Kryptonita

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Paladines del conurbano

Esa frase del Faisán, uno de los integrantes de la banda del Nafta Súper, quizás marque una de las claves de “Kryptonita”, la película de Nicanor Loreti basada en la novela de Leonardo Oyola, de gran repercusión en varios ámbitos. Ese juego entre el realismo más crudo y la irrealidad de la premisa fundante está en varios niveles. Pero, ¿cuál es esa premisa? Alguna vez Oyola empezó a jugar con la idea de qué hubiera pasado si Kal-El, el Último Hijo de Krypton, hubiese caído en el Conurbano bonaerense en vez de la tranquila granja de los Kent en Smallville (en el universo de DC Comics, esos ejercicios ucrónicos llevan por nombre elsewords).

Así, se genera un juego de transposiciones entre la dureza de la narración y sus circunstancias, y el aspecto “divertido” y nerd de reconocer a personajes conocidos detrás de esos lúmpenes perseguidos por la Bonaerense. Aunque de comedia en sí no haya nada.

Noche crucial

La historia arranca en el Hospital General de Agudos Doctor Diego Paroissien de Isidro Casanova, la locación central en la narración. Vemos a un médico demacrado, pasado de pastillas estimulantes, que cubre guardias ajenas por unos pesos. Junto a él está Nilda, una enfermera trigueña, que lo acompaña en su calvario de que se le mueran chicos “tirados” por la policía. Algo dice el diario de un robo, y la televisión, de la misteriosa donación a un comedor. Ésas son notas discordantes en un cuadro inicial que podría ser el de una película de Pablo Trapero, que seguramente pondría el eje en el médico como ser superior en ese mundo (así como en “Elefante blanco” el curita y la asistente social eran la fuerza motriz entre el rebaño de villeros).

Pero la cosa cambia cuando irrumpe la banda del Nafta Súper: allí toman el control los invisibilizados, casi como salidos del imaginario que Israel Adrián Caetano y Juan Bautista Stagnaro desplegaron a finales de los ‘90. Y lo toman literalmente, cuando la banda invade el hospital para que le salven la vida a su líder (hasta la salida del sol, guiño), el Nafta Súper (supuestamente por su gusto piromaníaco), “el Pinino” para sus amigos, el que se viste de azul y rojo y tiene una S grabada en el pecho. Todos lo creían invulnerable, pero fue finalmente herido por “el Pelado” (el Lex Luthor de este mundo) con una botella de las verdes (ate cabos con el título, amigo lector).

Allí están sus amigos: “el Ráfaga” (un Flash de pelo con rayo y buzo rojo y amarillo), que toma el control de la situación, pura violencia contenida; “el Faisán” (camiseta verde de Laferrere y anillo, a lo Linterna Verde), pasado de rosca por la tensión; Lady Di, una travesti que en el fondo ama al Pinino (con tiara, top, minishorts y bucaneras, no cuesta reconocer a la Mujer Maravilla). Junto a ellos, los más silenciosos: “la Piba”, “la Cuñataí Güirá” (una Hawkgirl paraguaya de camperita emplumada; su nombre significa literalmente “mujer pájaro”) y Juan Raro, el que sabe contar, calcular y predecir (el Martian Manhunter del equipo).

No contaremos mucho más sobre el devenir de la historia (allí se irán desplegando vivencias y biografías, paralelamente al crescendo narrativo), pero debemos decir que la Bonaerense rodea el hospital. Lo contamos para introducir a tres personajes más: Corona, el negociador policial, un Guasón traicionero pero con chapa; “el Federico”, el que anda de negro y solo pero toma las riendas del grupo (un Batman de la Federal); y “el Cabeza de Tortuga”, el enemigo físico del Nafta Súper: un policía fuerte y blindado (vendría a ser el Doomsday en la cuestión). Quizás el único problema narrativo esté en cierto apuro en la salida hacia el final, en una cinta que dura apenas 80 minutos. Aunque quizás funcione casi como un artificio teatral: hay algo de puesta escénica en los momentos de encierro.

Realismo sobrenatural

La tensión que mencionamos al principio está también en la puesta visual, entre la crudeza realista de las imágenes (con una destacada fotografía que resalta las imperfecciones y el desgaste de los rostros), los flashbacks virados al cómic al estilo de la saga “Sin City” (de Robert Rodríguez, Quentin Tarantino y el dibujante original Frank Miller), donde más se muestra la sobrenaturalidad, y algunos efectos especiales clase B en el presente de la acción, que dejan entrever los poderes especiales que se esconden en la pandilla perseguida.

Loreti deja translucir que ha prestado atención a las sagas de Batman de Tim Burton (el hospital visto desde afuera como un lugar algo gótico) y Christopher Nolan (cuando entran los policías). También hay referencias a otros discursos de la industria cultural: “Juan Raro” es la traducción de “Odd John”, la novela de Olaf Stapledon; la Piba manejando la escopeta a lo Sarah Connor en “Terminator 2”, o el Federico entrando en moto en asedio policial, al estilo T-1000; la referencia a MacGyver en la intención del Federico de no usar armas de fuego; y algunas que se puedan pescar por ahí.

Ningunos héroes

En el lado de las actuaciones, hay que decir que a Juan Palomino le toca interpretar al personaje central, pero más allá de algunos momentos, son los otros los que alcanzan las cotas interpretativas más altas. Empezando por Diego Velázquez como el “Tordo”: alguien arrasado por la vida, que una noche recibe la oportunidad de cambiar su destino; por un potente Diego Cremonesi como Ráfaga, temible en su gesto rígido bajo la capucha; por un expresivo Nico Vázquez como Faisán, con momentos de tensión y distensión algo humorística; y Lautaro Delgado como una entrañable Lady Di, frágil e intensa. Y con pocos minutos en pantalla, Diego Capusotto logra que queramos verlo como Guasón en una verdadera película de Batman.

Pablo Rago es correcto como el Federico: una voz firme en la locura. A Carca le alcanza con su estatura, su melena y patillas para dar vida al parco Juan Raro; Sofía Palomino le pone actitud a su paraguayita picante; y Susana Varela muestra ductilidad en la paleta expresiva y física de Nilda. El resto del elenco acompaña y para los fans hay cameos de Sebastián de Caro y Gabriel Schultz. Los originales son éstos, dicen ellos: que Siegel, Schuster y Kane pataleen desde el más allá.