La hermana

Crítica de Paula De Giacomi - La mirada indiscreta

Los hermanos sean unidos

La hermana es una historia que no sólo cuenta la relación entre dos personas unidas por la misma sangre, sino que además se focaliza en las diferencias sociales y de clase. Por un lado, vemos a los turistas adinerados que van a pasar sus días de descanso a las montañas suizas y por el otro, quienes viven (o mejor dicho, sobreviven) cotidianamente en este sitio. La montaña, con su cima y su descenso, metaforiza una parte de la población que mira el mundo desde arriba (los acaudalados) y por debajo, quienes están al ras de la tierra mirando hacia lo alto aquello que nunca van a poder alcanzar. Es por eso que Simón, un chico de doce años con una desesperanza casi natural, decide simplemente sacarle a aquellos que sí tienen, sus intrascendentes objetos (esquíes, anteojos de sol, guantes, etc.) para quedárselos y revenderlos. Por otro lado, su hermana Louise, desempleada crónica, no hace mucho más que fumar, tomar alcohol y desaparecer por varios días con algún hombre de turno.

Con una atmósfera que nos recuerda al cine de los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, ese cine de personajes marginados, La hermana es una historia de dos seres solitarios y profundamente escépticos. Sin una mirada hacia el futuro (si es que existe un futuro para ellos) nosotros observamos el trascurrir de sus días y la reiteración cíclica de las desventuras por las que atraviesan. Una cámara lejana los mira, los planos son fijos y distantes y nos dan la sensación que aquellos espacios amplios y blancos, cubiertos de nieve, son demasiado enormes para estos dos seres que parecen hormigas dentro de tanta inmensidad.

La música del gran John Parish (famoso guitarrista de la inigualable PJ Harvey) acompaña con unos pocos y simples acordes de guitarra la monotonía del transcurrir de los personajes. El paisaje comienza siendo frío, como la relación que los une, pero con la llegada de las estaciones más cálidas, esta relación comienza por lo menos, a dejar de ser un témpano. La historia da un giro interesante en un determinado momento que, si bien impacta, nos hace darnos cuenta que aquello que se nos revela es solamente un detalle y que la crudeza de lo que estamos presenciando pasa por otro lado.

Se percibe un mundo de mentiras, pero esas mentiras que se necesitan tanto como el oxígeno para poder respirar, esas falsedades que deforman la realidad porque sino esta se nos volvería demasiado insoportable. Subir a la montaña, robar, bajar, caminar, cargar sus “nuevas pertenencias” y luego venderlas es la rutina de Simón, un chico varado en el medio la nada, sin ningún anclaje que le permita sostenerse. Entonces se sostiene solo, como puede, dónde puede, y sabiendo que si hay algo que no se puede usurpar, ni comprar, ni exigir, es el afecto. No hay transferencia ni negocio posible cuando las cosas, simplemente, no se sienten.