La vida de Adele

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Hay algo de inasible y fugaz en “La vida de Adèle: capítulos 1 y 2” (Francia, 2013) y está relacionado con su protagonista excluyente: Adèle Exarchopoulos, quien colma la pantalla en cada fotograma. Joven, bella, dueña de unos labios que van a competir con los de Angelina Jolie como los más sexies del cine, arrasa en cada una de sus apariciones.
Si bien la película de Abdellatif Kechiche (“La culpa es de Voltaire”, “Cuscús”, entre otras) posee a otros actores, la belleza y frescura de Exarchopoulos hacen que las tres horas de duración contemplando a la actriz sean apenas un instante. Su trabajo, natural y espontáneo, hace que la atracción y empatía con ella sea inmediata.
Precedida por varios premios en Cannes 2013, e inspirada en la novela gráfica de Julie Maroh “El azul es un color cálido” (Glenat, 2010), “La vida…” habla de Adèle, una joven de secundaria que quiere explorar su sexualidad y que si bien tiene un primer encuentro amoroso con Thomas (Jeremie Laheurte) es cuando decide avanzar sobre una bella mujer con el cabello azul (Léa Seydoux), a quien vio una sola vez y con la que sueña recurrentemente(“Adéle, estás soñando despierta” le grita su madre), con quien quiere estar.
En un bar LGBT finalmente la conoce y pese al rechazo inmediato de sus compañeros de curso (en una cruda escena en la que se muestra el bullying con su peor cara) y el hermetismo con su familia sobre su relación con Emma (Seydoux), la joven encuentra en su cuerpo un mecanismo de liberación que la hará independizarse y encontrar un rumbo a su vida.
Con Emma generará un vínculo enfermizo de amor y dependencia que hará inevitable la imposibilidad de desapego entre ellas. Emma es artista plástica, algo que atrae a Adéle (quien ama la literatura y vive leyendo y escribiendo), quien se convertirá rápidamente en su musa y logrará con ella un increíble trabajo simbiótico. La noche, los bares, la música, los cigarrillos, las amistades, las mujeres compartirán todo.
Y principalmente la cama, una cama con escenas jugadas y explícitas, con planos detalles que no dejan nada librado a la imaginación (más allá que se ha aclarado que se utilizaron en la filmación prótesis sobre los mismos) y que no importan si representan el verosímil del sexo lésbico o la mirada del director sobre el mismo, pero sí si reflejan el sexo de Adéle y Emma, un sexo que está ahí, en la pantalla, tan visible y tangible que por momentos incomoda. Tan real que nos hace entender lo inevitable de esta pasión.
El idilio dura poco porque Adéle siente que Emma no se brinda totalmente hacia ella y empieza a buscar nuevamente algo, algo que ella no sabe qué es pero que necesita. Llora, mucho, miles de planos de Exarchopoulos lagrimeando.
La queremos consolar. Kechiche está enamorado de su protagonista y por eso la película está narrada con primeros planos de Adèle en todo momento y si hay una manifestación estudiantil, una marcha por el orgullo gay o si estamos en una disco, sólo nos enteramos por lo que se puede llegar a observar por fuera de la cara de Adéle. Omnipresente en todo el filme.
Los cuerpos libres de las protagonistas, principalmente en las escenas de cama y las de baile, liberan la tragedia que poco a poco se va construyendo.Porque así como Adèle no pasa desapercibida, Emma tampoco, y la tormenta que se desatara entre ellas será inevitable.
Desapego, amor, transformación, libertad, separación, la comida como celebración, celos, algunos de los tópicos sobre los que trabaja Abdellatif Kechiche para construir un relato contundente sobre la pasión de una joven que ama tan desesperada, urgida y apresurada como su juventud se lo exige.