Isla de perros

Crítica de Victoria Leven - CineramaPlus+

En 1999 Wes Anderson participó con su ópera prima Rushmore (Tres son multitud) en el primer BAFICI, el que abrió la hoja de estos 20 años de festival internacional de cine independiente. Este año, dos décadas después, el filme de clausura del evento fue Isle of dogs, obra que da cuenta de la creciente y magistral carrera de Wes, que pasó de ser un joven posmoderno algo irreverente y cinéfilo a este autor de cine en letras grandes.

Su cinematografía es absolutamente personal y radicalmente contemporánea, aún con mayores presupuestos, grandes equipos y diversos modos narrativos la idea de director- autor no se opaca en ninguna de sus obras y en ninguno de sus fotogramas.

Después de acercarnos a una primera incursión en la narrativa animada con su conocida película en stop motion El fantástico señor Fox (2009) Anderson ahora triplica la apuesta creando una estética Andersoniana pura pero en el mundo de lo animado. Es así que crea un universo distópico en una ciudad de una Japón futura, Megasaki city, actualmente contaminada por una epidemia canina. Su líder, el mayor Kabayashi, es un fascista de primera línea que decide exiliar a todos los perros infectados a una isla (la isla de la basura).

Así convierte a estos míticos “mejores amigos del hombre” en una suerte de seres marginales, peligrosos y temidos por la masa popular que sigue a este siniestro líder totalitario en sus perversas decisiones.

Elegir a la figura del perro como el mal amenazante en cuestión es de una ironía superlativa y de un subtexto impagable. Si la sociedad puede ver aquello que siempre ha connotado como tierno y protector, en algo que debe ser excluido de la vida de los hombres, es porque todos los elegidos en nuestra historia como “los diferentes” (comunistas, judíos, negros, extranjeros, refugiados) deberían terminar exportados a un gran basurero geográficamente alejado de la llamada civilización del poder.

Para crear una trama central que revierta la imposición del líder de turno no hay nada mejor para Anderson que la figura de un niño, en todas sus historias la revolución está siempre en esos personajes diminutos, audaces y emocionales.

El pequeño Atari, sobrino huérfano protegido de Mr. Kabayashi, escapa de la custodia de su poderoso tío y vuelve a la isla de los perros en busca de Spot, su perro guardián que más que custodia se ha convertido en su adorable mascota de quien no puede soportar separarse.

En la isla se encuentra con un grupo de perros que se lucen cada uno con una personalidad diferente, y por supuesto con una de las voces actorales distintivas que los hace más atractivos e hilarantes. Ellos le salvarán la vida y emprenderán (típico en Anderson) la paródica ruta del camino héroe con el fin de encontrar a su pequeña mascota.

Otros personajes de la trama se suman a esta puesta en escena entre la urbe y la periferia generando una historia con tantos escenarios cambiantes que la mirada del espectador acumula colores, formas, voces y gestos como una torre de elementos ad infinitum.

La debilidad que podríamos ver en la película es cierto estereotipo en los personajes femeninos: la niña americana que descubre la idea salvadora, la ayudante del científico que descubrió la cura del mal, y hasta ciertos rasgos reiterativos en los pequeños perritos de carácter protagónico en la trama. Esto produce una diferencia de “intensidades” en un filme que comienza en la cima de las atracciones y se diluye un poco a través de su evolución.

La germinal idea de perros que atacan la estabilidad del sistema es sin duda una apuesta inmejorable pero la poderosa fuerza cinética es sostenerla por una coreografía estética tan ecléctica como homogénea a la vez, con un trabajo a un nivel plástico impactante.

Las figuras del relato nos remiten a la estética de Kurosawa y al manga, a Ozu y a Miyazaki, una fusión de formas con las que juega un cineasta como si fuera un niño en un collage bellamente cinéfilo, creando un gran cuadro animado. No hay dudas de que el humor y la fusión de estéticas son un sello en este realizador, un posmoderno a rabiar.

Diseñador de espacios, de personajes, de relatos adentro de otros relatos, de juegos de imágenes entre sí, Anderson nos pasea en este filme donde despliega una crítica social de la mano de un cuento para niños creando un mágico viaje mucho más que disfrutable.

Por Victoria Leven
@victorialeven