La leyenda de Tarzán

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Africa mía

El mítico personaje creado por Burroughs regresa a la pantalla en medio de cuestiones geopolíticas. Pero lo que prima en el filme con Alexander Skarsgård es la aventura.

Cada tanto, vuelve. Lo retoman desde distintos ángulos y/o momentos de su vida, pero la fascinación del cine por Tarzán parece intacta, a salvo.

A diferencia de Mowgli, que también fue criado por animales y en El libro de la selva se mantiene niño, el personaje credo por Edgard Rice Burroughs es el héroe que se vale por sus propios medios, afronta un universo hostil, tanto en la jungla como en la civilización, y lo trasgrede todo. El prefiere vivir como “salvaje” antes que como ciudadano del Viejo mundo, y allí es donde La leyenda de Tarzán lo presenta.

En este caso, John Clayton (el sueco Alexander Skarsgård), hijo de aristócratas ingleses que sobrevivió en la jungla africana tras la muerte de sus padres y fue criado por los mangani, una manada de simios, aparece ya adulto y en Inglaterra. Casado con Jane (la australiana Margot Robbie), acepta regresar al Congo. Lo suyo será una lucha contra la esclavitud, el maltrato animal y a favor de la libertad en todas su formas, envuelto con moño en una trama en la que Leon Rom (el austríaco Christoph Waltz, haciendo por enésima vez de malvado) lo secuestra junto a Jane, que lo acompaña en su aventura africana, porque estaba aburrida o deseaba regresar tanto al Continente negro como él.

David Yates, que dirigió para Warner Bros. las últimas cuatro películas de Harry Potter, se apoya en la venganza -el perfume que aromatizó a tantos filmes de los años ’90-, porque Tarzán escapa y debe rescatar a Jane de las manos del mercenario.

El contexto incluye el abuso, la colonización y la explotación de la minería, y la confrontación de estilos va más allá de la naturaleza y la civilización. Igual, a no preocuparse, porque acá lo que está al frente es el espíritu de aventura, y el espectador puede tomar o dejar las cuestiones geopolíticas de entonces.

Como muestra de corrección política, está ¡George Washington Williams!, que encarna Samuel L. Jackson, un personaje de la vida real que luchó contra el gobierno belga por el maltrato de los nativos del Congo, que aquí corre (como puede) al lado del héroe anglosajón.

Rodada, salvo tomas aéreas y de ambientación, íntegramente en Inglaterra, por lo que Alexander Skarsgård jamás pisó Africa, el despliegue es grandilocuente, hay efectos para que Tarzán vuele de liana a liana, animales que son animación, humor, suspenso y lo que dijimos, aventura.

El combo siglo XXI de Tarzán es así, y dependerá del éxito comercial que haya más historias del incontaminado hombre de los monos.