La Quietud

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

La inquietud

La Quietud (2018) es una ficción de telenovela filmada y actuada con la seriedad de un drama. Reúne una familia de mentirosos bajo el mismo techo y exacerba un sistema de relaciones superficialmente plácidas hasta que los viejos resentimientos estallan y los secretos salen a la luz. Hay revelaciones, contra-revelaciones y suficiente material para llenar una novela turca en Telefé, pero la dirección, actuaciones y temáticas subyacentes elevan el material.

El foco de la historia es el triángulo formado por las hermanas Mia (Martina Gusmán) y Eugenia (Bérénice Bejo) y su madre Esmeralda (Graciela Borges). Reunidas en la estancia “La quietud” tras el accidente cerebrovascular del padre, Eugenia es la hermana ausente (regresa de París) y por lo tanto la preferida de la madre. Esmeralda no disimula su desprecio por Mia y Mia compensa con una fijación edípica por su padre.

Reunidas las hermanas por la noche se desnudan, se meten en la misma cama y comienzan a masturbarse alentándose mutuamente con recuerdos eróticos de su niñez. La escena existe, según Gusmán, para “incomodar” y porque “está bueno vencer barreras e incorporar dentro del inconsciente colectivo la idea de que las hermanas también pueden masturbarse juntas”. La escena retrata tajantemente la simbiosis infantil entre las hermanas, aunque narrativamente no conduce a nada - queda como un non sequitur impresionista.

El segundo acto suma dos zánganos en la estancia, interpretados por Joaquín Furriel y Édgar Ramírez. La novela redobla apuestas. Una hermana tiene sexo con el novio de la otra, la otra tiene sexo con el escribano de la familia, hay un embarazo y no se sabe quién es el padre, un accidente de auto, un juicio, un funeral y extensos monólogos en los que Mia, Eugenia y Esmeralda rompen en llanto. La película cuenta con actuaciones consistentemente buenas aunque en algunas escenas Esmeralda queda al borde de la caricatura, híbrido de su contrapartida telenovelesca y la irascible matriarca que Borges interpretara en La ciénaga (2001).

A pesar de la estructura folletinesca el guión baraja relativamente pocos elementos y los aprovecha en buena medida, problematizando cada situación al máximo y conservando la unidad de acción de un drama intimista manchado con la histeria del melodrama. Hay momentos bien realizados donde lo ridículo transgrede en la comedia. El clímax se visualiza perfectamente en una coreografía en plano-secuencia en la que la cámara baila un vals en una funeraria mientras los personajes intentan contener sus verdaderas emociones.

Subyacente al melodrama hay una trama secreta cuyo talante no sorprenderá a nadie una vez que la matriarca de la finca insiste en llamar “gobierno militar” a la última dictadura. Más que una sorpresa termina siendo la única conclusión posible de una trama de perspectiva histórica con foco en una familia donde las peleas más dañinas giran en torno al revisionismo, ya sea la fecha de una vieja filmación o algo más turbio.