Jessabelle

Crítica de Alejandro Turdó - A Sala Llena

El tape fantasma.

Dentro de una actualidad cinematográfica donde el género de terror ha explotado sin medida su vertiente “cámara en mano/ cinta perdida”, el director Kevin Greutert -responsable de las últimas dos entregas de El Juego del Miedo– toma los elementos más superficiales de este subgenero para introducirnos en algo distinto. Jessabelle (2014) es un film que va mutando conforme avanza su trama: del found footage al terror espectral, del misterio al thriller sobrenatural.

La que se cuenta es la historia de Jessie Laurent, una joven que se ve obligada a volver a la casa de su padre luego de un traumático accidente a raíz del cual pierde a su pareja y a su hijo no nato, además de dejarla postrada en una silla de ruedas. La residencia ubicada en los pantanos de Louisiana la espera llena de recuerdos de su madre difunta, quién perdiera la batalla contra el cáncer al poco tiempo de dar a luz a Jessie. La trama se pone en movimiento cuando Jessie descubre una serie de cintas que su madre grabó durante sus meses de embarazo, a través de las cuales se irán develando cuestiones claves del relato que se relacionan con un destino trágico e inevitable que atañe a nuestra protagonista. Sarah Snook completa una labor aceptable en el rol de Jessie: todo el peso del film recae en ella y el saldo es positivo.

La inclusión de cuestiones relacionadas con el ritual vudú y el folclore haitiano del sur de Estados Unidos es bien recibida, algo que probablemente no veíamos en el género desde que Wes Craven nos intrudujo a La Serpiente y el Arcoiris (1988) y desde que Candyman (1992) ingresaba al panteón de villanos épicos. Sin dudas el mayor acierto de Greutert, al momento de lograr que su film no caiga en la misma bolsa que el resto de esta clase, es justamente el no-encasillamiento en los confines del found footage. Conforme avanza la trama, otros elementos dan matices variados a la historia: lo que inicia con unas cintas misteriosas deja lugar a elementos fantasmales que devienen en un thriller sobrenatural y psicológico, lo que nos lleva a un tercer acto en el que la resolución resulta impredecible.

Se puede decir que este cambio constante de registro es al mismo tiempo lo mejor y lo peor del film. Indudablemente es lo mejor ya que no se encierra en los repetidos clichés del género y se permite un poco más de flexibilidad al momento de contar una historia que no se destaca justamente por su originalidad. Pero esto también puede ser su peor enemigo ya que por momentos la yuxtaposición de subgéneros desorienta un poco, pensando particularmente en la cantidad de elementos y giros dramáticos que la historia acumula en sus 90 minutos de duración.