La última locura de Claire Darling

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Es el primer día del verano en un pequeño pueblo a pocos kilómetros de Paris. En Verderonne, Claire Darling ha organizado una venta de garaje y está decidida a deshacerse de absolutamente todas sus pertenencias dado que está convencida que ese será el último día de vida.
El precio ridículo que le pone Claire a cada uno de los objetos con el fin de vaciar enteramente su casa, hace que una multitud de vecinos se sientan atraídos y es así, como en medio del gran mercado que ha montado en el jardín de su mansión, Claire volverá a conectar con sus recuerdos y sus vivencias en esa casa, a medida que se contacte con cada uno de ellos.
Esta intempestiva decisión de Claire hace que su hija Marie regrese al hogar e intente volver a tener contacto con ella después de un largo tiempo sin hablarse, desde que se había marchado de esa misma casa hace ya más de veinte años.
Intentará por todos los medios que su madre no cometa esa locura de deshacerse de esos objetos de valor que tanto significado han tenido a lo largo de su vida, pero el reencuentro inevitablemente aviva en ellas algunas cuantas cuentas pendientes y reconocerse dentro de un vínculo complejo que no logran recomponer fácilmente.
Los remordimientos y los hechos del pasado que se van presentando a través de los recuerdos con los que conectan hacen que ambas –juntas o por separado- queden atrapadas en ese intento de poder sanar estos lazos y sus recuerdos.
Julie Bertucelli, directora y co-guionista de “LA ULTIMA LOCURA DE CLAIRE DARLING” vuelve a la ficción después de haber filmado dos documentales con anterioridad y cuenta con el talento necesario para poder manejar el tono de la historia, sin caer en ningún subrayado, dotándola de cierto realismo mágico para estos dos esos personajes tan necesitados de afecto y de contención.
Es, además la excusa perfecta y una nueva oportunidad de ver volver a ver en la pantalla a una leyenda viviente del cine francés como es Catherine Deneuve que con sus lozanos 75 años sigue activamente protagonizando una o dos películas por año.
Aun cuando muchas veces, dentro de sus composiciones Deneuve se rinde a ciertos estereotipos y lugares comunes de sus otras creaciones, aquí como Claire Darling, logra atravesar diferentes tonos y matices: desde el drama a la locura, desde el dolor hasta la alegría.
Otro punto a favor del nuevo film de Bertucelli es que el rol de la hija de Claire, Marie, está a cargo de Chiara Mastroianni (“Tres Corazones” “Les bien aimés” o su participación en “Persépolis”), quienes son madre e hija en la vida real y esto le da un toque singular, una mayor potencia a las escenas que comparten en pantalla, aprovechando esta química natural y la complicidad que hay entre ellas.
Bertucelli, en el guion escrito junto a Sophie Fillières (directora de “La belle et la belle” vista recientemente en la edición de Les Avants Premières de este año) adaptan la novela de Lynda Rutledge y aciertan sobre todo en lo referente a la alternancia de pasado y presente, del entrecruzamiento con personajes de otros tiempos, y lo hacen con suma naturalidad y ese toque de irracionalidad que recorre toda la puesta.
Los objetos van contando su propia historia, son el testimonio de una época y de ciertos hechos que las han marcado a ambas para siempre y son el vehículo para que la directora pueda hablar del pasado, de los recuerdos, de sanar las heridas, de la muerte y el paso del tiempo y sobre todo del proceso de transformación de diversas maneras (algunas más obvias que otras) se hace presente en reiterados momentos de la película.
Para el cierre, junto con los créditos, una excelente melodía, “El vals del adiós” de Chopin, interpretado por Joseph Flammer, resume perfectamente el espíritu de la película, con una melodía melancólica pero vivaz, tristemente dulce, como esa Claire Darling que se va despidiendo de la pantalla y de su propia vida.