La mula

Crítica de Maximiliano Curcio - CineFreaks

El viejo Clint y su fábula moral.

El veteranísimo Clint Eastwood, gloria viviente de Hollywood, concreta su cuadragésimo film como director nada menos que a sus 88 años (nació un 31 de Mayo de 1930). Hace tiempo ya que esta etapa madura de su trayectoria encuentra al bueno de Clint en perfecta forma e incansable actividad. A lo largo de las últimas dos décadas, el experimentado cineasta ha encadenado, casi sin descanso, una serie de obras que conforman parte fundamental de su legado cinematográfico. Inclusive, estrenando más de un film en un mismo año, como es el caso de La Mula, lanzada apenas meses después de 15:17 Tren a París, otra pequeña joya concebida con su habitual sabiduría de artesano del oficio cinematográfico.

La Mula se inspira en la historia real recogida en un artículo periodístico, acerca de un anciano (Leo Sharp) que trabajó transportando drogas para el cártel de Sinaloa. En la película, este personaje es encarnado por el propio Eastwood (en su regreso a la actuación después de Curvas de la vida, 2012). Bajo la piel de Earl Stone, el otrora Harry El Sucio compone a un hombre en bancarrota que acepta el peligroso encargo y poco tiene que perder: es un desplazado del sistema que perdió su trabajo al no poder aggiornarse a los nuevos tiempos. En las profundidades que ofrecen las distintas capas de su figura radica el interés que este personaje despierta: también es un ex veterano de Vietnam, que dedicó su vida a cultivar su huerta de lirios en detrimento del tiempo que prestó a su familia, con quien intenta componer los lazos rotos, fruto de su irresponsabilidad como marido, padre y abuelo ausente.

Clint recluta a un auténtico casting de lujo, como suele ocurrir en sus películas. Así vemos a colaboradores habituales de su obra como Bradley Cooper (Francotirador), y Laurence Fishbourne (Río Místico), sumándose a nombres de peso como Dianne Wiest, Andy García, Taissa Fármiga y Michael Peña. Por su parte, Alison Eastwood (la hija de Clint en la vida real) interpreta a su primogénita en la ficción.

Como suele ocurrir en los films de este autor, la trama (en este caso un drama policial) suele ser la excusa para que Eastwood arroje la pesada carga moral que suelen traer sus historias, abriendo el debate a posibles interrogantes que llevan consigo la inconfundible e indeleble marca autoral. Con el conflicto familiar como disparador, uno podría preguntarse que impulsa a este hombre a meterse en semejante lio. Al comienzo con tono inocentón, luego moviéndose como pez en el agua y sacando a relucir sus inquebrantables principios de hombre curtido en otros tiempos menos contaminados y más honestos, Eastwood pone el acento en lo moral de los actos mientras insulta por lo bajo y viste de gestualidad a un anciano que nos conmueve y nos compra el corazón.

Earl Stone es un hombre que éticamente transgrede los límites y se mete con la gente equivocada pero a la vez encuentra cierta sensación de libertad y plenitud haciendo las cosas a su manera. La parábola cierra porque también consigue hacer las paces con su pasado y reconciliarse con sus afectos. Bajo el castigo que impone la ley cuando el film tenga su desenlace y bajo el implacable dictado que la finitud del tiempo indefectiblemente dictamina, la gesta de este abuelo tiñe esos días crepusculares como una especie de despedida. Sin importar qué lo impulsa a regresar una y otra vez al oficio, este viejo sabio siempre parece tener todo bajo control. Aún sabiendo que está demasiado involucrado como para salir indemne de semejante aprieto, es un viejo zorro que tendrá la fortuna de su lado… al menos por un tiempo.

Paciente, consejero, aplomado, mujeriego y pícaro, es un Eastwood en su salsa. No faltarán dosis de humor, buen paladar gastronómico y cierta mirada pesimista acerca de las relaciones humanas en tiempos de hiperconectividad para terminar de revestir a un personaje delicioso. Clint, el eterno héroe delgado, no pierde jamás las mañas. Tampoco se obviarán guiños cinéfilos que hacen mención a Jimmy Stewart y cierto parecido físico. ¿Acaso Clint no es el último sobreviviente de una casta dorada que el Hollywood clásico patentó? Cineasta fuera de su tiempo histórico, este emblema del séptimo arte es una suerte de eslabón perdido que bien podría haber sido contemporáneo de John Huston o John Ford.

La honestidad que destila su obra se palpa en una narrativa que sin ser brillante supera la media actual poblada de artificiosidad. Sin embargo, como puntos flojos pueden observarse una serie de deslices: la poco explotada trama de investigación paralela que lleva a cabo el personaje antagonista que interpreta el siempre sólido Cooper, la tímida benevolencia de ciertas figuras mafiosas en momentos en donde el pulso no debería temblar, la floja resolución sobre la situación en clave macguffin que envolvía la ejecución de su vivero (nada menos que la razón de su vida) y la ligereza con la que se mueve Eastwood por rutas y caminos en tiempos de rastreos satelitales. Se ve, el verosímil no estuvo siempre a la altura de una película que no es perfecta.

Estos cabos sueltos no empañan un ejercicio técnicamente impecable, ambientado y musicalizado con la habitual maestría de un todoterreno como Eastwood. Sumamente detallista en la reconstrucción de los eventos, basta como ejemplo mencionar la escena que transcurre en la fastuosa mansión donde vive el opulento personaje que interpreta García.

En definitiva, el altruismo de los actos de este Tata significado en los fines que la veterana “mula” perseguía reflejan el testamento social, político y sentimental de un cineasta inoxidable, anteponiendo sus propias reglas al hecho propiamente delictivo. Sin obrar con severidad a la hora de juzgar a este héroe inusual y con una gran impronta humanista, La Mula se concibe como un logrado y reflexivo retrato sobre la comprensión del mundo actual y el sentido de la vida en su estación otoñal.