Isla de perros

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

Whatever
Happened
to
Man’s
Best
Friend?

¿Qué pasó con el mejor amigo del hombre? La pregunta que Wes Anderson formula en forma de haiku es respondida dentro de un relato que reboza de belleza tanto estética como narrativa en Isle of Dogs (un juego fonético en el que se halla el mensaje de Anderson: I Love Dogs). El director regresa a hacer uso de la técnica de Stop-Motion, ya implementada en Fantastic Mr. Fox, y con ella captura en pantalla una cantidad de elementos que a través de su artesanía transforma al film, y los sentimientos en él, en algo puramente palpable.

Y a la técnica de animación también se le suma una característica igual de importante: la iconografía japonesa. Hay quienes acusan al film de apropiación cultural pero lo cierto es que lejos de ello, Isle of Dogs recrea con respeto las costumbres y características de la cultura japonesa tanto para llevar su virtuosismo estético a otro nivel, como para también homenajear a uno de los más célebres directores de la historia del cine, Akira Kurosawa. Pero si bien la obra de Anderson se sirve principalmente de dichos elementos, se impone ante ellos dejando en claro que no se regodea en el mero homenaje o el exceso estético, sino que lo que une a ello y lo que se prioriza es el relato, el simple hecho de un niño en busca de su perro.

El puntapié inicial de la historia se plantea en la leyenda del pequeño niño samurái que luchó por la liberación de los perros y el fracaso de éste cuando los canes fueron adoctrinados por el hombre. Establecido miles de años después en la ciudad futurista de Megasaki, el conflicto estalla cuando el dictatorial Mayor Kobayashi (Kunichi Nomura) debido a una gripe canina, con síntomas como la fiebre de hocico, decide exiliar a todos los perros a una isla de basura del otro lado de la costa. En un acto de compromiso total a la causa, el primer perro enviado es Spots (Liev Schreiber), el guardaespaldas de su pupilo Atari (Koyu Rankin).

De esta manera, la odisea del film se divide entre lo que ocurre en Megasaki con un grupo de Pro Dogs que intentan derrocar a Kobayashi, y por otro lado toda la aventura de Atari intentando encontrar a Spots. El niño es acompañado por un grupo de perros alfa (el idioma perro es traducido al inglés, el resto de los personajes hablan en su idioma original) liderados por el salvaje e indomable Chief (Bryan Cranston), un perro callejero que no confía en los humanos. Él muerde, según sus propias palabras. Bill Murray, Bob Balaban, Edward Norton y Jeff Goldblum completan el equipo perruno, logrando que cada uno esté definido de manera brillante por diseño y personalidad.

Anderson trabaja perfectamente la presencia de todos ellos y la característica personal de cada individuo entra en juego constante con la humanización de los aspectos perrunos. Algo que brinda un inventivo tono humorístico. Es así como la presencia del lenguaje extranjero y las costumbres propias de los perros, traducidas a elementos de personificación, funcionan como otro de los atractivos del film. Con ello como piedra angular y siempre en constante cambio, la historia logra apelar al corazón y ganárselo en la forma de una carta de amor a los perros. Lo cual hace que la conflictiva y entrañable relación entre Atari y Chief, su conformación y desarrollo, sea la columna vertebral que enternece y unifica al relato, convirtiendo en puro arte el fiel espíritu de los perros.

Y es que el cambio es algo vital en esta aventura, y es traducido también en los distintos escenarios que se atraviesan. Todas las maquetas y la implementación de la fotografía están sujetas a la transformación y un efecto de asombro con cada nuevo espacio, impidiendo que ningún capítulo de la historia caiga en la reiteración. Cada zona de esa isla repleta de basura sirve para maravillar con una fuerza estética, marca registrada del director, que resulta nueva y poderosa. La unión del nivel de detalle y la calidad estética permiten que el film esté brindando minuto a minuto una impresionante cantidad de información (narrativa y visual) que resulta verdaderamente complejo poder apreciar el total de la belleza desmesurada que posee.

Hace tiempo que Wes Anderson sabe demostrar su ingenio para construir mundos hermosos, y que en algunos casos se regodea más en ello que en la historia en sí, pero lo que logra con Isle of Dogs es conformar todo en sintonía sin que ningún elemento esté por sobre otro. Y es el poder de la animación lo que también permite que esa vorágine e inventiva visual alcance el nivel de excelencia junto al tono aventurero, sin resultar para nada artificial.

El artificio de la animación en manos de Anderson hace que sus historias respiren originalidad, pero sobre todo una honestidad que el espectador puede abrazar en todas las formas en que el director de manera tierna ofrece. Para alguien tan detallista como Anderson, ese es el detalle más enriquecedor y valeroso que regala con su arte. Nosotros felices, movemos la cola.