La acusación

Crítica de Álvaro Bretal - La cueva de Chauvet

Los actos cotidianos. Sobre La acusación, de Chaitanya Tamhane

Court, el debut cinematográfico de Chaitanya Tamhane, es la primera película india estrenada en los cines comerciales platenses en dios sabe cuánto tiempo. Su estreno no es casual: el film (cuyo título local es La acusación) ganó el premio a mejor película en la Sección Orizzonti del Festival de Venecia en el año 2014 y en la edición 2015 del BAFICI – hecho clave para entender por qué un atípico drama político indio tuvo un estreno tan aclamado y masivo en los cines argentinos.

Una de las cuestiones que conviene dejar en claro a la hora de hablar de Court es que sería un error considerarla un drama judicial, si bien casi todas las sinopsis que se han escrito sobre la película (y, a decir verdad, la trama general del film) apuntan en esa dirección. En pos de la brevedad, sintetizo: Narayan Kamble, un músico-poeta de 65 años (que también es docente y supo militar en diferentes agrupaciones políticas) es acusado de incitar a un empleado público al suicidio a través de una de sus canciones. A partir de esta premisa se desarrolla una trama en la cual el desarrollo del juicio tiene un lugar clave, pero que, sin embargo, no ocupa el centro del film. Esto se debe, al menos, a dos motivos. Uno es que a Tamhane le interesa mostrar todo aquello que ocurre por fuera del tribunal y que, de diferentes maneras, contribuye a sustentar lo que ocurre dentro. El otro, que la persecución ideológica a Kamble va más allá de la condena por supuesta incitación al suicidio.

La idea de que lo que ocurre contra el poeta es una persecución ideológica se basa en un acontecimiento que ocurre hacia el final de la película: una vez que su abogado logra demostrar que el empleado público no se suicidó, sino que murió por no acatar las normas de seguridad necesarias para llevar a cabo su trabajo (negligencia que, dicho sea de paso, tiene como responsable al Estado, y no al pobre empleado), el sistema judicial vuelve a arremeter contra Kamble, con una acusación totalmente nueva. Esta persecución, sin embargo, no tiene relación con ninguna conspiración ni con intereses políticos definidos. El punto es que la zona legal en la cual la fiscal se ampara para acusar a Kamble está repleta de grises. Se trata de acusaciones que tienen que ver, por ejemplo, con “ofender a la tradición india”. El supuesto suicidio del empleado funciona como una excusa para atacar al poeta. Una excusa, sin embargo, intercambiable por otras. En este contexto, Kamble parece no tener escapatoria: la ley, de una o de otra manera, está del lado de sus persecutores.

Es posible imaginar a la situación judicial de Court como un disparador. Tamhane se sirve de ella para presentar una mirada crítica hacia el sistema judicial indio, pero también para observar cómo cierto sentido común aparentemente muy extendido en la sociedad india sustenta ese sistema judicial y los conservadores territorios grises que habilitan a la persecución del poeta. Esto resulta evidente, sobre todo, en las escenas donde podemos observar el día a día de la fiscal: lejos del personaje que en la corte argumenta contra Kamble con furia contenida, la mujer es una madre y esposa común y corriente, que cocina para su marido y sus hijos, charla sobre ropa con una amiga y va cada tanto al teatro. Tras la normalidad de las situaciones es posible observar una coherencia política, cristalizada tanto en la recurrente expresión “no se puede confiar en nadie” como en el goce frente a una obra de teatro explícitamente xenófoba – que funciona, por otra parte, como contracara de la poesía contestataria y poco amable de Kamble. La puesta en escena rigurosa de Tamhane construye una mirada específica sobre el contexto cultural y, también, sobre el contexto socioeconómico: la fiscal pertenece a la clase media, mientras que el abogado defensor pertenece a una clase económica acomodada.

Vinay Vora, el abogado de Kamble, es hijo de una pareja adinerada (son dueños del edificio en el que viven) y tiene gustos y posicionamientos absolutamente diferentes a los de la fiscal: escucha jazz mientras maneja de noche, es soltero, y dicta conferencias sobre derechos humanos. A sus ojos, la acusación contra el poeta es un horror. En el acercamiento a su personaje, Tamhane hace una de sus apuestas –y logros– más contundentes: situarse del lado de Vora, sin por eso glorificarlo. La sutileza política de Court se corresponde con su sutileza estética. El abogado defensor es, no sólo un tipo sensible, progresista y, hasta donde podemos ver, honesto, sino también un personaje ligeramente patético: la relación infantil que tiene con sus padres es una muestra cabal de esto, al igual que la escena en la que lo vemos quedarse dormido frente a la pantalla del televisor con un vaso de whisky en la mano. Esto no quita, sin embargo, que Vora tenga razón. No sólo en cuanto a la infundada acusación que constituye el núcleo de la trama, sino también la razón ideológica que configura políticamente al film.

Hacia el final de la película, Vora le critica al juez que, mientras Kamble va a tener que pasar semanas encerrado en una celda esperando el juicio, la corte –y, junto con ella, el propio juez y los empleados judiciales– van a entrar en su período de vacaciones. La fuerza política de este contraste es puesta en escena cuando, tras un magnífico plano en el que un grupo de empleados apagan las luces de la corte y cierran la puerta, Tamhane nos muestra al juez y sus compañeros de trabajo vacacionando. Nuevamente aparece en escena, ahora en la conducta y expresiones del juez, una comprensión conservadora del mundo que no se vuelve menos desesperante por el hecho de que Tamhane salpique muchos tramos de la película con una comicidad seca. Este humor aparece en la escena de las vacaciones de la “familia judicial”, pero también mucho antes, en una escena magnífica en la cual, en medio de un discurso de Vora sobre derechos humanos, un empleado aparece súbitamente en la sala con un ventilador de pie. En Court, las acciones más cotidianas encierran un extrañamiento: no hay un significado detrás de eso –no tiene por qué haberlo–, pero tiene la gran bondad de desnaturalizar. Son situaciones que invitan a reconsiderar lo que damos por supuesto.

Ese es justamente el secreto del film y la razón por la cual, a contrapelo de la mayor parte de los dramas judiciales, no necesita poner largos monólogos de denuncia en boca de ningún personaje: Tamhane desnuda el delirio del sistema judicial indio, y las bases sociales en las cuales se asienta, con la calma del que sabe que tiene la razón de su lado. En lugar de atarse a diálogos extensos, presenta los posicionamientos ideológicos de los personajes a través de sus acciones cotidianas. En vez de mostrar el sufrimiento del poeta en la prisión (sufrimiento acrecentado por su edad y la certeza de que el encierro está perjudicando su salud), Tamhane nos muestra su contracara: la relajación del juez mientras vacaciona, los momentos de ocio de la fiscal con su familia. Court nos dice que el terror se construye sobre cimientos cotidianos, y que es justamente eso lo que lo vuelve difícil de destruir. Y en el medio, el cineasta aprovecha para presentar un fresco de la India urbana contemporánea, poniendo en juego relaciones de clase, lógicas familiares, las huellas del colonialismo inglés y las complejidades idiomáticas del territorio. Así, el debut de Tamhane se inserta en una de las más bellas tradiciones del cine político: aquella que toma posicionamiento sin por eso dejar de ilustrar la ambigüedad.