Kryptonita

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Nuestros superhéroes del subdesarrollo

El nuevo film de Loreti es el exponente más ambicioso y depurado del Cine Independiente Fantástico Argentino, una película que aspira a cierta masividad mediante un casting de figuras conocidas por el gran público sin resignar espíritu cinéfilo.

“Lo que haría falta es público”, decía hace dos años Daniel de la Vega cuando este diario le preguntó por las asignaturas pendientes del Cine Independiente Fantástico Argentino. Las razones de la respuesta del director de Hermanos de sangre hay que buscarlas en el estreno de una sucesión de películas nacionales de indudable apego a los códigos narrativos clásicos, de buenas para arriba en su factura técnica, plagadas de referencias al cine de género de los 80 y con amplio reconocimiento en ámbitos alternativos o festivaleros, que sin embargo nunca lograron sintonizar con la cartelera, convirtiéndose la mayoría de ellas en fracasos comerciales. En ese sentido, Kryptonita es el exponente más ambicioso y depurado de este movimiento, una película que aspira a saldar aquella deuda mediante un casting de figuras conocidas por el gran público (de Nicolás Vázquez hasta Diego Capusotto, pasando por Pablo Rago y Juan Palomino) y una historia que amalgama lo particular con lo general. O, mejor dicho, que hace de lo general algo particular.Mucho antes de ser uno de los films más comentados y esperados del reciente Festival de Mar del Plata, donde su función de prensa se convirtió en un caos debido a la sobreventa de entradas, Kryptonita fue uno de los libros de culto fundamentales de la última década y convirtió a su autor, Leonardo Oyola, en el referente más visible de una generación de escritores (Juan Diego Incardona, Leandro Avalos Blacha, Selva Almada, entre otros) abocados a inscribir sus obras dentro de un realismo suburbano deformado a fuerza de suciedad y fantasía, cotidianidad y enrarecimiento. La historia se sitúa en la guardia del Hospital Paroissien de la localidad de Isidro Casanova, donde un doctor nochero cubre una maratónica guardia de tres días a cambio de unos pesos extras. En las vísperas del fin de turno llega la banda de Nafta Súper con su líder caído a raíz de un apuñalamiento con un pedazo de botella de cerveza. Botella verde, para más precisión.El dato sería menor, salvo porque allí, en ese color asociado a las marcas premium, se cifra gran parte de las coordenadas simbólicas del relato: el peso para la cerveza, el barrio, los códigos y la cultura del aguante, todo puesto en palabras mediante un léxico coloquial y callejero hasta lo apabullante que marca que para Oyola la riqueza de la lengua parece estar en su constante circulación y mutación y no en la letra fría de un diccionario. Loreti se mantiene en ese cauce sin ironía ni suficiencia, ni guiños cancheros, haciendo hablar a sus personajes como lo haría un lumpen del conurbano. Es el primero de los factores que hace viable algo que a priori no lo es: que el espectador crea que sí, que es posible que a un puñado de kilómetros de la General Paz se libre una batalla épica entre un grupo de delincuentes con poderes sobrenaturales y los escuadrones de un cuerpo de élite de la policía; una batalla, en fin, entre el Bien y el Mal. ¿Se dijo “poderes sobrenaturales” y “Bien y Mal”? El segundo factor es anterior a la preocupación por la forma de comunicarse, y tiene que ver con la apropiación de la iconografía del universo de los superhéroes para cambiarlos de bando y devolverlos a la pantalla en medio de un ámbito palpable y cercano por su geografía; pero sobre por todo por el alcance de sus acciones.Los alter egos tercermundistas de Superman (Nafta Súper, interpretado por Palomino), Batman (Federico, por Rago), Flash (El Ráfaga, por Diego Cremonesi), Linterna Verde (El Faisán, por Nicolás Vázquez) y la Mujer Maravilla (Ladi Di, por Lautaro Delgado) batallan no por la salvación del mundo, sino por sostener al líder con vida hasta el amanecer y evitar la concreción de las amenazas del negociador (Capusotto en plan Guasón merqueado y de aparición mucho más breve de la que los afiches invitan a suponer), ubicando a Kryptonita más cerca de una revisión del cine opresivo y concentrado en tiempo y espacio de John Carpenter –referencia reconocida por los propios Loreti y Oyola en varias entrevistas– que de la grandilocuencia temática, visual y sonora de una de Marvel. Quizá por eso tampoco hay en el film un ahondamiento en la faceta emocional que explique los porqué del aquí y ahora de cada personaje, lo que es virtud a la vez que defecto. Los flashbacks, centrales para el arco dramático del libro, aquí se resuelven con una serie de imágenes deliberadamente estilizadas y digitales dignas del universo de Frank Miller, con Sin City como máximo emblema, lo que convierte a la narración en un tren sin freno a cuyos pasajeros, esos superhéroes del subdesarrollo, uno se queda con más ganas de conocer.