La Bella y la Bestia

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Disney revive una de sus historias más queridas sin quedarse en la nostalgia

Así como hace poco Disney transformó su clásico animado El libro de la selva en una película con un actor de carne y hueso para el personaje de Mowgli, ahora fue el turno de reciclar en live-action otra de sus gemas: La Bella y la Bestia. El film de Bill Condon (Dioses y monstruos, Soñadoras-Dreamgirls) tiene una notable protagonista como Emma Watson (la Hermione de la saga Harry Potter), un asombroso despliegue de efectos visuales, escenas musicales que remiten a las clásicas coreografías de Busby Berkeley y el vital aporte de la banda de sonido de Alan Menken, pero parte de la magia y del encanto que afloraban en el original de 1991 se perdió en el camino de esta superproducción de 160 millones de dólares que, de todas maneras, ya es un inmenso éxito comercial a escala mundial.

En verdad -como casi todo el cine contemporáneo a gran escala- esta nueva versión de La Bella y la Bestia es un híbrido entre el cine artesanal con actores y la creación digital (los personajes/elementos que "interpretan" Ewan McGregor, Ian McKellan, Stanley Tucci y Emma Thompson, entre otros, son puro despliegue de animación por computadora). Claro que para compensar también están "en persona" Kevin Kline (el padre), la Bestia (Dan Stevens), Luke Evans (el presuntuoso pretendiente Gastón) y hasta un personaje abiertamente gay como el LeFou de Josh Gad.

El film -disfrutable como es- mantiene una permanente tensión entre la búsqueda facilista de la recreación de un auténtico clásico como el de hace 25 años y la tentación de reformularlo con nuevos lenguajes. Uno podría caer en la frase hecha de estar ante una película clásica y moderna, pero en verdad durante muchos momentos luce clásica y no tan moderna con algunos chispazos modernos que escapan de un clasicismo a esta altura quizá demasiado conservador.

Puede que algunos adoradores del brillante film animado se sientan un poco defraudados y que no pocos niños pequeños se irriten con una desmesurada duración de 129 minutos, pero lo más probable también es que buena parte del público salga muy conforme con una película construida con todo el talento y la espectacularidad del Hollywood actual, y el despliegue histriónico de una muy convincente Watson. Disney vuelve sobre sus pasos para revivir uno de sus cuentos de hadas preferidos, una de sus historias fantásticas más queridas. El resultado, por suerte, excede el mero ejercicio de nostalgia.