La viuda

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Todos necesitan un amigo

El irlandés Neil Jordan se ha reinventado incansablemente en una carrera larga y despareja aunque siempre interesante, una y otra vez demostrando que es capaz de girar sobre su eje, mutar sin freno y descubrir esa dimensión poco trabajada -o hasta inédita- de los géneros clásicos, como si el señor fuese una suerte de explorador compulsivo de las posibilidades narrativas -poco aprovechadas por el mainstream o el indie del presente- de los formatos cinematográficos más repetidos dentro del panorama internacional. La Viuda (Greta, 2018), en términos prácticos su regreso al ruedo luego de la lejana y atractiva Byzantium (2012), es una simpática y disfrutable “clase B maquillada” de suspenso, muy en la tradición de las recordadas Atracción Fatal (Fatal Attraction, 1987), Mujer Soltera Busca (Single White Female, 1992) y La Mano que Mece la Cuna (The Hand That Rocks the Cradle, 1992), ejemplos del bello esquema centrado en una fémina psicótica que se consagra a la obsesión.

Ahora es Frances McCullen (Chloë Grace Moretz), una joven camarera que trabaja en un restaurant elegante de New York, el objeto de un insistente acoso por parte de Greta Hideg (Isabelle Huppert), una señora que afirma ser francesa y vive en soledad en la ciudad. Cuando un buen día la chica encuentra una cartera en el metro su vida cambia por completo porque decide devolvérsela a su dueña, Greta, lo que desencadena primero una amistad entre ambas, sostenida sobre todo en un reemplazo materno tácito porque Frances extraña mucho a su madre fallecida, y después una situación pesadillesca ya que el asunto deriva en persecución en el momento en que McCullen pretende finalizar el vínculo debido a que descubre en casa de Hideg una colección de carteras idénticas a la que ella devolvió, todas con los datos de las jóvenes que supieron llevarlas de nuevo a las manos de Greta, quien empieza a dedicarle a la muchacha llamadas telefónicas, mensajes y visitas imprevistas.

La trama avanza con sorprendente rapidez casi como si Jordan -aquí también guionista, junto a Ray Wright- supiese que conocemos todos los giros de esta vertiente de los thrillers e incluso quisiese ir “directo a los bifes” que los fans del horror auguramos, ahorrándonos la introducción larguísima acerca de la relación improvisada entre las mujeres y tirándose de cabeza en el fluir concreto del hostigamiento encabezado por el personaje de la gran Huppert, en esta oportunidad administrando con maestría a una Greta que se mueve entre la vulnerabilidad y una frialdad quirúrgica al momento de compensar el ninguneo de Frances con una tozudez demente batallante. En el relato asimismo se utiliza con inteligencia a una tercera, Erica Penn (Maika Monroe), la amiga de la joven protagonista y la encargada de aconsejarla a lo largo de su periplo en tanto víctima de la fijación sentimental de Greta (en este sentido, Moretz y Monroe conforman un muy buen dúo con química que evita el clásico recurso del “nadie le cree y la consideran una histérica insoportable” de este tipo de propuestas, ya que su compañera de vivienda sí está allí permanentemente para auxiliarla).

Desde ya que el opus de Jordan no respeta la más mínima lógica pero ello sinceramente no importa porque la película es consciente de sus exageraciones retóricas y -por sobre todas las cosas- resulta muy entretenida, sin pretender ofrecer grandes discursos sobre nada y simplemente regalándonos un simpático viaje por una comarca del suspenso que estaba casi olvidada en la pomposidad vacua del cine contemporáneo global; a lo que se suma una insólita media hora final en la que se retoma el ardid de encerrar al ser amado en sintonía con trabajos como The Strange Vengeance of Rosalie (1972) y Misery (1990), planteo que no debe ser confundido con su homólogo de los chiflados en serie que mantienen cautivas a sus víctimas símil La Habitación (Room, 2015) o No Respires (Don't Breathe, 2016). La frase que repite Greta, “todos necesitan un amigo”, calza perfecto con el núcleo temático principal de La Viuda, esa soledad metropolitana que se condice con la ciclotimia de la actualidad y el fetiche con las máscaras/ identidades intercambiables de gran parte de la población, siempre tratando de compensar en una faceta de la vida lo que falta en la otra…