La vida secreta de las mascotas 2

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

La ahora saga de La vida secreta de tus mascotas y la de Toy Story tienen puntos en común desde que se estrenó la primera, hace tres años. Porque Max, el perrito protagonista, y sus amigos y vecinos perrunos, gatos y demás mascotas, tienen esa vida “oculta” que, como los juguetes de Pixar, los humanos no conocemos.

Los animales hablan entre sí en un mismo idioma -si sus hijos no son muy pequeños, y pueden leer, papis, llévenlos a ver la película en idioma original, y escucharán, por ejemplo, la reconocida voz de Harrison Ford como Gallardo-, y lo que no entienden nada más que “gestos” son sus dueños.

Bueno, en esta secuela Max es más Woody que nunca: su dueña no sólo se enamoró y casó, sino que tuvo un bebito. Y cuando Liam vaya creciendo, Max se preocupará por él, hasta cuando vaya al preescolar, igualito a como Woody hace con Bonnie en la recientemente estrenada Toy Story 4.

No hablamos de espionaje industrial ni nada por el estilo, sencillamente la relación entre el niño -que tiene casi nada de protagonismo- y el terrier Max está que se babea por él.

Y ya sabemos lo que es la baba de los perros.

La vida secreta de tus mascotas 2 se abre a mucha historias, no se queda sólo con Max y Chuck, su peludo compañero de hogar -¿alguien dijo Buzz Lightyear?-, que se suben al auto junto a la familia a una visita a la granja de un pariente. Porque al partir, Max deja a la perrita Gidget su más preciado juguete, una pelotita que se llama Zumbejita, que obviamente se pierde y va a parar al departamento de una ancianita con decenas de gatos. Y también está Snowball, el conejo que se cree superhéroe. Y un tigre blanco al que el dueño de un circo –de acento casi ruso, de nombre Sergei, bastante, bastante malo- maltrata, y más, y más mascotas.

Tal vez sea extraño que en una película para chicos se muestre a una gata, Chloe, drogada porque su dueña le ha dado “hierba feliz”.

En fin, será que a Blancanieves limpiando la casita de los enanos ya no se la cree nadie.