La gran muralla

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Juntos son dinamita
Dos mercenarios occidentales llegan a China a robar pólvora. Y combaten con los chinos a bestias horribles.

No es la primera, pero sí la punta de lanza. La gran muralla es la película que abrirá, se presume, un camino no muy desandado ni por China ni por Hollywood: la coproducción. Comienzan a llevarse bárbaro. Y bárbaros son los personajes del filme, una fantasía sin muchos pies sobre la tierra, ni sobre la muralla.

Zhang Yimou, quien antes de filmar historias con protagonistas que hacían vuelos de artes marciales imposibles, creaba filmes como Esposas y concubinas o Sorgo rojo, aclara que de los cinco héroes de La gran muralla, uno solo es occidental Y, encima, mercenario.

Es William (Matt Damon), quien en esta historia “basada en una de las leyendas sobre la Muralla”, como se aclara en los títulos iniciales, es uno de tantos extranjeros que llegan hasta la China imperial en busca de eso que llaman pólvora. Cómo William y Tovar (el chileno Pedro Pascal, de Narcos), a quienes los mueve la ambición, pueden cambiar la perspectiva de sus vidas (“sos ladrón, mentiroso y asesino”, le dice Tovar a nuestro héroe rubión, que lo conoce bien) es gracias al contacto con soldados, generales y comandantes chinos, de espíritu noble y xin ren. Que no es carpe diem ni hakuna matata, pero quiere decir tener fe, o confiar entre nosotros. “Cuántas banderas defendiste”, le dice en perfecto inglés a William la comandante convertida en general Lin (Jing Tian). Los chinos defienden una sola bandera, que no es otra que la del imperialismo... chino.

Lo que une a los mercenarios y el ejército chino, como diría Borges, no es el amor sino el espanto, y el temor ante la llegada de los tao teis, unas bestias horripilantes, de sangre verde que atacan cada 60 años. Y que creados por la compañía neozelandesa Weta, y sí, se parecen muchísimo a las que combatía Aragorn en El retorno del rey.

La historia es claramente lo de menos en esta película de un despliegue visual inusitado, con un colorido vestuario y efectos especiales de primer nivel.

La destreza y valentía es común a unos y otros. William maneja el arco mejor que Kastniss en Los juegos del hambre. Ahora sí, Lin no muestra un centímetro de piel. Es de esas guerreras como Hollywood no hace. Podrá o no enamorarse del galán occidental, pero para ella es como para el General: primero la Patria, luego el Movimiento -aquí, el ejército-, después los hombres. Aunque de tan púdica, reservada, casta y discreta parezca una muñeca china.