La noche

Crítica de Marcela Gamberini - Con los ojos abiertos

LA LARGA NOCHE DE TODOS ESTOS AÑOS
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Por Marcela Gamberini
La noche es una película sobre el amor y la soledad, sobre los efectos de sentido y las clases sociales. En cuanto a su estructura es un melodrama. Un melodrama moderno, salvaje, conmovedor. No hay música en el sentido habitual; la música es el ruido de la ciudad que acompaña a los personajes en ese derrotero de angustia y necesidad del otro.
Un hombre se despierta, come unos fideos fríos que saca de la heladera, fuma. Nada de lo que Castro filma queda fuera de campo; vemos el movimiento constante de esos cuerpos que (como se dijo en alguna oportunidad, remite al cine de John Cassavettes) impregna cada plano con un realismo intenso. Lo más real es lo que sucede entre esos cuerpos, esa energía que los conecta y, paradójicamente, los desconecta de la realidad circundante y de la realidad personal. Pero nada en La noche es irreal, sino más bien hiperreal. La película remite un poco al cine de Edgardo Cozarinsky, sobre todo a Ronda nocturna. Ese deambular incesante por los pliegues de una Buenos Aires fantasmática en una noche interminable que explota de soledad y de ausencias se vislumbraba en aquella película, que también retrataba la pobreza en las calles.
La noche, Edgardo Castro, Argentina 2016
Los personajes van penetrando la narración como los miembros viriles penetran los cuerpos. El sexo es un modo de acercarse al otro, de extraerle sentido. Acompasadamente, la noche los invade, los acompaña. Es impactante el modo en que Edgardo Castro-director y protagonista- logra una película que carece de sordidez y de moralismo. Los excesos compensan las faltas; el exceso son los cuerpos, los ceniceros repletos de colillas, la merca que cae de una tarjeta y empolva el suelo. Esa desmesura (típica del melodrama) de la puesta en escena–realismo puro-es lo que queda después de haberlo sustraido todo o casi todo. La noche es un espiral donde esos personajes borrachos y pasados encuentran el día en la calle, en los umbrales y en las plazas, territorios que Castro filma como nadie. Los personajes son fantasmas urbanos. El presente es absoluto. Un presente que se define en la duración de los planos, donde se desgrana en acciones cotidianas y en escenas de sexo que empiezan una y otra vez, donde se conversa, donde se toma merca o cerveza. Cada noche es un eterno presente, un volver a empezar y el día siempre los sorprende después de noches largas y tambaleantes.
Los bares, los billares, los privados, las calles, los hoteles componen el paisaje donde los personajes bailan su danza de soledad y emprenden con desesperación la búsqueda de afecto. Los interiores son tristes y descascarados como los del alma de esos trans, strippers, prostitutas y dealers. Las callecitas del Buenos Aires nocturno se vuelven extrañas. La pulsión de los espacios ilumina la película a través de una cartografía del abandono: el espacio marca límites y nos lleva a los extremos, la marginalidad y a un mundo casi desconocido. Una película que configura todo este universo como si se tratara de un exorcismo de las pulsiones: Eros y Tanathos cogen y se consumen mutuamente.
Lo explícito en La noche no son las escenas sexuales, el sexo en estado puro, la genitalidad, las drogas, el alcohol; lo explícito es una clase desamparada que la película muestra con una claridad sorprendente. Por eso La noche es una película profundamente política; muestra aquello que otros ocultan, y lo muestra desde adentro, empapándose de sudor y semen. El mundo de los homosexuales, de los trans (increíble la actuación de Dolores Guadalupe Olivares, la entrañable Guada) y de las putas es visto por el director como si fuera un amoroso entomólogo, en primeros planos, casi palpables, y a la vez es visto desde adentro, se “siente” desde el interior de esa clase, “clase” en varios sentidos: social, económico y de género. Castro recrea un microuniverso que logra desmarcarse del denominador común de representación del homosexual amanerado y caricaturesco que funciona en el imaginario cultural. Este estereotipo esta anulado en La noche, donde sus personajes están vivos, sienten; se trata de personas, no personajes, que exploran, buscan, desean.
Los cuerpos en primera persona que muestran el alma más que los genitales diagraman una coreografía ingrata y tangible, que en su hábitat nocturno, se palpan, se tocan, se atraviesan en un intento de alcanzar lo profundo, ahí donde reside el alma. Edgardo Castro registra los cuerpos tan de cerca, el propio y el ajeno, que nos invita a llevarnos la película (esa experiencia) en nuestros propios cuerpos, abandonando el pudor y la moral–sobre todo la moral burguesa.
La secuencia final resignifica la película y la distancia se impone por primera vez. La cámara que durante toda la película está casi adherida al cuerpo, ahora, en esta escena final, toma distancia y Castro elige mirar desde una ventana, alejar la cámara para lograr a través de esa distancia, dialécticamente, un acercamiento profundo con el espectador y lo narrado. Ahí, en ese bar, esos dos personajes lograrán, al menos un rato (tal vez una noche, la del título, la larga noche de todos esos años) encontrarse y acompañarse, en una lágrima de ella, en un regalo de él, en las manos que se cruzan sobre la mesa
Marcela Gamberini / Copyleft 2016