La hermana

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Hace cuatro años se estrenó en los cines argentinos Home , notable ópera prima de la directora franco-suiza Ursula Meier con Isabelle Huppert y Olivier Gourmet al frente de una familia que sufría una progresiva degradación (desintegración) en una casa ubicada a la vera de una autopista. No había que ser demasiado perspicaz para notar que estábamos ante una cineasta de gran talento y sensibilidad.

De todas maneras, la constatación de que Meier es una realizadora singular llega con La hermana , su segundo largometraje, que le valió varios premios en la Competencia Oficial del Festival de Berlín, entre muchos otros reconocimientos.

El film -que remite al cine de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne y, por qué no, al clásico Los 400 golpes , de François Truffaut- narra las desventuras de Simon (descomunal trabajo de Kacey Mottet Klein), un niño de 12 años que vive con su atractiva hermana mayor, Louise (Léa Seydoux), quien parece bastante más interesada en sus conquistas amorosas (Meier da a entender, pero no aclara, que podría prostituirse de vez en cuando) que en cuidarlo.

En un momento de la vida con fuertes cambios (el paso de la infancia a la preadolescencia, el despertar sexual), el descontenido y pícaro Simon se convierte en el hombre "proveedor" a partir de pequeños robos en un lujoso resort para esquiadores en la frontera entre Suiza y Francia. En efecto, los esquíes, gorros, guantes, lentes y otros accesorios que él hurta en los multitudinarios refugios del centro vacacional son luego revendidos para generar así ingresos que le permitan sobrevivir.

De todas maneras, el film no pretende ser un thriller sobre los excesos de un delincuente juvenil (hay igual varios momentos de logrado suspenso y tensión psicológica) sino una mirada agridulce, tragicómica, minimalista e intensa a la vez, sobre personajes que no suelen habitar la pantalla (al menos no en primerísimo plano como aquí). No estamos ante marginales peligrosos, tampoco ante muchachos encantadores, pero Meier logra sin caer jamás en la demagogia ni en las manipulaciones emocionales que nos consustanciemos con el devenir y la suerte de Simon y de Louise.

Más allá de la apuntada sensibilidad del cine de Meier, también hay que destacar su ojo para elegir actores y para descansar en el aporte visual de esa extraordinaria directora de fotografía que es Agnès Godard, que aquí hace maravillas con las locaciones naturales de los Alpes, no como mero relleno propio de un video de promoción turística sino como un personaje más (y esencial) de la trama.