La forma exacta de las islas

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Una forma exacta, múltiples lecturas

A pesar de su título, La forma exacta de las islas no busca entregar un dibujo definitivo. Mejor aún, tampoco es una película redundante sobre un tema tan transitado: en el recorrido de una estudiante y dos ex combatientes aparece otra manera de narrarlo.

¿Otro documental sobre la Guerra de Malvinas? Daniel Casabé y Edgardo Dieleke, directores de La forma exacta de las islas, se apuran en aclararlo bien de entrada en una placa antes de las primeras imágenes: definitivamente no. El espectador caerá en la cuenta, más temprano que tarde, de que los relatos entrecruzados de esta segunda colaboración entre los realizadores (antes firmaron juntos Cracks de nácar) tocan, rozan y profundizan temas que exceden por lejos la anécdota bélica. Aunque, en otro sentido, el film sí es sobre esa breve y cercana conflagración, la real y la mitológica, sobre varios de sus corolarios, algunos recuerdos y más de un fantasma. Esa forma exacta de las islas a la que hace mención el título –apropiación de una frase de la novela Las islas, de Carlos Gamerro– es, en realidad, inexacta, brumosa, inalcanzable. Casabé y Dieleke, reafirmando tal vez esa imposibilidad implícita en el nombre del documental, se acercan al material sin que entre sus intenciones se destaque el retrato objetivo. En cambio, es en las subjetividades de los diferentes puntos de vista donde encuentran un posible anclaje en la realidad (o realidades) de sus protagonistas.

Casi dos películas al precio de una, La forma exacta... parte de un material nunca editado o exhibido pero sí filmado, con una cámara hogareña, por Julieta Vitullo, una joven que en 2006 visitó las islas como preparación para su tesis doctoral. Ese viaje de estudio y reflexión se transformaría rápidamente en algo muy distinto, al toparse casualmente con dos ex combatientes que visitaban por primera vez desde la guerra el lugar, tal vez con ánimos de exorcizar recuerdos traumáticos, de tratar heridas que no habían cicatrizado del todo. Cuatro años más tarde, en 2010, la dupla de directores recorrió las Malvinas junto a Vitullo para rastrear, a su vez, los recuerdos de ese otro viaje anterior. Volver a las Malvinas, entonces, esa es la cuestión central en La forma exacta de las islas. Aunque esos retornos no tengan las mismas causas ni consecuencias. Como si se tratara de un territorio mítico, cada uno tiene una imagen diferente de ese sitio alejado del mundo, y todos ellos, a su vez, poseen una razón para recordarlo y regresar, físicamente o a partir de la imaginación.

“Es una verga el 2 de abril. Deberíamos estar de luto ese día, por la cagada que hicieron los milicos. Pero claro, ¿cómo vamos a estar de luto si estamos defendiendo la soberanía sobre las Malvinas? Hay un choque ahí... que no podemos desentrañar”, afirma Dacio Agretti, uno de los dos veteranos, en una escena íntima proveniente del material rodado por Vitullo, poniendo en palabras llanas y pertinentes uno de los ejes que deberían tenerse en cuenta en cualquier discusión sobre el tema. Más tarde, Dacio recordará a un ex compañero muerto en sus brazos en medio de la helada estepa malvinense. La “gesta” para algunos, la “cagada” para otros, le cede el lugar a la pérdida personal, que va transformándose en el motor central que mueve a los personajes. La necesidad del duelo, que vuelve a tener un enorme peso en una entrevista que Casabé, Dieleke y Vitullo le realizan a un kelper nacido en Holanda, y que volverá de manera poderosa y emotiva cerca del final, cuando una confesión de Vitullo –mantenida en secreto hasta ese momento por los realizadores– le otorgue al film una nueva capa de sentido y de sentimiento.

Entre los méritos de La forma exacta de las islas no es menor el hecho de haber logrado un relato que hace a un lado más de una expectativa. Y que presenta ese lugar donde “clama el viento y ruge el mar” que llamamos islas Malvinas (y que otros llaman Falkland Islands) como un territorio que puede ser (y, de hecho, fue y sigue siendo) visto de maneras distintas, desde los tiempos de la visita de Darwin hasta la actualidad. Una tierra árida, bella y rústica que, merced a la potencia de lo simbólico, ha perdido ante los ojos de una mayoría (los no habitantes, los que nunca la han visitado) su componente de lugar real y concreto. Los realizadores recuperan, en parte, ese componente perdido y, al mismo tiempo, encuentran otros símbolos capaces de reemplazar el simple discurso geopolítico, histórico o patriótico. La forma exacta de las islas es, irónicamente, su multiplicidad de formas.