Las inocentes

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

La prolífica e irregular (pero siempre provocativa) directora francesa de Nathalie X, Entre sus manos, La chica de Mónaco, Mi peor pesadilla, Coco antes de Chanel, Madres perfectas y La ilusión de estar contigo rodó este drama inspirado en hechos reales sobre unas monjas polacas de un convento de clausura violadas en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial por soldados rusos, y cómo deben lidiar con su nueva realidad cuando varias de ellas quedan embarazadas. Más allá de la dureza del conflicto, Fontaine lo maneja con rigor, sobriedad y sensibilidad, sólidas actuaciones y un impecable despliegue visual.

La película arranca en diciembre de 1945. La guerra ha terminado, pero las heridas (corporales y morales) se perciben en toda su dimensión. Mathilde Beaulieu (Lou de Lâage, impecable) es una joven médica que trabaja a destajo en un hospital de la Cruz Roja francesa en Polonia cuyo objetivo principal es tratar y repatriar a sobrevivientes de los campos de concentración nazis. Ella -proveniente de una familia comunista- es una mujer independiente, emprendedora e irresistible hasta para Samuel (el siempre notable Vincent Macaigne), experimentado cirujano al que asiste y con el que mantiene algunos encuentros sexuales.

Más allá de los horrores cotidianos con los que se enfrenta, Mathilde descubrirá uno todavía más conmovedor: en un convento de clausura varias monjas han sido varias veces violadas por soldados rusos (los supuestos “liberadores”) y siete de ellas han quedado embarazadas. Aunque tratan de mantener la situación oculta, llega un momento en que necesitan atención médica ante el riesgo de muerte no sólo de las criaturas sino incluso de las propias religiosas. A pesar de la oposición de la madre superiora (Agata Kulesza), quien tiene todo arreglado para dar los bebés en adopción y evitar el escándalo, la protagonista podrá ingresar y empezar a asistir con la ayuda de la querible Hermana Maria (Agata Buzek) a las jóvenes descontenidas en lo médico y psicológico, y llenas de miedos, angustias y contradicciones íntimas.

Si bien por momentos la película –que tiene algunos puntos de contacto con De dioses y hombres, de Xavier Beauvois; y con Ida, de Pawel Pawlikowski– se extiende demasiado en retratar la dinámica interna del convento y es un poco torpe en la presentación de escenas extremas (en un momento la propia Mathilde está a punto de ser abusada por militares en plena ruta), los conflictos principales tanto de la protagonista como de las monjas están narrados con sobriedad, austeridad y una elegancia nunca ostentosa cortesía de la talentosa directora de fotografía Caroline Champetier. Se trata, en definitiva, de una propuesta en muchos aspectos conmovedora y que merece ser tenida en cuenta.