La chica sin nombre

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Por mi culpa, por mi gran culpa
El tormento de una joven médica ante algo que pudo evitar, en otro gran filme de los hermanos Dardenne.
Las películas de los hermanos Dardenne se caracterizan por tomar a individuos -difícilmente el protagonismo sea compartido-, gente común y corriente, por lo general trabajadores, ante circunstancias difíciles. Salvo excepciones como El niño, donde el padre vende a su bebé, deben actuar -esto es, reaccionar- ante hechos que los ponen a prueba. Sea desde la ética o su compromiso con lo que creen y sienten que son sus deberes, sus ideales. Resumiendo: su conciencia.

La chica sin nombre se inscribe en esa línea.

Una mezcla de culpa y conciencia social hace que Jenny, la joven doctora y protagonista, abandone sus planes de ingresar en una prestigiosa clínica privada. Prefiere quedarse en el consultorio de un médico “de familia”, ubicada en una zona casi marginal en plena ciudad industrial -cuándo no viniendo de los directores belgas-.

Y hay algo como búsqueda casi detectivesca por parte de Jenny cuando, después de no atender un llamado a la puerta de su consultorio, se entera de que esa mujer apareció muerta. Era una joven inmigrante indocumentada. Y no se puede saber su identidad.

Pero la base sobre la que se asienta la película no es la investigación, el dilucidar cómo murió la chica sin nombre, si fue o no accidental, sino la culpa.

Los directores presentaron a Jenny más que segura en su profesión, alguien en quien uno confiaría a ciegas su salud. El hecho que golpeó a su puerta la shockea y le hace temblar, pero Jenny -como casi todos los personajes de los Dardenne- tiene los pies sobre la Tierra.

Ahora, si la Tierra se mueve...

La conciencia, la responsabilidad y el infierno al que Jenny siente que está a punto de descender es el combo que la atormenta.

Estilísticamente La chica sin nombre sigue el manual de estilo dardenneano: cámara en mano, escenarios naturales, muchos no actores en roles importantes. Pero La chica… es la tercera película en fila en la que Jean-Pierre y Luc confían un rol a una actriz de renombre. Antes de Adèle Haenel (que venía de ganar el César a la mejor actriz por Les combattants, no estrenada en la Argentina), confiaron en Marion Cotillard (Dos días, una noche) y Cécile De France (El chico de la bicicleta).

Esto, lejos de ir en detrimento del filme, parece potenciar a todos: a la intérprete y a los no actores en esa suerte de colaboración entre iguales.

Es probable que no se encuentre entre los mejores filmes de la dupla, o parezca un filme menor dentro de la filmografía de los dos veces galardonados con la Palma de Oro. Pero un filme menor de los Dardenne sigue siendo una obra con mayúscula al lado de otras películas para público adulto.