tirante; y que estará a cargo de llevar adelante el relato, sirviendo además como su termómetro emocional. Fuerza, temperamento y personalidad fuerte: características distintivas de las heroínas de la comedia de rematrimonio.

Inmortalizadas durante la época del cine clásico, estas películas muestran el reencuentro de una pareja que supo quererse y ahora no se lleva precisamente bien. Reencuentros disparados, a su vez, por situaciones azarosas y en principio indeseadas. En esa línea, en Las Vegas Laura (Pilar Gamboa, la actriz del momento) y Tomás (el freestyler Valentín Oliva, conocido como Wos) se cruzan con Santiago (Santiago Gobernori), el ex de ella y el papá de él, que justo anda de vacaciones con su joven novia colombiana en el departamento familiar ubicado justo debajo del de Laura. Ninguno está muy contento de ver al otro ni hace demasiado esfuerzo por ocultarlo. Sobre todo Tomás, que trata a papá de psicópata y le pide que se vaya al otro día. Algo que claramente no ocurre, porque de hacerlo no habría película. O no sería esta.

Villegas enhebra situaciones en las que los comentarios venenosos y los evidentes celos están a la orden del día. Diálogos afiladísimos y dichos con la precisión quirúrgica que pide toda comedia. Entre los pliegues de ese chicaneo nace el tallo de una melancolía que Laura y Santiago florean con recuerdos y complicidad. Sucede que en ese departamento, entre juegos y tiempo compartido, se hicieron amigos de chicos, y que en ese departamento, de adolescentes, concibieron a su hijo. Allí iniciarán unas vacaciones tan breves como trascendentales para lo que vendrá. Incluso para Tomás, que empieza a mirar con mucho cariño a la guardavida (Camila Fabbri) y a llevarse bastante bien con un padre que al final no era tan psicópata como él creía. Amable y bonachona, Las Vegas elimina cualquier atisbo de villanía en sus nobles, sutilmente quebrados personajes, y apuesta a un naturalismo que, a medida que se aquieta la efervescencia de la incomodidad, abraza la intimidad sincera, esa que sólo se alcanza durante un buen desayuno con seres queridos.