Kryptonita

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

La pandilla criolla

La banda del Nafta Súper (Juan Palomino) es un auténtico seleccionado de personajes estrafalarios: el Faisán (Nicolás Vázquez), un Linterna Verde bonaerense ataviado con jogging y camiseta del Deportivo Lafererre; Lady Di (Lautaro Delgado), una sensible mujer maravilla travesti; el Ráfaga (Diego Cremonesi), émulo de Flash de temperamento decidido y buzo con capucha; la Cuñataí Guirá (Sofía Palomino), sensual Mujer Halcón ducha con las armas y de acento paraguayo; el intrépido Batman criollo y motoquero encarnado por Pablo Rago, y Juan Raro (Carca), un grandote de pocas palabras y extraña sabiduría inspirado en El Detective Marciano.

Kryptonita arranca con una de las agitadas jornadas del médico "nochero" del Hospital Paroissien encarnado con solvencia y corazón por Diego Velázquez: a esa guardia llegan cada dos por tres heridos en enfrentamientos con la siempre temible policía bonaerense, y el doctor no se caracteriza por su eficiencia a la hora de atenderlos. Hasta que cae, en muy malas condiciones, justamente el Nafta Súper, líder de una pandilla del conurbano con fama de Robin Hood, morocho y cervecero, herido de gravedad por un adversario traicionero.

Toda la historia se desarrolla en un ámbito reducido y asfixiante, una sala de ese hospital rodeada muy pronto de decenas de policías que exigen a la bizarra banda que se entregue de inmediato. Con Asalto a la Prisión 13 de John Carpenter como modelo más evidente, Nicanor Loreti (ex periodista de la revista La Cosa y director también de Diablo y un documental sobre Hermética) construye una película cargada de tensión, sazonada con humor y algunas referencias al mundo del cómic y, sobre todo, llena de inventiva. Los efectos especiales usados en algunos de los flashbacks que aparecen en la historia tienen un tono deliberadamente kitsch, en perfecta sintonía con la estética de la película, de espíritu netamente suburbano.

Pero el fuerte de Kryptonita no son las evocaciones ni los homenajes, una tentación que podría haber ahogado su eficacia. Tampoco la acción. La clave es más bien la identificación cabal con el alma, el pulso y la sangre de la historia inventada por Leonardo Oyola para la muy buena novela en la que está inspirado el film.

Los aciertos en el casting son la base en la que Loreti se apoya para conseguir varios momentos de poderosa emotividad protagonizados por los integrantes de esa caterva bizarra, apegada a los códigos barriales y marcada por las deudas sentimentales. La entrada a escena del trastornado negociador enviado por la policía -un Diego Capusotto convertido en desaliñado y verborrágico Guasón vernáculo- interrumpe por un breve lapso la improvisada ceremonia de confesiones íntimas, recuerdos lacrimógenos y sueños de incierto futuro que se desarrolla mientras los entrañables protagonistas de la historia esperan que el líder se recupere y le escape una vez más a la muerte, esa amenaza latente que preocupa a cada uno, pero se enfrenta mejor entre todos, como en las buenas familias.