La decisión

Crítica de Ernesto Gerez - Metacultura

La culpa musulmana

La Decisión (Bedoone Tarikh, Bedoone Emza, 2017) comienza con un choque entre los dos protagonistas que es también un choque de clases. El director Vahid Jalilvand, mediante varios planos fijos, enfrenta desde el inicio a los dos puntos de vista que van a dominar el relato. Uno es el de Kaveh Nariman (Amir Aghaee), un médico que va manejando con la comodidad pequeño burguesa; el otro es el de Musa (Navid Mohammadzadeh), un tipo que va con su esposa y sus dos hijos en una motito precaria. La posición social de ambos se establece con esos pocos datos. En el choque entre el auto y la moto, que no es culpa del médico sino del otro conductor que pasa muy rápido, el hijo de ocho años de Musa es el que queda más golpeado. Nariman se ofrece a llevar al chico a una clínica y le compra el silencio a Musa por menos de lo que lleva en su billetera.

Si en el inicio abundan los planos fijos, a medida que toman forma los tormentos que sufren los protagonistas, la cámara empieza a moverse; pasamos de la frialdad de la quietud a la respiración en la nuca de los planos subjetivos. La Decisión es un drama de culpas; porque unos días después del choque que parece una pavada, el chico de ocho años muere, y la culpa de Nariman por lo material, por haberle roto la moto a un pobre, muta en culpa posta, espiritual, y en dilema moral. Y como es una película de colisión de dos mundos, de dos tipos, de dos vehículos, también hay culpa del otro lado, del lado del doble pobre de Nariman; porque cuando al hijo de Musa le realizan la autopsia, la corporación médica sentencia muerte por botulismo, no por el accidente, y ahí ingresamos a la dimensión culposa de Musa, y nos enteramos de su responsabilidad por el morfi podrido que le dio a su hijo. Jalilvand enfrenta al mundo de clase media acomodada de un médico que se queja porque un sándwich tiene poco relleno con el de un tipo que compra carcasas de pollo en oferta.

A diferencia de varios cineastas del no tan nuevo cine iraní, Jalilvand trabaja con actores profesionales; en ese sentido, podríamos considerarlo uno de los tantos aplicados alumnos iraníes del premiado Ashgar Farhadi. Y más allá de algunos yeites de cinema verité, de su escuela documental y de los planos cargados de la mugre de la realidad, hay también en el cine de Jalilvand un deseo de representación artificial, de tragedia exagerada en su seriedad y de personajes afectados. Su médico lleva su ética al punto más alto posible, aunque ello le provoque un perjuicio enorme, tal como lo hace el viejo Earl, el personaje de Eastwood en la fenomenal The Mule (2018). El médico Nariman, como el viejo Earl, son la encarnación de unos principios que representan a un mundo que se licúa ante la velocidad inescrupulosa del verdadero culpable del choque inicial, fantasma sin rostro que no es un personaje de la película sino sólo un vector del mundo nuevo.