Las insoladas

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Verano del '95

Tras conseguir un puñado de fieles con el mediometraje Medianeras (luego extendido a largo, con menor suerte artística, para la competencia internacional), Gustavo Taretto vuelve a la carga con su obsesión por la vida entre estructuras de hormigón. Si Medianeras era una romántica reflexión sobre futuros amantes distanciados por un pulmón de edificio, Las insoladas es su fantasía sobre la trivialidad de seis vecinas amigas que toman sol en la terraza a mediados de los noventa. Como una versión femenina de El asadito, del rosarino Gustavo Postiglione, la película no muestra más que una reunión donde nada ocurre, hasta que a alguien se le ocurre planear un viaje para salir del ostracismo. Alguien podrá acusar a Taretto de recurrir a estereotipos: sus chicas de los noventa, deslumbradas por el primer celular, son más bien chetas sin plata, rubias taradas de los ochenta. Lo interesante es cómo Taretto elude la burla simplona y se dedica a retratar el pequeño mundo de amigas que sueñan con el Caribe. Con personajes menos huecos que entrañables, el director, a la manera de Wes Anderson, muestra oficio para la caricatura de lo ordinario.