La esencia del amor

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Colores verdaderos

Una mujer enferma se suma a un coro de jubilados, pero su marido no lo aprueba.

Las películas sobre el amor maduro, bien maduro, en la tercera edad, no son algo nuevo, aunque tampoco se estrenan todos los días. Pero últimamente, y al margen del drama de Amour, de Michael Haneke, ganadora de un Oscar y la Palma en Cannes, y probablemente a partir del inesperado éxito de El exótico Hotel Marigold (Judi Dench, Maggie Smith) y Rigoletto en apuros, de Dustin Hoffman (de nuevo con Maggie Smith, y Billy Connolly) los productores le echaron una mirada al asunto y casi lo transforman en una moda.

La que se estrena hoy, La esencia del amor, tiene a una pareja que se profesa afecto hasta la adoración, pero su historia está signada por la enfermedad de Marion (Vanessa Redgrave). Arthur (Terence Stamp) es un huraño y controlador que no ve con buenos ojos que su mujer, en el estado en que se encuentra, salga de la casa a participar en un coro de jubilados que, alentados por una profesora joven y que anda mal de amores (Gemma Aterton, más acostumbrada a las aventuras de El Príncipe de Persia), quiere llegar a las finales de un concurso nacional. Como Glee, pero sub ‘80.

El poder de la voz no está en la técnica que se tiene, si no en el camino hasta llegar allí, es la cuasi metáfora que se esboza, entre muchas otras, en esta realización, se diría, medida. Al director Paul Andrew Williams (de la muy buena London to Brighton) le cuesta no caer en el sentimentalismo en una trama que parece abrir paso a cada rato a la irrupción de uno nuevo. Y cuenta con el aval de dos actores cuyo nivel amortigua, aminora el riesgo.

En efecto, Redgrave desde siempre y ella sola es capaz de sacar agua de las piedras, y si bien sus diálogos son calibrados, moderados en cuanto a la expresión del dolor, ilumina la pantalla con un personaje que hace creíble y querible.

Mucho más en escena está Stamp, quien había renunciado a compartir el elenco con Redgrave en Camelot porque no quería cantar, y, paradójicamente, cuarenta años más tarde el cine los reunió. Sutil, pero con emoción, Stamp se va ganando de a poquito al espectador con ese personaje arisco por fuera, pero lleno de ternura por dentro. Y si Aterton no da un paso más allá de lo que le pide el guión, Christopher Eccleston (Tumba al ras de la tierra), como el hijo del matrimonio que se distancia, sí.

Un párrafo aparte merece la interpretación que de Colores verdaderos, de Cindy Lauper, hace Marion/Redgrave, dedicándosela a Arthur/Stamp. Si eso no es una demostración de amor…