La vida nueva

Crítica de Diego Lerer - Clarín

Preludio y fuga

Santiago Palavecino dirige esta mezcla de drama de amores cruzados y policial de pueblo chico.

Las transiciones, los momentos de calma, tensión”, le explica Laura (Martina Gusman) a Sol (Ailín Salas), su alumna de piano a la que está preparando para una audición con “Preludio y fuga de Bach en Do mayor BWV 846”. La chica se esfuerza, pero la mente de Laura parece estar en otra cosa. Acaba de enterarse de que está embarazada, pero su relación matrimonial con Juan (Alan Pauls) no está pasando su mejor momento y no sabe muy bien qué hacer. Se revela, además, en la escena inicial, que ella ya abortó en el pasado.

En el drama de pueblo chico que involucra a Laura y a Juan entrarán a jugar varios elementos más que, a modo de las indicaciones de la profesora sobre Bach, hacen que La vida nueva sea una película que mezcla “transiciones, momentos de calma y tensión”.

Juan es veterinario, seco, de gesto adusto y pocas palabras. Una noche, merodeando por el pueblo tras una discusión con Laura, se topa con unos adolescentes en plena pelea. Cuando intenta intervenir, uno de ellos, Nicolás, le clava un cuchillo a César y lo deja en coma. El problema es que Nicolás es hijo de Martínez, “capo” del pueblo, que no quiere saber nada con que su hijo aparezca como sospechoso, y presiona y chantajea a Juan para no declarar lo que sabe.

Esos dos puntos de partida sirven para dar entrada al tercero y principal. El tío del chico en coma, César, es Benetti (Germán Palacios), un músico de rock que dejó el pueblo para irse a Buenos Aires, pero regresa a estar con su sobrino. El tal Benetti –así son los dramas de pueblo chico- fue pareja de Laura muchos años atrás y el reencuentro, en plena crisis de la profesora de piano, pondrá todo, digamos, en “clave mal temperada”.

Policial y melodrama, triángulo amoroso en el que la pelea de dos hombres por una mujer se refleja, cíclicamente, en los problemas que hoy tienen los adolescentes allí (el conflicto entre César y Nicolás es por Sol), La vida nueva no se ahorra conflictos ni subtramas para un metraje que apenas llega a los 75 minutos. Producido por Pablo Trapero –cuyo estilo de ritmo sincopado puede notarse observando las bruscas elipsis narrativas y los momentos de contemplación que siguen a las explosiones-, el filme de Palavecino se asemeja a un “noir” local, con la fotografía brumosa de Fernando Lockett acentuando aún más ese clima ominoso.

Si un problema tiene el filme (que a algunos puede resultar bastante molesto) es que, más allá de Gusmán, Palacios y Salas, el resto del elenco está un poco fuera de registro. Esto se complica, en especial, en el caso de Pauls, ya que si bien su personaje es reservado y “corto”, el escritor no consigue darle el peso necesario como para transformarlo en un elemento fuerte en ese triángulo amoroso, más allá de que fotogénicamente rinda como una suerte de Sam Shepard criollo.

Con sus defectos, su curioso beat de tensiones y calmas (comparable a como Glenn Gould hace ese mismo “Preludio y fuga”, de Bach), La vida nueva termina siendo un filme más ríspido y fracturado que melancólico y elegante. Menos nostálgico y clásico, pero bastante más perturbador.