La helada negra

Crítica de Diego Batlle - La Nación

En La helada negra, un niño santo en Entre Ríos

Tras su notable ópera prima, Germania, Maximiliano Schonfeld filmó en el ámbito de Valle María, una comunidad de descendientes de alemanes del Volga en Entre Ríos. Oriundo él también de esa provincia (es de Crespo), el director se inspiró en una vivencia personal (la aparición de un "niño santo" en su pueblo natal) para esta nueva película.

La helada negra transcurre en una granja comandada por los hermanos Lell, y el título refiere a un extraño fenómeno climático que afecta a la cosecha y a los animales. Pero la aparición de una joven (la siempre enigmática y magnética Ailín Salas) comienza a mejorar las cosas. ¿Ella es capaz de hacer milagros? Los dueños de la estancia y los vecinos así lo creen.

La película no sólo tiene que ver con las creencias populares, las supersticiones y el misticismo, sino también con cuestiones como la dinámica rural, las carreras de perros con apuestas o el despertar (y la tensión) sexual. Además, el trabajo visual (con el aporte sofisticado de la talentosa fotógrafa Soledad Rodríguez) le imprime al relato un sesgo por momentos cercano a la fábula fantástica con una idea atemporal (hay autos y celulares, pero la historia podría transcurrir también en cualquier otra época).

Para quienes esperan una narración con fuertes revelaciones y golpes de efecto habrá que advertirles que Schonfeld es un creador de climas, de atmósferas, de estados de ánimo. La película, elíptica y misteriosa, fluye sin prisa y sin caer en las convenciones del cine de género. Esta vez, la interacción entre una actriz profesional (Salas) y varios no-actores no es del todo virtuosa, pero tampoco desmerece los múltiples atributos estéticos y narrativos de La helada negra.