Las playas de Agnès

Crítica de Fernanda Alarcón - Leer Cine

AUTORRETRATO

La octogenaria y legendaria realizadora nacida Agnès Varda realiza aquí un bello y luminoso documental donde repasa su propia vida. A su extraordinaria sensibilidad y gusto por la belleza, hay que sumarle una compleja habilidad para generar muchos significados a partir de un film de apariencia sencilla.

Desde el Renacimiento, el autorretrato adquiere un carácter central en la Historia del Arte. Los artistas se toman sí mismos como objeto, para reivindicar el lugar que empiezan a ocupar. La búsqueda de nuevos desafíos, los empuja a autoafirmarse a través del estudio de su propia figura. Las playas de Agnès se plantea como un caso particular de “autorretrato cinematográfico”. Se trata de una película que da cuenta de un profundo trabajo de análisis, de una búsqueda que, si bien se acerca al género retrato, no intenta simplemente plasmar la imagen de la propia artista (Agnès Varda, directora de Cleo de 5 a 7, Sin techo ni ley, Los espigadores y la espigadora), sino que sale al encuentro de señales, de reflejos cambiantes y contradictorios: de las múltiples preguntas que conforman una subjetividad.
También es posible afirmar que se trata de una película-ensayo-del retrato, una “obra” en donde el ensamblaje de imágenes y momentos de la vida y la mente de Agnès Varda, invita a reflexionar acerca de la difícil tarea de capturarse y registrarse a sí misma. En el inicio, la directora realiza una distinción tan simple como esencial: aclara que su identidad surge de los demás, del encuentro y el intercambio con otras personas, con otras subjetividades. El acercamiento a su entorno actual y pasado, la descripción de diversos estados de ánimos, los viejos registros fotográficos y cinematográficos rescatados, las reflexiones en voz alta son objeto de cuestionamientos constantes… la primera intención de la película parecería ser, más que celebrarse o reivindicarse, activar y despabilar la mente a partir de diferentes encuentros y cruces, mirar a los demás para verse a sí misma.
De modo que, para congregar los recuerdos, las idas y vueltas en el tiempo y los diversos formatos que utiliza (animaciones, fotografías, entrevistas, recreaciones, instalaciones, pantallas divididas, etc., etc.), toma como espacio disparador la playa. Un escenario amplio, de horizontes infinitos, de atemporalidad, paisaje de los colores grisáceos y azulados con los que se identificaba el mismísimo Jacques Demy, su compañero de ruta (el director quizá “más abiertamente feliz y calmo de la Nueva Ola”, como ella misma dice). En este sentido, una de las tantas imágenes impactantes que fabrica Varda es una instalación de distintos espejos enterrados en la arena. Una disposición de diversas superficies brillantes para constituir un juego de reflejos que reenvíen su imagen y la de su equipo técnico y sus cámaras de un espejo a otro, donde el movimiento de los diferentes marcos desestabilice la tranquilidad y pasividad del espectador. Lo que logra Varda es sorprendente por su simpleza, su lucidez y belleza. Hace estallar la superficie del plano, poblándolo de elementos, superponiendo y recortando antiguas fotografías, multiplicando los encuadres, usando la profundidad de campo, jugando con el foco y el zoom, suturando, con su voz emotiva y su silueta orgullosamente avejentada, imágenes tan sencillas como potentes.
Entonces, podríamos decir que Agnès Varda erige este autorretrato no sólo en los otros sino también en su propia inquietud, en su pensamiento sobre la vida y el cine. Ejemplo de esto es el momento en que se acerca a su infancia y explica abiertamente que esa etapa de su vida no la interpela en absoluto. Siente que su niñez no la inspira ni la estructura: si bien es parte de su vida, no la ha configurado. Pero, como decíamos, su curiosidad, sus reflexiones que brotan sin freno ni pausa, se instalan y la llevan a realizar un ejercicio, una prueba. De pronto se pregunta: ¿Qué pasa si intento rehacer esas lejanas escenas inmortalizadas por las fotografías? ¿Qué implica o qué significa? La breve respuesta que da es brillante: darles vida a las estampas de su niñez implica un juego, es encarar una producción y una alineación de elementos que conforman nada más y nada menos que una imagen cinematográfica.
Las playas de Agnès es una película que exhala amor por las imágenes, que dispara reflexiones y dudas genuinas, al mismo tiempo que muestra la vida luminosa de una realizadora única. Si vamos un poco más atrás en la Historia del Arte, podemos encontrar un esbozo de autorretrato en la puerta del templo de Apolo en Delfos. Allí, se dice, estaban inscritas las palabras “Conócete a ti mismo”. Esta exhortación de los dioses de la antigua Grecia parecería ser leída en voz alta por Varda en cada imagen de Las playas. Su última película rescata la honestidad personal y la humildad hacia los demás como imprescindibles, ponderando al cine como arte del registro. Su imaginación inagotable celebra (¡a los ochenta años!) la belleza del mundo.