La vida nueva

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

En transición

Laura (Martina Gusman) y Juan (Alan Pauls) conviven en la aplastante y aletargante vida pueblerina en una geografía de espacios abiertos, campo y un rio que separa dos orillas: la de la vida rutinaria (pueblo adentro) y aquella que representa la posibilidad de fuga hacia nuevos horizontes.

Ella enseña piano y él es un parco veterinario que en una noche de insomnio -y de peleas en el silencio- es testigo de la brutal golpiza que sufre el joven César, atacado por sus propios amigos, entre ellos Nicolás, en represalia por haberle estropeado a propósito la camioneta con una bolsa cargada de piedras. La trifulca despareja termina con una herida de arma blanca por parte de Nicolás y la llegada de César al hospital para entrar en un coma profundo, mientras el único que sabe la verdad de los acontecimientos es Juan, quien luego de llevarlo al hospital debe falsear su testimonio por presiones de Martínez, el hombre fuerte e influyente de la comunidad, padre del victimario.

En medio del dilema ético de Juan, Laura anuncia que está embarazada pero que no sabe si realmente quiere ser madre cuando Beneti (Germán Palacios), tío de la victima que pudo escapar a tiempo para continuar con su carrera de músico de rock, regresa al pueblo a buscarla bajo pretexto de haber vuelto para acompañar a la familia en un momento difícil.

La monotonía y la abulia resuenan en cada segundo como aquel preludio de Bach en do mayor (forma parte de la banda sonora del film) que Laura enseña a Sol (Ailín Salas) para que pueda dar el concierto que le permita conseguir una beca de estudio en Buenos Aires y es precisamente el puente dramático que atraviesa la atmósfera perturbadora de La vida nueva, último opus de Santiago Palavecino producido por Pablo Trapero, que abraza rasgos de film noir y melodrama intimista.

La sutileza y el cuidado minucioso de los diálogos, ricos en austeridad, da lugar a los silencios que operan como intervalos en complemento con las elipsis abruptas para darle un ritmo sincopado al relato que toma como uno de sus conflictos -entre un conjunto de subtramas bien desarrolladas - las coordenadas de un triángulo amoroso donde el tercero en discordia es el recién llegado Beneti, quien con su sola presencia moviliza emociones, deseos, resentimientos y anhelos en Laura que se traducen en encuentros secretos a las afueras del lugar o visitas inesperadas.

Esa melodía repetitiva –por eso la elección del preludio- que abarca prácticamente la totalidad del film, interrumpida constantemente por los cortes, guarda estrecha correspondencia con el ruido mental de los personajes y la perturbadora presencia de un extraño que revive viejos fantasmas del pasado de Laura cuando se encuentra en la transición de su destino y debe elegir entre dos hombres que encarnizan exteriormente dos formas de vida: la vieja y asfixiante junto a una pareja que no la completa o la incierta, aliviadora y sugestiva nueva chance.

La vida nueva asume desde el punto de vista cinematográfico la tarea de mantenerse en una posición neutral frente al derrotero de sus personajes y se para con pies firmes y sin temores en un espacio incómodo para cualquier propuesta de estas características porque confía ciegamente en los intervalos y en los tiempos muertos más que en su propia dinámica, que muchas veces se ve contaminada por un cambio brusco de registro cuando transita de la melancolía pueblerina al relato crudo y seco con ciertas irregularidades en el desempeño de un elenco donde las rotundas diferencias entre actores y no actores quedan reflejadas en cada escena.