Kong: La isla calavera

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Kong: La isla calavera, un regreso a la altura de la leyenda

Agobiado por tanto reboot de viejas historias, es probable que muchos cinéfilos sientan una comprensible desconfianza frente a este nuevo regreso de King Kong, pero contra todos los prejuicios hay que admitir que esta vez Hollywood está a la altura (y vaya que es mucha) del mítico gorila.

Ambientada en 1973, en plena crisis de la administración Nixon y en las postrimerías de la guerra de Vietnam, esta película dirigida con ductilidad y aplomo por Jordan Vogt-Roberts (The Kings of Summer) puede verse como una combinación entre Apocalypse Now!, Jurassic Park, el espíritu del mejor cine clase B y un homenaje al mago de los efectos especiales Ray Harryhausen.

Tras un prólogo en el que se presentan los antecedentes de los principales personajes y el armado de la expedición, el equipo que combina científicos y militares, liderado por el teniente coronel Packard (Samuel L. Jackson en plan Kurtz) y el mercenario James Conrad (Tom Hiddleston), llega a la isla del título, donde no sólo vive Kong sino también otras gigantescas criaturas. La recepción del simio no será amigable, pero pronto se verán las diferencias de actitudes y objetivos.

La película es básica en su argumento, pero brillante en su concreción. Las escenas de lucha entre criaturas inmensas alcanzan una espectacularidad y una credibilidad pocas veces vista, los personajes tienen el espesor necesario como para no resultar meras excusas argumentales y, así, Kong queda más cerca del clásico de 1933 que de la apenas correcta superproducción que Peter Jackson estrenó en 2005. No se trata, por lo tanto, de un mérito menor.