Julieta

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

Una película de Almodóvar. Sin el Pedro. Como acostumbra. Así arranca JULIETA. Y eso es lo que es, ¿qué otra cosa si no? Una película que solo podría hacer el manchego y ninguno más. Se dirá que es menos rebuscada narrativamente que las últimas y es cierto. Se dirá que es más sentida y emocional y menos barroca que las recientes. También. Pero no hay que confundir JULIETA con realismo ni mucho menos. Es una película que funciona en ese circuito cerrado que es el cine de Almodóvar y los que viven a gusto dentro de él lo disfrutarán. Los otros, ¿quién sabe?

JULIETA cuenta una historia emocionalmente más directa, como si fuera un regreso a películas tipo LA FLOR DE MI SECRETO y VOLVER. Acaso las diferencias principales con ellas es que los manierismos y estilizaciones visuales del director están mucho más marcados, por lo que le resulta imposible salir del micromundo, por más “abierta” que sea esta película en relación a LA PIEL QUE HABITO y LOS ABRAZOS ROTOS (la comedia LOS AMANTES PASAJEROS prefiero pensar que ni existió). Arranca desde el final, cuando la tal Julieta en su versión adulta (interpretada por Emma Suárez) está por irse de Madrid con su nueva pareja (Darío Grandinetti, cuyas idas y vueltas con el español más castizo son un tanto problemáticas) pero se arrepiente el día que se encuentra a una mujer más joven que dice haber visto a su hija en Italia. Eso la lleva a revisar su historia y contarnos, mientras escribe en un cuaderno, que pasó entre ellas.

Es así que retrocedemos unos treinta años, cuando Julieta (encarnada ahí por Adriana Ugarte, lookeada de manera muy parecida a lo que era Emma Suárez entonces) tenía 25 años, daba clases de Literatura Clásica y conocía al padre de su hija, Xoan. De a poco avanzará la historia contando su entrecortada relación que empezó de manera muy extraña en un tren, la pequeña pero clave figura de la mucama de Xoan (Rossy De Palma), la relación con sus propios padres y el nacimiento de su hija Antía hasta llegar a la serie de eventos, malos entendidos y confusiones que terminaron por romper la relación entre Julieta y la chica en la adolescencia.

La película es, claramente, una reflexión sobre el dolor, sobre la culpa y la distancia emocional. Antes de llamarse JULIETA el proyecto –que se basa en historias de Alice Munro– llevaba por nombre SILENCIO (se lo cambiaron porque la nueva película de Martin Scorsese se llama así también) y tal vez ese título le quedaba mejor, ya que son los silencios y las cosas no dichas y calladas las causantes de muchas de las confusiones que generan la distancia entre Julieta y su hija, y entre ella y su primer marido, además de otros personajes que irán apareciendo en el filme.

Narrativamente la película es un poco más desorganizada y subrayada que otras del realizador español y, por momentos, la estilización extrema de ciertas escenas no condicen del todo con la búsqueda más directa de empatizar emocionalmente con los personajes. Pero cuando la emoción sobreviene –la fractura emocional de la separación entre madre e hija deja huellas tremendas en Julieta y las dos actrices que la interpretan saben aprovecharlo muy bien–, JULIETA crece notablemente. No quedará entre las mejores películas de Almodóvar, es cierto, pero es bienvenido su intento de regresar a ciertas emociones esenciales tras el mal paso de su ¿comedia? previa.