En el transcurso del tiempo Un único plano de 116 minutos para el lucimiento de dos actrices (María Ucedo y Yanina Gruden) en este más que promisorio debut de Salgado. Algunos lo evaluarán como un film “programático”, como un “ejercicio de estilo” o como una experimentación narrativa y visual extrema, y puede que haya algo de eso, pero este debut de Salgado (formado en la FUC y con experiencia sobre todo como sonidista) tiene sus méritos que exceden el marco del tour-de-force para sus dos actrices (María Ucedo y Yanina Gruden), que sostienen un ¡único! plano de 116 minutos. La “excusa” para este trabajo sobre la “pureza” del tiempo real y la no manipulación del espectador es una entrevista de trabajo. En efecto, una escenógrafa y vestuarista de experiencia (Ucedo) recibe a una joven aspirante (Gruden) para que eventualmente la asista en una puesta del clásico Caperucita Roja. Pero ese pretexto sirve para que ambas (muy diferentes entre sí) comiencen unas largas y cada vez más desatadas charlas sobre cine, sexo y arte. Aún con sus limitaciones y exigencias, se trata de una propuesta más que interesante que ganó el premio a Mejor Película Argentina del 28º Festival de Mar del Plata.
La utilidad de un solo plano En El crítico (2013), el tedioso cahier Víctor Tellez se lamenta en francés acerca del “maladie du cinéma”, que viene a ser algo así como la pérdida de la capacidad del asombro ante la saturación de cine. Es muy real y es muy fácil caer en el cinismo. Hoy en día se podría hablar de un “maladie du festival”, que es lo que nos hace hacer un gesto de desprecio cuando oímos que una película sostiene un plano fijo e ininterrumpido de 115 minutos sobre sus dos actrices. ¿Qué se cree el director? Andy Warhol ya filmó a un tipo durmiendo 5 horas y media en Sleep (1963). Es un grato placer descubrir que La utilidad de un revistero (título tan poco atractivo como enigmático si los hay) es en realidad una obra de teatro, meticulosamente filtrada por el ojo de la cámara de cine y con un hábil montaje interno. El sonidista devenido escritor-director Adriano Salgado se vale de muy pocos recursos para componer una atractiva puesta en escena en tiempo real, desde el desplazamiento de objetos en primer y segundo plano hasta pequeñas puestas en escena dentro del mismo plano. La trama involucra a Ana (María Ucedo), que está buscando asistencia para realizar la escenografía de una obra de teatro, y a Miranda (Yanina Grunden), la chica que llega a su casa una tarde lluviosa para una entrevista de trabajo. Ana le muestra la maqueta para la obra – una horrenda reinterpretación moderna de Caperucita Roja que sustituye al lobo por un puntero de paco – y luego Miranda le muestra una “trilogía” de dibujos, explicándole por qué están conectados de la forma más absurda. Ambas son artistas, ambas son mediocres, ambas tienen un pésimo gusto – y ambas comienzan una velada de competitividad pasiva-agresiva. El énfasis cae mayormente en las excelentes interpretaciones de María Ucedo y Yanina Grunden, y en los geniales diálogos que comparten, que por encima suenan verosímiles y por debajo supuran burla, envidia, lástima, candor y otras vibraciones. Las actrices – ambas con trasfondos teatrales – maduran relaciones de poder en tiempo real que se prestan tanto al drama como a la comedia y jamás se sienten forzadas. Convierten el pequeño cuadro en un escenario que ignora los márgenes del plano o las artificiosas restricciones de la puesta en escena. Ana la harpía calculadora y Miranda la ninfa inocentemente ofensiva componen un dúo formidable mientras que el inescrutable ojo de la cámara capta e intensifica cada pequeño gesto. A los postres, La utilidad de un revistero guarda un giro sorpresivo para el final que bien amerita volver a ver la película, aunque sea para corroborar nuestra lectura de la revelación. Se maneja bien hasta que una canción comienza a interpelar al espectador y literalmente nos canta todos los secretos de la historia que hemos venido descifrando. ¿Era necesario el recurso? Qué decepción que una película tan inteligente arranque con las cucharadas sobre el final (que encima se alarga un poco). Por lo demás, el film vale su peso en la ingeniosa puesta en escena, las actuaciones y el guión que las guía. Tiene lo mejor del teatro y el cine juntos.
En busca del minimalismo más radical Lo que hace la ópera prima como director del sonidista Salgado, doblemente premiada en el Festival de Mar del Plata, es investigar, desde el cine, las diferencias con el teatro. O reflejar lo teatral en el siempre complejo espejo del cine. ¿Cuánto se puede sostener un plano fijo, sin que pierda su interés? ¿Un plano fijo y frontal, que encuadra parte de un decorado y dos actrices charlando, es cine o teatro filmado? ¿Cuánto cuenta lo que se ve en campo y lo que no? Ganadora de dos premios en la edición 2013 del Festival de Mar del Plata (Mejor Película de la Competencia Argentina y Premio DAC a la Mejor Dirección), La utilidad de un revistero se hace esas y otras preguntas referentes a la puesta en escena cinematográfica. Con algo de ejercicio y algo de juego con el espectador, la ópera prima del sonidista Adriano Salgado (Familia rodante, El juego de la silla, la inminente Cómo ganar enemigos) es un artificio que osa decir su nombre. Y eso siempre suele despertar extrañeza y malentendidos.El ejercicio es ultraminimalista, tanto en términos de lo que sucede como de puesta. Desde un único emplazamiento de cámara se filma, en tiempo real y en un encuadre fijo, el encuentro entre una directora de arte y una candidata a ser su asistenta. La directora de arte, una cuarentona llamada Ana (María Ucedo) recibe en el living de su casa a Miranda, unos quince o veinte años menor que ella (Yanina Gruden). Ana se sienta frente a cámara. A la izquierda y de perfil, Miranda. Ana tiene que resolver detalles de decorado y vestuario para una versión teatral aggiornada de Caperucita Roja, que tiene lugar en una villa y donde el Lobo es un vendedor de paco. En algún momento Ana planta la maqueta sobre la mesa y le pide a Miranda que haga unos bocetos de vestuario. Algo más tarde el trabajo será interrumpido por una cena de empanadas, y entre una cosa y otra a Miranda se le ocurrirá que un espejo podría solucionar un problema escenográfico importante. En otro momento y con ayuda de una banana, Ana hará de consejera sexual y maestra en la técnica de la fellatio ante la conflictuada Miranda.Lo que sucede es nimio, insignificante si se quiere, eventualmente autorreferente (la maqueta, el espejo). ¿Por qué La utilidad de un revistero no resulta tan nimia e insignificante como aquello que muestra? Porque una cosa es lo que se muestra, y otra cómo se lo hace. La ópera prima de Salgado podría funcionar, en términos de teoría cinematográfica, como equivalente de lo que el experimento Kulechov representó en su momento para las teorías sobre el montaje. Allí, el plano siguiente modificaba el sentido del previo. Aquí el plano fijo se confirma, en contra de todo vicio clipero o “movimientista” (de cámara) como gran generador de atención por parte del espectador. ¿Qué es lo que despierta interés, subliminal incluso? La esencia misma del plano fijo: su carácter sostenido.Aquí, con una duración que estira al máximo la radicalidad del experimento (116 minutos), un personaje puede pasarse casi cinco minutos mirando algo en una notebook (algo que el espectador no ve), mientras otro dibuja algo (que tampoco se ve), y el interés se mantiene, gracias a la cualidad intrínseca del tipo de plano. ¿Es La utilidad de un revistero teatro filmado? Suele pensarse eso de todo encuadre frontal que muestre, sin cortes, a uno o más actores en un decorado. Eso es lo que se estableció en los primeros tiempos del cine, a partir del momento en que D. W. Griffith revolucionó la fijeza previa, introduciendo la gramática de lo que de allí en más se consideró “lenguaje cinematográfico”. Que la “puesta en abismo” (la maqueta) esté aquí referida al teatro, y que algunas luces del fondo (una muy azul, otra muy verde) sean, visiblemente, luces “de escena”, podría reforzar la idea de que La utilidad de un revistero es teatro filmado.La cualidad propia del encuadre, que no herramienta teatral, así como el subrayado del artificio y el rol que sobre el final juega el fuera de campo, cuando Ana resulta visiblemente movida por algo que el espectador no ve (un intercambio de WhatsApps en su celular) no hacen más que evidenciar, por el contrario, que lo que hace La utilidad de un revistero es investigar, desde el cine, las diferencias con el teatro. Espejar lo teatral en el espejo del cine. Ejercicio, sí, y también juego. Como revelan en un momento el “acá está” de la cámara, el espejo dado vuelta, la escena de la banana y el sorpresivo desenmascaramiento final de un CD de música, que resulta ser un bolero grabado para la ocasión.
Una de las propuestas más curiosas del cine nacional de los últimos tiempos –al menos en su propuesta formal–, la opera prima de Salgado, un experimentado sonidista cuyo trabajo se remonta a los primeros cortos de Pablo Trapero y películas como EL JUEGO DE LA SILLA y MALA EPOCA, narra en un solo plano secuencia de casi dos horas de duración una situación jugada en un departamento entre dos mujeres, las muy talentosas actrices María Ucedo y Yanina Gruden. Si bien el filme tiene mucho de ejercicio de estilo y también puede ser considerado como una pieza teatral filmada, los personajes y la historia son lo suficientemente ricos como para merecer la atención constante del espectador que logre acostumbrarse al planteo y formato del filme. utilidad-revisteroUcedo encarna a una escenógrafa y vestuarista que le toma una suerte de entrevista de trabajo a una joven aspirante (Gruden) para que sea su asistente en una puesta en escena de CAPERUCITA ROJA. La entrevista da paso a unas revelaciones personales cada vez más íntimas y a una suerte de pequeña batalla psicológica entre ambas que reserva una especie de sorpresa sobre el final. Con algunos ingeniosos apuntes visuales y usos del fuera de campo, la curiosa y a la vez sencilla película de Salgado es un tour de force actoral que le permitió ganar el premio a la mejor película argentina del Festival de Mar del Plata 2013.
La ópera prima de un realizador cinematográfico que hizo sus armas en el departamento de sonido. Se trata de Adriano Salgado, que colaboró en sendas producciones de Pablo Trapero, Ana Katz y Mariano Galperín, entre otros. El sonido tiene mucho que ver en "La ulitidad de un revistero" ya que se trata de un gran plano secuencia. Habría que averiguarlo si realmente no hay corte, pero la cámara se mantiene en su posición, -el punto de vista del "revistero" que todo lo ve salvo unos minutos en que es cubierto-, y retrata una entrevista de trabajo que se convertirá en el punto de partida y resolución del conflicto en el diálogo entre Ana y Miranda. Decía lo del tema del sonido pues es interesante la creación de ese espacio en off, donde presentimos las acciones pero no las vemos pues la escena se completa con la música, el ruido de una gotera, el paso de un tren, el ringtone del celular, el tono del chat, etc., que le dan profundidad o crean una imagen ampliada. El ejercicio de ver es complejizado por Salgado en utilizar otros sentidos e interactuar virtualmente con los protagonistas, por ejemplo, en sus diálogos, en sus acertijos. El título puede ser intrascendente aunque, en mi caso, me provocó a llegar hasta el final en un suspenso interminable que tendría su motivo en saber cuál es la utilidad del revistero. Otro logro de la película es que con dos personajes que dialogan aparentemente de temas profesionales o de temas triviales, se van a ir desgranando un montón de aristas sociales, de prejuicios-desprejuicios, de flagelos actuales, de diferencias generacionales, de vegetarianos, emprendedores y recicladores y muchas autorreferencias al mundo del cine y sus protagonistas. Las actuaciones de María Ucedo y Yanina Gruden hacen que las casi dos horas de película tengan ritmo a pesar de esta teatral puesta en escena y lo poco acostumbrados que estamos a que no haya cortes de video clip en planos y contraplanos de cualquier película comercial. El argumento nos llevará al departamento de Ana, donde abre la película mostrándonos una mesa de un comedor y la entrada de la cocina y un cuarto con la puerta cerrada. Allí, ella espera a Miranda, que le ayudará a encontrar un diseño de vestuario para una adaptación para adultos del cuento de Caperucita Roja, algo más realista, representada en un barrio marginal y con personajes en donde el lobo es un "puntero del paco". A partir del intercambio entre las dos mujeres, se irá vislumbrando la manipulación de Ana y las inseguridades de Miranda, en donde también, habrá un paralelo con el clásico infantil. No les cuento más, para aquellos que están buscando algo fuera de lo común, les recomiendo "La utilidad de un revistero".
Jacques Rivette decía en un famoso artículo del Cahiers du Cinema que “hacer una película es mostrar ciertas cosas y al mismo tiempo, y en la misma operación mostrarlas de determinada manera siendo estos dos actos rigurosamente indisociables.” Mostrar, y mostrar de determinada manera es lo que hace el cine. Por lo cual, en cierta forma, La utilidad de un revistero resulta una película tramposa. Podría ser perfectamente una pelicula de actores, o también una pelicula bien teatral. Sin embargo esta idea manifiesta de mostrar, y hacerlo “amaneradamente” (hay un amaneramiento en esta forma sostener una cámara fija durante casi dos horas) desde un encuadre riguroso de conjunto, medio y general, la hacen una pelicula densamente cinematográfica construida a partir de una tensión: la de un plano secuencia con cámara fija en tiempo real. Es que la pericia de la fotografía de Lucio Bonelli que recorta el espacio central de una habitación de tal manera que el borde inferior del cuadro sea casi una mesa donde apoyan los objetos, dos puertas hacia el fondo, una escalera en el off a la derecha del cuadro, un baño a la izquierda fuera del campo sugiere que si lo de dentro del campo es importante, lo de fuera, va adquiriendo con los minutos una densidad y una presencia insustituibles: la maqueta de una futura obra de teatro (hacia el final sabremos por qué una versión de “Caperucita roja”), una pantalla que no vemos, un espejo que refleja lo que está fuera del campo, como lo hacía la pintura del renacimiento “Matrimonio Arnolfini” de Jan Van Eyck, si de intertextualidades se trata: teatro, cine y música. La lente de la cámara, tapada y mencionada en un solo momento y la pregunta: es el revistero la cámara? Asi, son dos los elementos vitales del relato cinematográfico que terminan siendo los protagonistas. Esos dos elementos son el espacio y el tiempo expresados en una sola toma de algo menos de dos horas de duración y nada menos que dos horas. Dejando para lo último el diálogo, generalmente insustancial, en el que una mujer entrevista a otra para asistirla en una puesta teatral, pero ese dialogo está inutilizado por momentos por el procedimiento fílmico. Dialogos que plantean situaciones siempre rescatadas por la solvencia de María Ucedo. Todo esto, seguramente harán pasar a la historia a La utilidad de un revistero del debutante Adriano Salgado como una pelicula argentina única, distintiva y especial. La pelicula se puede ver en el Cultural San Martín (Sarmiento 1551, CABA) Los jueves, viernes y domingos, a las 20 hs. Los Sábados 22 hs.
Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más. ¡No te lo pierdas!
En la boca del lobo Un solo plano, fijo, de casi 120 minutos. Dos personajes y un texto calculado y milimétrico. Todo lo que integra La utilidad de un revistero, ópera prima del habitual sonidista Adriano Salgado, remite al teatro, incluso el tema que convoca a las protagonistas: la entrevista laboral que una escenógrafa y vestuarista le toma a una joven aspirante a ser su asistente, de cara a una puesta en escena de Caperucita roja ambientada en el marco de un barrio de clases bajas. Sin embargo, lo que parece un tour de force formal algo esquemático va mostrando progresivamente diversas capas que evidencian la presencia de lo cinematográfico y que contradicen cierta ontología de las imágenes: por más que La utilidad de un revistero registre todo sin un corte y en ese recurso se invoque lo real, lo que se ve -vio- no termina de ser del todo cierto. El cine es una representación de lo real, pero no lo es necesariamente. Ese juego de real / no real se vincula además con el conflicto en sí: dos personajes obligados a compartir un pedazo de tiempo y espacio, forzadas ante la posibilidad de un compromiso laboral a futuro. Sin intentar un análisis sociológico sobre esa instancia crítica de las entrevistas laborales, La utilidad de un revistero no deja de reflexionar sobre ese momento de exposición personal, donde el poder de la situación le pertenece explícitamente a una de las partes y la otra está indefensa. Roles pasivos y activos, víctimas y victimarios, sobre los que Salgado indaga además a partir de la referencia a Caperucita roja. Miranda, la joven aspirante, se mete de lleno en la cueva ante un lobo, Ana, la escenógrafa, que se va revelando feroz progresivamente. La utilidad de un revistero es un experimento intelectual, pero incluso alegre porque Salgado no elude las posibilidades de la comedia en diálogos punzantes y un poco incómodos, y a los que María Ucedo y Yanina Gruden bordan con un timing envidiable. A pesar de encerrar a sus dos personajes en un plano durante 116 minutos, el director logra que su película no resulte asfixiante y mucho menos estática: los sonidos, los diferentes focos de luz que aportan profundidad de campo y el interés que generan los estímulos del espacio off hacen de La utilidad de un revistero una propuesta bastante más compleja de lo que parece en el comienzo, a la que sólo podemos cuestionarle cierta malicia en la construcción del personaje de Miranda. Sobre los últimos minutos, un tema musical va apoderándose progresivamente de la escena y una serie de gestos de Ucedo redoblan la apuesta sobre lo que acabamos de ver. Definitivamente La utilidad de un revistero admite su carácter lúdico, hacia afuera y hacia adentro. Un juego algo perverso, pero fascinante.
INSINUACIÓN DE LO OMITIDO La mesa está abarrotada de objetos: un termo, el mate, frascos, la computadora, los materiales de trabajo, algunos libros. La luz, aún apagada y los sonidos provienen del afuera ya sea desde otro sector del hogar (el contestador del teléfono) como la lluvia. Entonces, Ana llega a su casa y comienza a despojar a la mesa de sus pertenencias, con pausa y de manera arbitraria. Ese gesto –en apariencia simple, cotidiano y quizás hasta mecánico –adquiere otra connotación en la ópera prima de Adriano Salgado: ya no se trata de una acción ordinaria, sino de una forma de entrecruzamiento de lenguajes, una articulación entre una puesta teatral y su captación cinematográfica. La disposición de ese único espacio –el living de Ana –y el juego con el espacio visible y el fuera de campo propone de forma continua una conexión o ruptura de un lenguaje y el pasaje hacia el otro. La cámara fija durante toda la película pone en evidencia no sólo ese punto de vista unidireccional, establecido, sino que pareciera jugar con las maneras de la expectación: en un teatro se dispone de un escenario donde el espectador puede realizar un recorte de la obra o elegir qué desea mirar; en la pantalla cinematográfica, por su parte, la mirada está mucho más centralizada y es más difícil efectuar dicho recorte. Sin embargo, Salgado consigue con La utilidad de un revistero que ambas formas de expectación puedan aunarse o sean posibles. Esto también lo logra a partir del uso del fuera de campo, un recurso que recorre todo el filme y que permite mantener esa tensión, por un lado, entre Ana y Miranda (grandes actuaciones de María Ucedo y Yanina Gruden) y, por el otro, entre ellas y el espacio. De esta forma, los mensajes en el contestador, el ruido de la lluvia o el tren, las llaves, los pasos en la escalera, el timbre o las voces de ellas fuera del espacio fijo de la cámara se van resignificando a lo largo de la película y habilitan otros matices en la construcción de los personajes. De la misma manera, tanto Ana como Miranda se componen de la información oculta dentro de la misma puesta. El director plantea un ocultamiento de las charlas de Ana en el facebook o de aquello que busca en la computadora, del video sexual, de los mensajes de texto así como tampoco exhibe los dibujos de Miranda (ni su porfolio ni lo que produce in situ). En consecuencia, el conocimiento de las protagonistas también se produce por fragmentación o elipsis, cuyo valor primordial pareciera ser una reconstrucción propia de cada espectador. Salgado pone especial atención al uso y apropiación de las simbologías. Una de las que se perpetúa en La utilidad de un revistero tiene que ver con esa reunión de trabajo: Miranda como una posible colaboradora de Ana para la escenografía y vestuario de una nueva versión de Caperucita Roja. La maqueta que Ana le muestra a Miranda, con esa división en tres espacios fijos (casa de la joven, vías de tren en lugar de bosque y casa de la abuela) puede pensarse como la posición de la lente en su casa (living, la puerta casi siempre cerrada de su cuarto en refacción y parte de la cocina) pero no comprendidos como reflejos entre sí, sino en tanto sitios exhibidos y la forma de su circulación. El pasaje de un ambiente a otro en la maqueta, la proyección de una luz cenital con linterna y el tren como motivo determinante se recontextualizan en los movimientos de las protagonistas en la casa de Ana, en esos otros espacios, en el momento de oscuridad total y el sonido del tren, la lluvia y las goteras como motivos recurrentes. Caperucita Roja ahora se llama Ayelencita –con su buzo con capucha roja –; el lobo es reemplazado por Roly, un puntero de paco; la madre y la abuela. Algunos de estos caracteres se plasman explícitamente, por ejemplo, la madre que llama a Miranda porque es tarde, y otros podrían rastrearse a partir de ciertos objetos o rasgos puestos en funcionamiento. Incluso, un espejo se coloca en oposición a la cámara de tal forma que, no sólo se puede ver un sector antes oculto, sino que podría considerarse como una metáfora de ese cuento como circulación dentro de lo real. Los objetos se muestran, disponen, resignifican y vuelven a ocultarse; los diálogos permiten conformar las realidades de las protagonistas a través de lo fragmentario pero, en definitiva, el conjunto se manifiesta como productor de identidad, una identidad tan fuerte en su esencia conceptual como metafórica dentro de ese espacio único, dirigido y cautivante que se prolonga hasta los créditos. Está claro que la octava y última pintura de la serie de Miranda va a ser todo un éxito. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Juego de máscaras en un solo plano Esta película, ganadora de la competencia Argentina en el Festival de Mar del Plata 2013, se sostiene con singular eficacia sobre un único plano fijo, sin cortes. Quienes recuerden La tarea, del mexicano Jaime Humberto Hermosillo, de 1991, sentirán un aire familiar y, de hecho, en La utilidad de un revistero se cita explícitamente esa película al tapar la cámara con un abrigo. De todos modos, en esa película mexicana había más planos en principio, varios hasta que se establecía el punto de mira, y aun después (aunque disimulados): no había manera, por el rodaje en fílmico, de sostener una película entera en un único plano secuencia en términos de rodaje. Por otro lado, la presencia de la cámara era parte crucial de la narrativa de La tarea. El eje de La utilidad de un revistero no tiene que ver con una cámara oculta y su suspenso, sino con un encuadre fijo como punto de partida y límite visual (que no sonoro, en una película que maneja este tema con sutilezas diversas que no conviene develar, y cuyo director es un experimentado sonidista). Asistimos a un encuentro de trabajo en una casa particular que deriva en charlas diversas. La mujer más sabia y la más joven: una escenógrafa teatral experimentada y una aspirante a colaboradora piensan detalles para una adaptación de Caperucita roja, pero también y, sobre todo, se conocen, se miden. La mayor lanza dardos iniciales sutiles, pero firmes, y luego se suelta más hasta llegar a la lección sobre sexo oral que constituye el segmento más vibrante, más fluido en términos de acción del relato. Yanina Gruden, como la joven aspirante, y María Ucedo, en el papel de la sabia escenógrafa Yanina Gruden, como la joven aspirante, y María Ucedo, en el papel de la sabia escenógrafa. Pero, más allá de esos atractivos más inmediatos, las casi dos horas de La utilidad de un revistero se sostienen con otros recursos: cada segmento de la conversación tiene su propia tensión, su propósito claro, e incluso los momentos de deriva o banales están escritos con gracia y con conciencia del lenguaje y de las referencias contextuales. A su modo, La utilidad de un revistero es una comedia de máscaras que se activan en los tanteos, en las diferencias, en los consejos y en las correcciones que desfilan sutilmente por sólo dos actrices. Y, en el caso de María Ucedo especialmente, con un magnetismo actoral, una confianza y una autoridad en la voz que dan la sensación de que podrían sostener una apuesta aun más radical que el único plano tal vez arduo para un público no entrenado, pero difícilmente tedioso de La utilidad de un revistero.
La ganadora de la Competencia Argentina fue la notable La utilidad de un revistero, de Adriano Salgado. Si decimos que se trata de una película concebida con un solo plano (en realidad son dos, porque cerca del final hay un corte con fundido a negro) prácticamente estático (hay un sólo y leve movimiento de cámara en determinado momento) y con tan sólo dos actrices, muchos podrían pensar que se trata de un rollo experimental absolutamente aburrido e infumable, cuando en rigor es todo lo contrario. La película muestra la interacción de dos muchachas adentro de un departamento de Buenos Aires; una de ella se presenta como candidata para un trabajo como colaboradora para la construcción escenográfica de una obra teatral, y la otra intenta chequear su idoneidad y sus posibles aptitudes. La informal entrevista comienza a transformarse en una charla en la que la planificación de la obra deriva en una cena conjunta con algún accidente doméstico, y un hilarante intercambio acerca de las mejores maneras de dar sexo oral. Las dos actrices (brillantes) despliegan un largo duelo actoral con efectivas puntas humorísticas, en el que empiezan a dar a los personajes cierta complejidad, dimensiones ocultas que acaban forjando cierta densidad humana. Enfrentando al espectador a sus propios prejuicios (en un comienzo las chicas aparentan ser bastante pelotudas, y terminan siendo algo totalmente distinto), la película utiliza el reducido espacio estableciendo un juego metacinematográfico y de espejos, proponiendo asimismo una reflexión respecto a la puesta en escena teatral y cinematográfica. Una gran ópera prima, diferente, lúdica y muy entretenida de un promisorio director al que conviene seguir de cerca. Sobre la atípica concepción, Salgado ha dicho: “Con este larguísimo plano secuencia quise demostrarme sobre todo que los cortes en el montaje no garantizan ni entretenimiento ni efectividad, y que incluso a veces el corte puede ser una gran decepción”.
Sumergirse en lo simple. Con algo de buen jazz de fondo empezamos a recorrer este relato que tiene como protagonistas a sólo dos mujeres que le dan vida a un único escenario, como una obra de teatro: la casa de Ana (fenomenal María Ucedo), quien llega, se desensilla y recibe a Miranda (Yanina Gruden), que nos pone un poco nerviosos con su histrionismo. La Utilidad de un Revistero se centra en este encuentro entre una escenógrafa de teatro experimentada y una metiche aspirante a ocupar el puesto de colaboradora de vestuario. Ésta será una entrevista de trabajo informal con dibujos, charlas y una cena extraña de por medio. Con un nombre que vende poco y nada, la película de Adriano Salgado se va poniendo cada vez más interesante con el correr de los minutos. Un guión sencillo pero inteligente y dinámico nos envuelve en una trama con su buena dosis de suspenso (los truenos y la lluvia, por ejemplo, contextualizan a la perfección una historia impredecible). No sabemos específicamente qué pero algo anda mal entre Ana y Miranda. La incomodidad en ellas está presente todo el tiempo en un ambiente enrarecido por miradas y gestos. Dos mujeres totalmente opuestas (ambas artistas) conviven en casi dos horas de película -en tiempo real- y el espectador es testigo de situaciones diversas. Lo interesante del planteo de Salgado es partir de una historia mínima para ir desarrollándola con buen pulso y hacerla más atractiva, recurriendo al plano general en todo el metraje y aprovechando la cámara estática. Además lo sonoro juega un papel preponderante: música diegética y extradiegética adornan climas mientras las actrices salen y entran de cuadro. Elementos, todos juntos, atípicos en una misma narrativa pero bien característicos de los comienzos del Nuevo Cine Argentino. Complementa el enorme trabajo de dirección el hecho de que en el film no haya cortes. Se rodaron tres versiones de corrido y Salgado optó por la que le pareció más efectiva. Esto evidencia, además, un gran trabajo de las actrices que le ponen el cuerpo a este único acto en el que también se van modificando y moviendo los distintos objetos que hay en el ambiente. “¿Cuál es la utilidad de un revistero?”, le pregunta Miranda a Ana inocentemente. Lo que ocurre a partir de esa pregunta clave es lo mejor de la película. Hacia el final, la sorpresa también será grata.
La película ganadora del Festival de cine de Mar del Plata, es un ejercicio cinematográfico de Adriano Salgado, que realiza una elección estética: un mismo plano que dura todo el film, con un guión minucioso, una situación y dos personajes: el resultado es interesantísimo.