La piel de Venus

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Masoquista y poco feliz

Con retraso, finalmente llega el último film de Roman Polanski, adaptación de un éxito de Broadway que adaptó, a su vez, al aludido clásico de Sacher-Masoch. De movida, entonces, el autor de Repulsión deja su firma en un juego de cajas chinas, de imágenes refractarias. La fortaleza de la obra radica en su simpleza: a solas en el teatro, Thomas, que adaptó y dirigirá La Venus de pieles, cree haber terminado sus audiciones cuando entra una inesperada postulante, en apariencia una mujer de la calle, que dice llamarse Vanda, como el personaje de Sacher-Masoch. La coincidencia seduce a Thomas y desencadena asociaciones.
Emmanuelle Seigner, la mujer de Polanski, interpreta a Vanda, en tanto Thomas es encarnado por Matthieu Amalric, casi un doble del director polaco. La película es tan teatral que supone una parodia: hay sólo dos actores y la acción transcurre en un escenario ocupado por utilería del Far West, remanentes de una previa adaptación de La diligencia, de John Ford. Los diálogos, sobreactuados, mezclan el ensayo con interpelaciones de los protagonistas, al extremo de que ambos se confunden. Lo que se insinúa sarcástico y experimental se muestra, en el desarrollo, bastante tedioso, a excepción de un final donde Polanski acierta con su distintivo humor negro.