La bruja

Crítica de María Fernanda Mugica - La Nación

Un cuento de brujas sutil y perturbadoramente terrorífico

Ver una buena película de terror es una de las experiencias más viscerales que se puede tener en el cine. Hay una consecuencia directa en el cuerpo; la piel se eriza, el corazón se acelera.

Sin embargo, el cine de terror no se reduce a una colección de sensaciones violentas y efímeras. Esta falacia en la forma de considerar al género también se aplica, muchas veces, a su realización: si sólo se trata de generar impacto, parecería que un sonido fuerte o una imagen violenta serían suficientes para hacer una película de terror. El problema, como demuestran la mayoría de los estrenos del género, es que eso no alcanza para hacer una buena película.

La potencia del cine terror se manifiesta cuando aparece un film que deja atrás esa idea superficial del género y lo supera. Es el caso de La bruja, ópera prima de Robert Eggers, que no tiene como objetivo sólo asustar, aunque lo hace como pocas películas de los últimos tiempos.

Basada en varias leyendas de la Nueva Inglaterra del siglo XVII, La bruja es una extraña cruza de cuento folklórico de terror y tragedia familiar. El film retrata a una familia de inmigrantes ingleses, devotos cristianos, que se enfrentan a poderes malignos que parecen emanar del bosque que está detrás de su granja.

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Lo oscuro y peligroso está presente en la naturaleza que los rodea, pero también está encarnado en la adolescente Thomasin (brillantemente interpretada por Anya Taylor-Joy), que es objeto de deseo, envidia y miedo de su propia familia. El descubrimiento del poder de su femineidad y el cuestionamiento hacia los adultos, típicos de esa edad, toman otro cariz entre personas obsesionadas con la religión y en una época donde lo misterioso sólo podía ser divino o diabólico.

Con imágenes bellísimas, de colores lavados y sombras marcadas, Eggers construye plano a plano un clima opresivo y fatídico. El horror se va cocinando a fuego lento, lo cual puede ahuyentar a quienes prefieren sobresaltos más inmediatos. El factor miedo de La bruja no se puede medir en litros de sangre derramada o monstruos deformes porque surge de un lugar espiritual y simbólico. Eso la hace mucho más aterradora.