Jessabelle

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

El paisaje perfecto para el terror

En ese gran país de los relatos que es Estados Unidos, Louisiana ocupa un lugar privilegiado. Es la tierra del profundo sur donde los mitos haitianos y africanos siguen vivos en la imaginación popular, mezclados con dosis apreciables de cristianismo y otras yerbas religiosas. Una región multirracial, multilingüística y multicultural que es el equivalente norteamericano de los territorios explorados y explotados por el realismo mágico.

El ritual del vudú y los zombis son quizá los elementos más conocidos de esa mitología que pasaron a la ficción. Lo mejor de Jessabelle -si dejamos de lado a su protagonista, la actriz australiana Sarah Snook– es precisamente emplear como condimento básico de su ensalada paranormal ese folklore maldito.

Jessabelle es una chica que debe volver a su pueblo natal después de un terrible accidente. Está postrada en silla de ruedas y la única persona que tiene en el mundo es a su padre, un tipo hosco que vive en medio de los pantanos en una enorme casona deteriorada. El paisaje perfecto para el terror.

Y el terror no se hace esperar. Desde el momento en que Jessabelle ocupa el dormitorio de su madre difunta, empieza a tener extraños sueños y visiones. Una presencia la asedia en la casa y, en vez de aclararse, todo se complica más cuando encuentra una serie de VHS grabados por su madre antes de morir.

Podría decirse que en la aglomeración y aglutinación de elementos, la película de Kevin Greutert (responsable de las dos últimas entregas de El juego del miedo) replica el sincretismo cultural y religioso de la región donde se desarrolla la historia. Entonces, sería válida la fórmula de que Jessabelle es a las películas de terror lo que Louisiana a las supersticiones.

A la vez, hay un contenido dramático, una sórdida historia familiar que va emergiendo gradualmente en la trama y que podría haber sido mucho más sutil, si el director y el guionista no hubieran cedido a la compulsión de explicarlo todo. Esto, sin decir nada de la otra compulsión: la de mostrar varios primeros planos innecesarios del escote de la protagonista.

También en términos de terror puro, Jessabelle no termina de consolidarse como un gran producto. La abundancia de clichés –muchos de ellos sustraídos, sin demasiada reelaboración, del cine de horror oriental– tienden a suavizar su energía siniestra y a aplanar un relato bastante más complejo del que suele ofrecer el género.