La vida nueva

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

Algo a mitad de camino

La película de Santiago Palavecino se queda a mitad de camino. Su lejanía brechtiana impide cualquier acercamiento emocional en un filme de cuidado diseño de arte, con una fotografía y un tratamiento de sonido de primer nivel.

La pareja de Laura y Juan está en crisis. Después nos enteramos que ella abandonó todo por ese señor enfurruñado con el que se casó. Sus estudios de piano, su carrera como concertista, todo quedó atrás. Ahora enseña piano a alumnos particulares en un pueblo de provincia, mientras Juan asiste vacas, caballos y cualquier animal que su profesión de veterinario requiere.

Mientras Laura piensa que todo fracasa y su embarazo complica el problema; su marido asiste, accidentalmente, a una feroz pelea entre adolescentes que deja agonizando a uno de ellos. En ese momento aparece, para empeorar la situación, un ex novio de Laura, pariente del agredido, que complica el panorama. Y la posibilidad de una denuncia de Juan contra el grupo agresor, hijos algunos de poderosos personajes del lugar, activa las presiones del padre de uno de ellos para lograr un silencio cómplice.

LOS CLIMAS

"La vida nueva" entra dentro de la línea de "cine interior", poco desarrollado dentro de la cinematografía argentina. Cine de estados de ánimo, enmarcado en climas casi oníricos, el filme, que por un lado logra crear una atmósfera singular, por el otro descuida las subtramas y no anuda las distintas historias.

La película favorece cierto desconcierto, una desorientación que distrae y genera una ambigüedad que se concentra en las actitudes del personaje del esposo, que lamentablemente, por la interpretación errática de Alan Pauls, acentúa el clima general.

Martina Gusmán es una Laura espiritual y poética que se contrapone con su ex pareja, Germán Palacios, ambos en excelentes interpretaciones junto a la promisoria Ailin Salas, la talentosa adolescente de "La sangre brota". En cuanto a Alan Pauls ("El pasado"), un notable escritor en la vida real, tiene sí un interesante rostro, pero su hieratismo le juega en contra.

La película de Santiago Palavecino se queda a mitad de camino. Su lejanía brechtiana impide cualquier acercamiento emocional en un filme de cuidado diseño de arte, con una fotografía y un tratamiento de sonido de primer nivel.