Jamás llegarán a viejos

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Masacres mecanizadas

Ya era hora de que Peter Jackson volviese a la senda de la calidad que había abandonado luego de El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey (The Lord of the Rings: The Return of the King, 2003), su último film en verdad potable: Jamás Llegarán a Viejos (They Shall Not Grow Old, 2018), el primer documental del señor en una carrera de más de tres décadas, nos permite olvidarnos de propuestas muy pero muy fallidas como King Kong (2005), Desde mi Cielo (The Lovely Bones, 2009) y la trilogía de El Hobbit (The Hobbit), todas películas pomposas y huecas que parecían haber destruido de manera definitiva aquella creatividad de antaño del neozelandés. Por suerte el presente trabajo aporta un soplo de aire fresco porque nos invita a contemplar el accionar de la enorme maquinaria cinematográfica anglosajona puesta a restaurar material de archivo inédito de la Primera Guerra Mundial.

La idea por detrás del convite pasa por la atracción de siempre de Jackson hacia el conflicto a raíz de un abuelo suyo que peleó en la contienda, así eventualmente esta experiencia lo llevó a obsesionarse de tal manera que él mismo cuenta con una generosa colección sobre la guerra que fue a parar a la pantalla. El director establece un contrapunto entre el fílmico en blanco y negro para los instantes previos y posteriores, por un lado, y el color para el desarrollo en sí de los combates, por el otro, especie de dicotomía entre la ignorancia de los civiles en torno a las carnicerías y la eterna sombra de la muerte (estupidez obediente de las mayorías acríticas) y la pesadilla sanguinaria sin fin (el verde de los uniformes se unifica con el rojo de la sangre). De hecho, es ese fluir caótico mundano del soldado de trincheras del Frente Occidental el que quiere y logra reproducir un Jackson muy inspirado y lúcido.

Jamás Llegarán a Viejos reconstruye con lujo de detalles el sentir de las tropas inglesas desplegadas en Francia sin ningún atisbo de nacionalismo bobo modelo estadounidense, ya que el tono del relato respeta la continuidad prototípica bélica sin artificios ideológicos que justifiquen la gesta más allá de la inocencia semi pueril de unos conscriptos o voluntarios que no se daban cuenta de que estaban participando de una catástrofe interimperialista en pos de repartirse todo el globo sin ninguna consideración por esas masas que los distintos regímenes mandaban al matadero. El equipo técnico no sólo colorea las imágenes del período sino que le agrega sonidos y ruidos incidentales y los mismos intercambios entre los militares, a lo que se suma un sinnúmero de entrevistas a combatientes que narran en primera persona los acontecimientos con una enorme honestidad símil mega epopeya coral.

Si bien la Segunda Guerra Mundial llevaría la locura del genocidio mecanizado al extremo, en realidad los primeros ensayos de industria armamentista moderna a escala planetaria se dieron durante las luchas que se extendieron entre 1914 y 1918, interminable catarata de miserias, cadáveres y heridos que Jackson retrata con respeto y minuciosidad sopesando en toda su ferocidad la lluvia de balas y bombas y por supuesto haciendo un balance sobre el final que enfatiza primero el desconocimiento general acerca de los motivos detrás de las masacres y segundo la triste conclusión de inutilidad y sinsentido de base por parte de unos soldados sobrevivientes que a posteriori sufrieron discriminación en suelo británico y no fueron alzados como héroes, como ellos creían ingenuamente en un inicio. El film es un documento histórico muy crudo y de una gran fortaleza narrativa que llama a las cosas por su nombre sin romantizaciones baratas, arrebatos chauvinistas, mentiras que exoneren al gobierno en funciones o delirios xenófobos hacia los alemanes, todo en sintonía con la perspectiva insólitamente ascética del Imperial War Museum del Reino Unido, nada menos que uno de los impulsores del proyecto junto al propio Jackson y su genial investigación…